Una
astifina y terciada corrida cinqueña de Juan Pedro, de llamativa movilidad, y un
duelo secreto más entre los dos toreros capitales de Extremadura. Duelo de buen
nivel.
BARQUERITO
Casi
todos los toros de Juan Pedro saltaron al ruedo como cohetes. O como si todavía
estuvieran corriendo el encierro de la mañana. Se están pulverizando las marcas
de velocidad de carrera un día tras otro. Sin datos en la mano, cabe presumir
que la corrida de Juan Pedro habrá sido la más rápida del encierro. Y si lo fue
la de El Pilar del pasado martes, no lo pareció tanto. Efectos ópticos: la
corrida de Moisés Fraile tenía más cuajo y envergadura que esta de Juan Pedro y
sólo por eso parecía de menos pies o no tantos.
Muy
bonita la corrida de Juan Pedro, por cierto. Hoy se discutirá en las tertulias
si apropiada o no para una feria donde gustan del toro las barbas, el cuajo
mayor, la seriedad despampanante. Los toros pechugones y hondos, aquilatados,
badanudos, ofensivos, de grave expresión. Como el cuarto de la corrida de
Fuente Ymbro, jugado el miércoles, que habrá sido el de más trapío de toda la
temporada. Era un toro de museo. Una maravilla de la naturaleza.
Por
eso ha habido en la semana de Pamplona un antes y un después de ese toro,
Marqués de nombre. Todos los jugados después, incluidos los dos serios pavos de
Fuente Ymbro lidiados inmediatamente después del morrocotudo Marqués, han
parecido de otro calibre. Menor.
La
corrida de Juan Pedro, cinqueña toda con la sola salvedad del tercero, no
resistió las comparaciones inevitables. Las puntas afiladas los seis de envío.
El único cuatreño era de balcón abierto y ese plus ofensivo se dejaba sentir.
Fue de bello remate el cuarto, toro descarado pero de muy buen aire; le entró a
todo el mundo por los ojos un quinto anchote de pinta melocotón que se vino
abajo demasiado pronto, o porque le ajustara demasiado las tuercas o antes de
tiempo Miguel Ángel Perera. Un lindo galán fue el sexto, castaño, respingón y
muy astifino, y uno de los pocos toros que se han parado en una feria
distinguida, entre otras cosas, por la movilidad. La de los toros en el
encierro y en la plaza a la hora de la pelea.
Velocidad,
brío caudaloso tuvo el segundo de esta corrida de regreso de Juan Pedro a una
feria que quedó marcada en sus orígenes, hace cincuenta años, justamente por la
rapidez –la movilidad, la prontitud, y la casta, por tanto- tan propia del
antiguo toro de Juan Pedro Domecq. Un torrente fue ese toro segundo –estrechas
las sienes propias o la diadema, finísima la cuerna- que se blandeó protestando
un poquito en varas, estuvo a punto de comerse al banderillero Juan Sierra en
un lance de brega, y de comérselo y arrollarlo de pura velocidad, y que no solo
fue toro con pies sino que se plantó en la muleta galopando con excelente
estilo, con vida de sobra, y ganas de repetir sin hacerse reclamar.
No
llegó a descolgar propiamente el toro, que fue dócil a los toques y enganches.
Lo templó de maravilla Perera en un trabajo de pulso, corazón y buen gobierno.
Toreo de poder. Los brazos se abrieron como acordeones. Con los codos se trajo
Perera el toro y en el toreo codilleado pareció taparle al toro el tubo de
escape y domarlo. Muy bonita la faena, tensa, ajustada, medida, seguida, sin
cortes. Rico final: la roblesina cosida con la dosantina y un cambio de manos.
No entró la espada cuando debía.
En
Pamplona se ventilaba un duelo más entre los dos toreros punteros de
Extremadura, que son distintos: Perera, grave, silencioso y abismado, y
Talavante, locuaz, festivo y radiante Igual de firmes los dos. Talavante
confirmó en sanfermines el rumor sabido: anda mejor que nunca. Le sale todo. Lo
posible y lo imposible, lo difícil y lo fácil. Al tercer juampedro lo tuvo
enjaretado y engañado desde el primer golpe de sorpresa –estatuarios, un
cambiado por la espalda- y lo llevó casi a su antojo con la mano izquierda.
Bello toreo ligado al natural. Menos enmadejado el toreo con la diestra.
Dominado el toro, que no era fiero. Podía arañar, sin embargo. Una estocada
caída. Una oreja. Baza para Talavante.
Los
segundos toros de turno no se prestaron a glorias mayores. El escultural toro
melocotón, muy abierto de cuerna, se lastimó en un volatín antes de varas y,
remiso, se dio con infinita desgana. Perera lo toreó muy despacio. Talavante se
aburrió cuando se plantó el sexto, que fue enseguida. Las peñas de sol se
pusieron a tararear los acordes de la Marcha Radetsky, que pone a cualquiera.
No a ese sexto juampedro.
Los
dos toros de El Fandi fueron nobles y buenos. El cuarto tuvo calidad, pero un
cuarto toro en sanfermines es como un tío en América, y ni caso, Tampoco El
Fandi se devanó los sesos ni salió dispuesto a dejarse matar. Banderillas a
tope pero no tanto: a la velocidad de la luz las carreras y las reuniones, que
no es fácil. Reiterativas las dos faenas. Se calcan. Un trámite.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Juan Pedro Domecq. Corrida cinqueña, terciada, astifina, de bellas
hechuras, en tipo y en peso, de general movilidad. El segundo, de muchos pies,
fue de sobresaliente codicia. Muy noble el cuarto, toro de temple. Se apagó el
quinto, se paró el sexto. De buen aire primero y tercero.
El
Fandi, de púrpura y oro, palmas y silencio.
Miguel Ángel Perera, de verde
esmeralda y oro, ovación tras un aviso y silencio. Alejandro Talavante, de azul celeste y oro, oreja y silencio.
Pamplona. 9ª de abono. Lleno. Nubes y
claros, variable.
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