Tras cinco jornadas de alto nivel de
toros, una seria corrida de Victoriano del Río parece, por comparación empresa
menor. Dos toros distinguidos y dos trabajos buenos
BARQUERITO
DOS
DE LOS TOROS de Victoriano del Río llevaban el mismo nombre: Cóndor. Nombre de
ave suprema. En Ayacucho, cordillera andina del Perú, pervive casi en secreto
la tradición del Yawar Fiesta, la pelea a muerte entre un cóndor y un toro del
país. No hace mucho André Viard la retrató y describió con minuciosidad de
antropólogo –y ornitólogo- en las páginas de Tierras Taurinas. La fiesta del
toro y del cóndor: un mundo. Tauromaquia de río profundo. Estos dos cóndores
sin espolones ni alas inmensas de la corrida estelar de San Fermín llevaban
hierros distintos, pero eran de un solo dueño. El primero, el mejor de la tarde
–ágil al estirarse, noble, de ritmo bravo-, llevaba el hierro de Victoriano. El
quinto, un punto díscolo, y lo díscolo siempre tiene bravo acento, estaba
herrado con la te de Toros de Cortés, el segundo hierro de la familia. En ese
segundo hierro había y todavía quedará un goterón de sangre Atanasio (vía Los
Bayones), pero en ninguno de los dos Cóndores pudo detectarse sombra de ese
encaste.
Los
dos fueron toros de vibrar. En son y
compás el primero, que más que embestir se deslizaba; con temperamento más
áspero el quinto. El Fundi, inesperadamente repescado tras consumarse la baja
de Juan Mora, le anduvo al primero con sencilla autoridad después de un
arranque arrebatado. El toro era de terciopelo y la faena tuvo su regusto. El
Juli le acabó quitando al quinto las moscas, las babas y hasta la palabra.
Con
la cara arriba, frenado e impertinente, el segundo de la tarde –del cupo de
victorianos legítimos- no se había dejado torear ni querer, sino que echó la
cara arriba en gesto defensivo, se apoyó en las manos y, frenado, se apalancó.
El Juli tuvo entonces la feliz idea de abreviar. Pero no se le podía ir la
tarde en blanco. Lo estaba esperando la gente. Pamplona es una de sus plazas.
Así que la pelea con el quinto fue de las de quisiera o no el toro. Por las
buenas, las malas y las regulares.
De
repente, sin pausas ni treguas, a campo abierto, en los medios, esta mano y la
otra, por abajo y por derecho, por delante y para adentro, una tanda, otra,
otra más, los de pecho de remate dibujados en semicírculo como si El Juli
empujara al toro y no al revés. Y el teatro, en el mejor sentido de la palabra:
las salidas de la cara del toro tuvieron seguridad y elegancia. Fue faena de
quietud y de dominio, poderosa. Bien medida. Cuando tocó adornarse, molinetes
de rancia escuela: el giro rápido, el engaño a la altura de las rodillas. La
alegría de torear. Y el delirio de las peñas: “¡Juli, Juli, shéshé…!” O algo
así. Una estocada.
No
fueron emociones indescriptibles. Pesaría el contraste de las cinco fechas
previas, en todas las cuales asomaron sin excepción toros monumentales en tres,
cuatro y hasta cinco dimensiones. De manera que, a pesar de ser corrida
bastante bien hechita y astifina, ésta de Victoriano del Río era de otra
guerra.
Un
tercer toro terciado y sacudido, culopollo, pareció índice por lo bajo del
envío, que en la carrera del encierro se había empleado con estilo de
purasangres. Ese tercer toro tuvo poca fuerza, Castella estuvo con él firme,
elegante, serio, templado y fácil. En los medios. Fue mayor el compromiso del
terreno elegido que el del ajuste propiamente dicho. No solo se dejaba sentir
en el ambiente la imagen de las cinco corridas previas de San Fermín, monumentales
las cinco; es que contaba el escalofriante arrojo de Jiménez Fortes con su lote
de Fuente Ymbro solo la víspera.
Las
faenas de valor dejan huella. Castella, cuyo toreo es de ese mismo palo
–quietud estoica, ajuste insuperable, electricidad estática-, no resistió la
comparación con lo visto y sentido un día antes. Ni Castella ni nadie. El
Fundi, cogido sin consecuencias en un descuido o error al atacar con la espada,
despachó el último toro que mataba en Pamplona con suficiencia. Facilidad. Ese toro
de la despedida tuvo por bien brindárselo a Sergio Sánchez, el torero navarro,
de Cintruénigo, que fue compañero de fatigas en los comienzos de carrera de uno
y otro. Sergio ejerce todavía de doblador en los encierros de San Fermín.
Peliaguda empresa.
El
último toro de la tarde, castaño
retinto, lustroso, cornipaso, los pitones negros, blancas las palas, se encogió
más de la cuenta. No manso, solo que los bravos se estiran y éste no. Castella
estaba dispuesto a casi todo. No tanto
el toro.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- La Arlesiana, de Bizet. Hay un
intermedio de vivos compases. Esta mañana, escuchando los aires del maestro
Turrillas en una marcha sanferminera de charanga, me pareció reconocer notas de
Bizet. "¿Qué me dices?" "Lo que oyes".
En
el colegio donde estudié de párvulo se cantaban con letras recreadas por un
profesor de Gramática algunas de las coplas y marchas sanfermineras de
Turrillas. O de Bizet.
"Del infierno somos los demonios/
que acabamos todos de venir..
---
Llevaremos al infierno/
a todos los profesores/
que suspenden a los niños/
cuando el curso sé finí./
Ay, profesor, escúchame/
no te enfurezcas/
con los pobres bebés./
Porque si genio tienes/
tienes/
Dentro de las calderas/
pronto te has de ver...!)
Este
era el himno de los diablillos.
(El
poder evocador de Pamplona, donde los niños son felices hasta cuando lloran)
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victoriano del Río. Todos, con el hierro y la numeración en tres
dígitos de Toros de Cortés, salvo
segundo y sexto, que llevan el hierro titular de Ybarra.
El
Fundi, que sustituyó a Juan Mora, de tabaco
y oro, una oreja y silencio. El Juli,
de nazareno y oro, silencio y una oreja. Sebastián
Castella, de marengo y oro, ovación y silencio.
Jueves, 12 de julio de 2012. Pamplona.
8ª de abono. Templado, soleado, estival. Casi lleno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario