Decisión unánime
del jurado. Personalidad de Juan Leal, gusto y caligrafía sevillana de Juan
Ortega, valentía del colombiano Viriato: no bastó con ninguna de esas virtudes.
BARQUERITO
Fue la final del certamen internacional de
novilleros de Las Ventas: doce candidatos, tres finalistas. Primero, un Juan Leal arlesiano que tiene metidas
en la cabeza las maneras de Sebastián
Castella y, por tanto, un algo de Paco
Ojeda; y, luego, conscientemente o no, la sangre fría de Pepín Jiménez: la verticalidad, el
toreo de brazos y mano baja, cierto compás. Todo eso está de momento en
proyecto porque se está haciendo el torero todavía y ya se verá cuando toque.
Mimo, ritmo y buen aire en el inicio de faena
con un sobrero claudicante del hierro de Yerbabuena, los jandillas de Ortega Cano.
A la cuarta claudicación del toro, castigaron a Leal con el hiriente grito de "¡Qué
emoción…!" tan de Madrid.
El cuarto de corrida, agalgado, astifino,
serio de cara, rebelde en varas, una punta de genio, no fue sencillo. Le costó
acoplarse a Juan Leal, pero se
estuvo, ya que no templado, firme. Se encajó entre pitones sin inmutarse,
intentó sin fortuna el toreo circular cambiado, no cejó. Cuatro pinchazos y una
estocada sin pasar sino quedándose en la cara del toro. Salió del encuentro con
un pitonazo en el chaleco. No se inmutó.
Luego de Leal,
un Juan Ortega sevillano que estudia
ingeniería con provecho y se está haciendo torero en Córdoba. ¿Córdoba o
Sevilla? Sevilla: el espejo es fácilmente reconocible: Morante. La caligrafía de
Morante
pero sin su descarga de hombros ni su posada de planta; el gustito clásico que
tiene una chispa de rancio amaneramiento, pero que en Morante no se siente
latir y sí en sus imitadores; la compostura de figura, una aparente firmeza. No
la ligazón, ni el dejarse ir.
De todos los novilleros del concurso el de más
oficio habrá sido este Juan Ortega,
a quien sonríó en esta baza la suerte de llevarse el mejor toro de la
tarde-noche. Un segundo garcigrande
de noble son. Fácil y encajadito de capa en el recibo Juan; excelente a caballo el gran Antonio Saavedra, buena lidia de Figuerola; una faena abundante, airosa, graciosa en los remates,
clasicista. Con alardes y adornos del repertorio de Morante: el pase de las flores, los molinetes sevillanos, buenos remates
cambiados a pulso y en semicírculo.
Y, sin embargo, más toreo seguido que
propiamente ligado. No entró la espada –un pinchazo, una entera muy tendida- y
se atascó el descabello: diez ataques. Y ahí se fue el posible premio de un
concurso que parecía condenado a ser declarado desierto. Se había elegido para
la final una novillada de Garcigrande y ni eso funcionó. El
quinto de corrida pegó bastantes cabezazos, Ortega se sujetó sin problema, dibujó algún garabato bonito y
volvió a enredarse con la espada y el verduguillo.
El más nuevo de todos, el colombiano Juan Viriato, de Cúcuta, es un torero
muy valeroso. Valor para hacer dos o tres toreros. Pero está crudo. Y, encima,
la prueba dura de vérselas con un tercer garcigrande
desagradable por todo: por abierto de cara, por manso, por brusco, a la
defensiva antes de rajarse. Y sólo pudo estar Viriato entero. Ni una arruga en el ceño. Dos estocadas, pero las
dos asomaron. Un descabello.
El sexto -530 kilos- era un toro en regla,
arreó con motor y carácter, se deslumbró con los focos. Viriato lo esperó desde el platillo en un primer cite de largo –a la
manera de César Rincón- y aguantó
impávido, ajustadísimo. No descolgó el toro, crecido, venido arriba y dueño de
la pelea en cuanto descubrió al torero de Cúcuta sin recursos. El combate de Tancredo y la fiera. Tancredo –Viriato- a merced del toro, que pudo haberle hecho mucho daño
porque hizo hilo con él después de un pinchazo, la persecución fue diabólica y,
si no llega a cruzarse el capote de Javier
Morera en un quite salvavidas, termina mal la película. No es que fuera
feliz final tampoco.
FICHA DEL FESTEJO
Dos novillos de Domingo
Hernández -5º y 6º-, tres de Garcigrande
(Concha Escolar) y un sobrero -1º
bis- de Yerbabuena. Aplaudido el
segundo, que tuvo buen sol.
Juan Leal, de caña y oro, silencio y
silencio tras un aviso. Juan Ortega,
de púrpura y oro, división tras un aviso y silencio tras un aviso. Juan Viriato, de tabaco y oro, silencio
tras aviso en los dos.
Notable a caballo Antonio
Saavedra, que picó al segundo. Buena brega de Rafael Figuerola con ese novillo. Un quite providencial de Javier Morera a Juan Viriato.
Madrid. Final del Certamen de Novilleros. Media plaza.
Veraniego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario