Ponce, en su aire
de casi siempre, fácil, ligero y seguro. Ramalazos suculentos de Morante,
arrebatado con el sexto. Cuatro buenos toros de Victoriano del Río.
BARQUERITO
Embistieron cuatro toros de Victoriano
del Río pero, en corrida de mano a mano, no hubo reparto equitativo.
Sirvieron los tres del lote de Ponce,
y cada uno fue de una manera. Sólo el último de los tres de Morante se prestó a juegos galantes y
no tan galantes, pues derribó hasta dos veces, se enceló con un caballo pinto
caído y tuvo que ser coleado –por el propio Morante- para soltarse de la presa.
Lo que no tuvo la corrida fue trapío. Cuesta
recordar en Valencia una corrida tan pobre de cara. El único toro de cierto
respeto, segundo del envío, fue tan terciado que levantó protestas. Luego, se
hizo la vista gorda: el tercero, retinto y amplio, fue digno de toda sospecha,
solo que tuvo pies y movilidad. Una cosa y otra, además de amerengada bondad,
bastaron para encubrir las apariencias. El cuarto, rabón, chorreado en verdugo,
fue el más anovillado de los seis. El de menos fuerza y el de más inocua
condición.
Con la cosa en dos sí y dos no, vinieron a
despejar incógnitas los dos últimos. Bizco y brocho el quinto, de buen motor y
mucha nobleza; engatilladito y recogido el sexto, que tuvo muchas carnes –casi
600 kilos- y, además de montar en varas un cirio, embistió con picante
carácter. No temperamento, sí vibración, garrita y ganas.
No se sintió rivalidad alguna de mano a mano
en la primera mitad de festejo ni en el toro que abrió la segunda tras la
parada biológica de la merienda. No merienda casi nadie, pero se respeta la
tradición fastidiosa de los diez minutos. Ponce,
que tan poco se estira con el capote, se animó casi por sorpresa en el recibo
de quinto. Tal vez porque lo vio galopar y claro. Tres lances a pies juntos
cosidos con tres chicuelinas
frontales de manos bajas y media a
pies juntos también, de aire mexicano. Después de la primera vara, Ponce repitió a la verónica: tres lances sueltos arrebatados, de mucha tela, sentidos.
En su turno replicó Morante con tres
chicuelinas de espléndido garbo –cimbreo de cintura, cosquillas con los dedos
al envolverse el torero- y media de
mentón encajado, cuerpo algo vencido y manos muy bajas. Ya no hubo más duelo.
Morante quiso romperse en el recibo del sexto pero apretó demasiado el toro y
no le dejó salirse de las rayas. Después de las dos batallas en varas, Morante salió a quitar por mandiles y
se comió la escena toda porque los lances tuvieron su gracia y su firma a pesar
de su heterodoxa elección de terrenos. Media
verónica de broche fue singular por la manera de rebañar Morante la embestida algo eléctrica del
toro.
La faena de Morante al sexto, puro desorden pero pura improvisación también,
estuvo sembrada de suculentos chispazos. Salteada de notas del mejor repertorio
–el toreo a dos manos y de costado, los pases por alto a suerte cargada, los
recortes y remates de escuela sevillana- fue faena sin composición redonda. La
emoción del descaro de Morante
cuando se plantó en los medios para torear en corto y en redondo con gran calma
y caro empaque. Las salidas de la cara del toro fueron hermosas. El aura del
toreo sentimental y más esculpido que dibujado. Se celebró todo a modo. La
espada entró con apuros al segundo viaje. Era toro alto de agujas. Con los dos
toros previos de lote Morante tiró
por la calle de en medio sin cortarse un pelo.
Estocada y engaño
Los tres trasteos de Ponce fueron como calcos a pesar de ser toros de aire diferente.
Pronto, con buen estilo un primero cornicorto y rellenito, de buena movilidad.
De pasta flora el tercero. De lindo son el quinto. Al primero tardó en
cuadrarlo Ponce exageradamente;
cortó el ritmo de faena más de lo preciso y le faltó echarse adelante con la
mano izquierda. Limpio pero liviano. De una estocada cobrada soltando el
engaño, Ponce salió perseguido
desairadamente y tuvo que saltar la barrera por las bravas. Al caer en el
callejón debió de pisar mal porque ya no dejó de cojear en toda la tarde. Unas
veces más y otras menos.
La banda -¿de Catarroja o de Silla?- acompañó
la faena del tercer toro con el Gallito,
de Lope, que el maestro de Ezcaray compuso y estrenó en esta plaza
de Valencia hace 107 años. Esta faena de Ponce
tuvo su parte caligráfica y manida, la concesión de un intento frustrado de poncina despatarrada, brotes de toreo de
frente, un abanico y cierto aire de fruslería chispeante. Dos pinchazos previos
a la estocada la dejaron sin premio.
La gente, que bramó con los meros apuntes de Morante, estuvo gentil con Ponce. Solo que se dejaron oír quienes
sintieron que la faena del notable quinto –abierta con suntuoso toreo
genuflexo, el postre de primer plato esta vez- pecó de ligera, conformista y
tangente: abuso del toreo de perder pasos, de los molinetes y del estado líquido. De modo que faltó ambición. Pero,
caída, entró la espada y, aunque marró con la puntilla José María Tejero hasta cuatro veces, no llegó a levantarse el
toro, que vomitó mucho. La gente tenía ganas de dar una oreja como fuera. Ésta
no estuvo ni mal ni bien ganada. La que premió a Morante después, casi lo mismo.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victoriano
del Río, de desiguales hechuras y distinta condición. Corrida de pobre
trapío. Primero, quinto y sexto dieron muy buen juego. El tercero,
extraordinariamente bondadoso. Escarbó un segundo sin celo. Muy deslucido el
cuarto.
Mano a mano. Enrique
Ponce, que sustituyó a José María
Manzanares, de bermellón y oro, saludos tras un aviso, saludos tras aviso y
una oreja. Morante de la Puebla, de
verde esmeralda y oro, pitos, pitos y una oreja.
Valencia. 4ª de la Feria de Julio. Tres cuartos de
entrada. Veraniego.
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