domingo, 29 de julio de 2012

FERIA DE SAN JAIME EN VALENCIA: «Un mano a mano pacífico»


Ponce, en su aire de casi siempre, fácil, ligero y seguro. Ramalazos suculentos de Morante, arrebatado con el sexto. Cuatro buenos toros de Victoriano del Río.
 
BARQUERITO

Embistieron cuatro toros de Victoriano del Río pero, en corrida de mano a mano, no hubo reparto equitativo. Sirvieron los tres del lote de Ponce, y cada uno fue de una manera. Sólo el último de los tres de Morante se prestó a juegos galantes y no tan galantes, pues derribó hasta dos veces, se enceló con un caballo pinto caído y tuvo que ser coleado –por el propio Morante- para soltarse de la presa.

Lo que no tuvo la corrida fue trapío. Cuesta recordar en Valencia una corrida tan pobre de cara. El único toro de cierto respeto, segundo del envío, fue tan terciado que levantó protestas. Luego, se hizo la vista gorda: el tercero, retinto y amplio, fue digno de toda sospecha, solo que tuvo pies y movilidad. Una cosa y otra, además de amerengada bondad, bastaron para encubrir las apariencias. El cuarto, rabón, chorreado en verdugo, fue el más anovillado de los seis. El de menos fuerza y el de más inocua condición.

Con la cosa en dos sí y dos no, vinieron a despejar incógnitas los dos últimos. Bizco y brocho el quinto, de buen motor y mucha nobleza; engatilladito y recogido el sexto, que tuvo muchas carnes –casi 600 kilos- y, además de montar en varas un cirio, embistió con picante carácter. No temperamento, sí vibración, garrita y ganas.

No se sintió rivalidad alguna de mano a mano en la primera mitad de festejo ni en el toro que abrió la segunda tras la parada biológica de la merienda. No merienda casi nadie, pero se respeta la tradición fastidiosa de los diez minutos. Ponce, que tan poco se estira con el capote, se animó casi por sorpresa en el recibo de quinto. Tal vez porque lo vio galopar y claro. Tres lances a pies juntos cosidos con tres chicuelinas frontales de manos bajas y media a pies juntos también, de aire mexicano. Después de la primera vara, Ponce repitió a la verónica: tres lances sueltos arrebatados, de mucha tela, sentidos. En su turno replicó Morante con tres chicuelinas de espléndido garbo –cimbreo de cintura, cosquillas con los dedos al envolverse el torero- y media de mentón encajado, cuerpo algo vencido y manos muy bajas. Ya no hubo más duelo.

Morante quiso romperse en el recibo del sexto pero apretó demasiado el toro y no le dejó salirse de las rayas. Después de las dos batallas en varas, Morante salió a quitar por mandiles y se comió la escena toda porque los lances tuvieron su gracia y su firma a pesar de su heterodoxa elección de terrenos. Media verónica de broche fue singular por la manera de rebañar Morante la embestida algo eléctrica del toro.

La faena de Morante al sexto, puro desorden pero pura improvisación también, estuvo sembrada de suculentos chispazos. Salteada de notas del mejor repertorio –el toreo a dos manos y de costado, los pases por alto a suerte cargada, los recortes y remates de escuela sevillana- fue faena sin composición redonda. La emoción del descaro de Morante cuando se plantó en los medios para torear en corto y en redondo con gran calma y caro empaque. Las salidas de la cara del toro fueron hermosas. El aura del toreo sentimental y más esculpido que dibujado. Se celebró todo a modo. La espada entró con apuros al segundo viaje. Era toro alto de agujas. Con los dos toros previos de lote Morante tiró por la calle de en medio sin cortarse un pelo.

Estocada y engaño

Los tres trasteos de Ponce fueron como calcos a pesar de ser toros de aire diferente. Pronto, con buen estilo un primero cornicorto y rellenito, de buena movilidad. De pasta flora el tercero. De lindo son el quinto. Al primero tardó en cuadrarlo Ponce exageradamente; cortó el ritmo de faena más de lo preciso y le faltó echarse adelante con la mano izquierda. Limpio pero liviano. De una estocada cobrada soltando el engaño, Ponce salió perseguido desairadamente y tuvo que saltar la barrera por las bravas. Al caer en el callejón debió de pisar mal porque ya no dejó de cojear en toda la tarde. Unas veces más y otras menos.

La banda -¿de Catarroja o de Silla?- acompañó la faena del tercer toro con el Gallito, de Lope, que el maestro de Ezcaray compuso y estrenó en esta plaza de Valencia hace 107 años. Esta faena de Ponce tuvo su parte caligráfica y manida, la concesión de un intento frustrado de poncina despatarrada, brotes de toreo de frente, un abanico y cierto aire de fruslería chispeante. Dos pinchazos previos a la estocada la dejaron sin premio.

La gente, que bramó con los meros apuntes de Morante, estuvo gentil con Ponce. Solo que se dejaron oír quienes sintieron que la faena del notable quinto –abierta con suntuoso toreo genuflexo, el postre de primer plato esta vez- pecó de ligera, conformista y tangente: abuso del toreo de perder pasos, de los molinetes y del estado líquido. De modo que faltó ambición. Pero, caída, entró la espada y, aunque marró con la puntilla José María Tejero hasta cuatro veces, no llegó a levantarse el toro, que vomitó mucho. La gente tenía ganas de dar una oreja como fuera. Ésta no estuvo ni mal ni bien ganada. La que premió a Morante después, casi lo mismo.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Victoriano del Río, de desiguales hechuras y distinta condición. Corrida de pobre trapío. Primero, quinto y sexto dieron muy buen juego. El tercero, extraordinariamente bondadoso. Escarbó un segundo sin celo. Muy deslucido el cuarto.
Mano a mano. Enrique Ponce, que sustituyó a José María Manzanares, de bermellón y oro, saludos tras un aviso, saludos tras aviso y una oreja. Morante de la Puebla, de verde esmeralda y oro, pitos, pitos y una oreja.
Valencia. 4ª de la Feria de Julio. Tres cuartos de entrada. Veraniego.

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