Una
versión desangelada del torero de Orduña en su segunda apuesta como único
espada en menos de dos meses. Inesperado colofón y generoso botín de dos orejas.
BARQUERITO
Estaban anunciados mano a mano Javier Castaño e Iván Fandiño, pero, convaleciente de las dos cornadas del domingo
pasado en Mont de Marsan, Castaño
anunció anteanoche que no iba a comparecer. Se abrió paso inesperadamente la
opción de que matara Fandiño la
corrida como único espada. Ni duelo de rivales en mano a mano ni tampoco
contrastes relevantes en punto a toros. Estaban anunciadas tres ganaderías de
encastes distintos y saltaron dos toros asaltillados
de Adolfo
Martín, dos ajandillados de Fuente
Ymbro y tres y no dos núñeces
de Alcurrucén
porque el primero de los fuenteymbros
–tercero de festejo- se tronchó por la pala el cuerno derecho y, aunque no
llegó a perderlo, provocó el rechazo general.
No hubo ningún toro de particular
carácter, pero los dos alcurrucenes
que fueron como apertura y cierre del paréntesis –primero y sexto- salieron
buenos. Cada uno de una manera: más calidad aquél que éste, pero más fácil éste
que el otro. Uno, negro mulato; el sexto, castaño chorreado, alto como un
caballo, ensillado, larguísimo y astifino pero engatillado y recogido, cómodo.
Los dos descolgaron: el primero, que se atuvo de salida al código del toro tipo
de Rincón
–gateó con viveza, pero fue asustadizo, tardó en fijarse pero descolgó-, se le
fue a Iván sin mayor gloria. Un
trabajo empeñoso y monótono. Muchas voces para provocar al toro, que, a engaño,
vino sin quebranto. Faena de muchas pausas y pobre apuesta.
Sólo dos quites hizo Fandiño en toda la corrida. Con ese
primero de la tarde quitó por valencianas
–un lance creado por Vicente Barrera
durante uno de sus periplos mexicanos de los años 30- pero ninguno de los tres
lances salió limpio. Sí la revolera
de remate.
Iba a ser, por falta de recursos e
imaginación, tarde casi plana –sólo un cohete de última hora recompensado muy
generosamente- pero estuvo en un tris de torcerse en serio, porque el segundo
de corrida –un noble playero de Adolfo que tuvo más bondad que
poder- sorprendió a Fandiño en un
cite en falso, en uve la muleta y él por fuera, y lo volteó de mala manera, en
el suelo volvió a encontrarlo y le pegó un trastazo imponente: de un golpe lo
mandó a diez metros.
A Fandiño se le quedó el chaleco vuelto del revés y tal vez
descompuesta la taleguilla de su terno salmón y oro. Se repuso sin siquiera
meterse entre barreras, se despojó de la chaquetilla y ya estuvo el resto de
corrida como en mangas de camisa: los tirantes blancos clásicos. Una mancha de
sangre en un hombro, pero era sangre de toro. De vuelta a la cara del toro que
lo había cogido dos veces, Iván se
dejó ir en un breve arrebato, que no hizo bien a nadie.
El tercero, de Fuente Ymbro, de porte
extraño –zancudo, alto, sacudido-, tuvo velocidad y elasticidad sobresalientes,
pero lo hicieron rematar en un burladero a destiempo y se estropeó. Una pena.
Parecía el toro perfecto para levantar un espectáculo que de pronto pesaba como
plomo. O como la atmósfera: tarde de cargante bochorno valenciano, no salió
apenas el sol y descargó una media tormenta de agua caliente.
El sobrero, de Alcurrucén, negro girón y
calzado, de redonda culata, cuajado pero corto, tronco de cilindro, saltó al
callejón y se aplaudió el detalle en noche olímpica. Corretón y rebrincado el
toro fuera de programa. En Bilbao, hace cinco semanas y media, cuando Fandiño mató seis toros de un golpe,
igual que ahora, un sobrero pintoresco del tercer hierro de los Lozano le dio aliento y vida pese a ser
toro imposible. Aquí ni lo uno ni lo otro.
Llegó la hora de la merienda, un
cuarto de hora de refresco y aquello parecía insostenible e irremontable. Y
casi. Porque el cuarto de la tarde, de Adolfo, no solo no tuvo fuerza sino
que se revolvió y frenó. Sin ser problemático, salió deslucido. Fandiño no le vio la muerte. Se puso a
llover caldo de nubes y se despoblaron los tendidos.
El quinto, de Fuente Ymbro, corto de
manos, muy pechugón y badanudo, de tratable estilo, fue y vino sin más.
Destemplado Fandiño, porque la tarde
le empezaba a pesar como a todo el mundo. Pero le pegó una estocada excelente y
se ablandó el corazón de la gente.
Una oreja que parecía premio de
consolación, pero que vino a sumarse a otra cobrada del sexto y último, el
bondadoso gigantón de Alcurrucén que, cuello de acordeón y
nobleza casi pajuna, el célebre tranco de más, su entrega en la distancia, fue
toro propicio. Desigual el trasteo; inspirada, la banda de Catarroja o de donde
fuera atacó el Martín Agüero muy
afinadamente –pasodoble de autor y tema vizcaínos-, lo cual se entendió como un
homenaje; con la cosa más disoluta que cumplida, Fandiño se adornó con bernadinas
de irregular ajuste pero celebradísimas, pinchó en un ataque al salto soltando
el engaño –y volvió a caer a merced del toro-, se encendió el fuego de la
emoción, una estocada de ley y, en fin, a hombros salió el torero de Orduña.
Los goles maquillan los resultados, dice la gente del fútbol.
FICHA DEL FESTEJO
Dos toros -2º y 4º- de Adolfo Martín, tres -1º, 3º bis y 6º-
de Alcurrucén y uno -5º- de Fuente Ymbro.
Iván
Fandiño, de salmón y oro, único espada.
Saludos, saludos, silencio, silencio, una oreja y una oreja. Lo sacaron a
hombros.
Valencia. 3ª de la Feria de Julio.
Apenas un tercio de plaza. Bochorno severo. Lluvia de verano durante la lidia
de cuarto y quinto.
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