BARQUERITO / DIARIO DE NAVARRA
El
rito del paseíllo se ha roto este año en Pamplona y no se sabe por qué. Se
sabrá. Se acaba sabiendo casi todo. Del coro que al abrirse la puerta de
cuadrillas tarareaba tan afinadamente el Te Deum de Marc-Antoine Charpentier
nunca más se supo.
Nunca
es hace una semana. Una semana en Pamplona y en sanfermines es una época. Puede
pasar de todo. Se habrá pasado de moda ese preludio barroco que era el himno de
las peñas. La sintonía de Eurovisión. No es casual que la música barroca sea
clásica. Lo cual, vuelto por pasiva, puede predicarse del toreo. El Juli era un
niño hace nada y ha pasado en horas veinticuatro a ser un clásico. No un torero
barroco. ¿Qué es el barroco? ¿Morante., José Tomás, etcétera? ¿O ese preludio
de Charpentier que ha dejado de oírse en Pamplona a las seis y media? Fue
genial la idea de ponerle música al paseíllo de sanfermines. Y, además, aquel
respeto, aquella unción, aquella guasa y aquella gracia. En el anuario del Club
Taurino de Pamplona, un profesor de Barcelona, Juan Antonio Polo, que cumple
ahora cincuenta años de presencia continuada en la Feria del Toro, se lamenta
de que los sonidos y las músicas del sol se hayan ido haciendo en la plaza de
Pamplona cada vez más informes, atonales, artificiales, agresoras: el ruido.
La
última presa cobrada por el ruido es el Te Deum. ¿Qué hacer? Imposible
recuperar el Riau Riau, cuya música de fondo era un ritmo melancólico de un
compositor de la tierra, el vals de Astráin; se perderá el preludio barroco de
las corridas sanfermineras; y tal vez el año que viene dejen de oírse rancheras
en los toros y en las calles.
No
sé si lo sabéis, pero la música del encierro la ponen los cencerros de los
cabestros. La esencia de lo clásico es permanecer: ahí está este Juli que era
un niño cuando vino a Pamplona el año 99 –justo cuando se cumplía el
tricentenario del estreno del Te Deum famoso- y es ahora un clásico. ¡Qué
fuerza la suya solo ayer! Una clavícula en cuarentena –convalece de una
luxación- pero El Juli puede con todo. Es un dicho clásico y barroco entre
gente del toro. Puede poner a bramar a diez mil almas a la vez. Como
Charpentier.
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