FERNANDO FERNÁNDEZ
ROMÁN
@FFernandezRoman
El Ayuntamiento de Madrid, a pesar de la monumentalidad
preciosista y barroca de su nuevo emplazamiento, es una jaula, dicho sea sin
ánimo de ofender. Una jaula no de funcionarios, sino de especímenes dirigentes
que coexisten en revoltón en un constante choque frontal de ideologías que se
repelen a todas horas y por todos los rincones del suntuoso edificio, como las
pelotas aquellas de acero que rebotaban contra los artilugios electrónicos de
las máquinas recreativas de los años 60. Los habitantes de la jaula municipal
madrileña parece que se miran de reojo, como si se esforzaran por mantener el
tipo, por disimular la aversión que les produce el contacto congregacional con
quienes piensan de manera distinta, en aras de la santa democracia, que es el
maná de la convivencia entre gentes civilizadas.
Ocurre, sin embargo, que esa aversión se manifiesta
especialmente en el día a día de la facción alineada en la parte más alejada
–en el sentido estrictamente posicional– de la izquierda política, precisamente
la que enarbola la vara de mando: Ahora Madrid, cuya capitana es una venerable
señora llamada Manuela Carmena, especialista en ocurrencias y pronunciamientos,
desbarros y patinazos que podrían mover a la hilaridad si no fuera por la
gravedad que desprende el saber que emanan de la cabeza que ostenta la máxima
autoridad en la capital de Reino de España.
Se mueven entre el disparate y el objetivo impenitente de
las cuentas pendientes de saldar, por ese extraño empecinamiento, esa obsesión
por darle la vuelta a la tortilla de buenos y malos que comenzó a cuajarse en
la sartén de este país hace exactamente ochenta años. Es una soga asfixiante y
retrógrada que acaba descabezando mentalidades preclaras y buenas intenciones,
que sin duda las habrá en los políticos de nueva generación.
Un disparate mayúsculo –uno más– de Carmena and Company es
la pretensión de convocar un referéndum para constatar si Madrid quiere toros o
no los quiere, probablemente porque tendrán sondeos que darían ganadora a la
parte que quiere suprimirlos. De inmediato, la Federación Internacional de
Tauromaquia advirtió de la incompetencia de un Ayuntamiento para impulsar tal
medida y su demanda por vía penal a quien o quienes la planteasen, por contravenir
la legislación vigente. Carmena –que ¡es juez!—no debe tener ni idea de tal
situación jurídica, pero frenó la pretensión. Y no solo eso, sino que ha tenido
que proclamar formalmente que los toros en Madrid y su feria de San Isidro son
un Bien de Interés General, a propuesta de la portavoz del Partido Popular,
respaldada por el PSOE y Cuidadanos, aunque los de Ahora Madrid y adláteres
votaron, naturalmente, en contra. Ahora Madrid, ya se sabe, ha logrado suprimir
la subvención a la Escuela Taurina de la Casa de Campo y se niega a proteger y
potenciar la Tauromaquia, incluso al margen del tema económico, porque, dicen,
no se ajusta al modelo de ciudad que quieren construir.
Para que se entienda: en Madrid, ahora, resulta que las
fiestas del Orgullo de LGTBI han sido pomposamente declaradas Bien de Interés
General, y se pretendía que las Fiestas de Toros por San Isidro fueran
suprimidas de un plumazo. Y ustedes se preguntarán, ¿qué es LGTBI?, pues la
referencia a una Asociación que aglutina a lesbianas, gays, transexuales,
bisexuales y otros transgéneros adyacentes. Y antes de que se me tiren al
cuello los integrantes de tan respetable colectivo y algunos afectos a la
causa, me apresuraré a decir que me parece muy bien que el LGTBI haya sido
proclamado Bien de Interés General, si así lo consideran Ahora Madrid y quienes
sostienen su permanencia en el solio de la Alcaldía. Lo voy a repetir, por si
no ha quedado claro: todo lo que se acuerde democráticamente en un Pleno
Municipal es de obligado acatamiento, aunque no se comparta. Ahora bien, ¿por
qué Carmena no propuso un referéndum para someter a la opinión pública el grado
de interés que pueden tener para los madrileños –¡y las madrileñas!, que no se
me olvide– las fiestas de LGTBI?
Habida cuenta de que en la plaza de Cibeles de Madrid y
sobre la fachada de su magnífico Ayuntamiento estuvo desplegada –no sé cuantos
días—la bandera arcoíris del citado LGTBI, supongo que Carmena ordenará que se
derrame sobre el alzado principal una gran bandera de España con el logo del
toro bravo durante la feria de San Isidro, para que nadie pueda dudar de su
democrático talante. Si así no fuere, habrán de demandárselo quienes han
secundado la petición del primer partido de la oposición.
Pero muy probablemente no lo harán, porque los antitaurinos
–que también votan—son muy drásticos, activos y violentos, y porque de hacerlo
la alcaldesa haría juegos malabares para salirse por la tangente, habida cuenta
de que, en gran medida, los antis –taurinos, sistema o lo que fuere– están muy
cercanos a su ideología y no conviene encocorarlos, ¿verdad, Carmena? Una cosa
es la política y otra el politiqueo, la poltrona y las cosas de comer, sobre
todo para los que medran en su derredor.
Venga, Carmena, anímate y acude a Las Ventas en una tarde de
toros de la feria de San Isidro. Aunque solo sea para repartir ceniceros entre
los fumadores de puros. Lo ibas a pasar de buten.
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