PACO AGUADO
Es lo que tiene esta forma actual de hacer
"periodismo" taurino. El sometimiento a la escueta economía
autárquica del toreo ha llevado a algunos a auto convencerse de que su
subsistencia estriba en el generalizado criterio de que "to er mundo es
güeno". Y pasa así que, entre churras y merinas, hay hechos a los que no
se les da la suficiente importancia, si es que no pasan desapercibidos, en los
monótonos, tópicos y precavidos análisis de los actuales "expertos".
Es el caso, por ejemplo, de la apabullante trayectoria de
Andrés Roca Rey en esta su primera temporada de matador de alternativa, a la
que, sí, se le está dando cobertura y bombo en los medios taurinos, sólo que a
la misma altura y sobre la misma e injusta tabla rasa de importancia que se
aplica con otros jóvenes espadas que, a fecha de hoy, se han quedado muy
relegados tras el demarcaje del peruano.
Pero, una vez cumplida la primera parte de la temporada
española y antes de que empiece a girar la rueda agotadora de los festejos de
agosto y septiembre, ya se puede asegurar que Roca Rey es el máximo candidato a
triunfador del año taurino europeo, a tenor de esa impresionante racha de
triunfos que no distingue de tipos de toros ni de categorías de plazas:
arrollando y saliendo a hombros desde Olivenza a Valencia, pero pasando así
también nada menos que por Madrid, Pamplona, Arles, Burgos, Granada,
Mont-de-Marsan, Alicante...
Desde la irresistible llegada de El Juli a finales de los
noventas del pasado siglo, no había vuelto a darse un despegue con tanta fuerza
ni similar al de Roca Rey, que no sólo se está codeando ya con las figuras sino
que hasta les ha perdido el respeto. Y eso con sólo diecinueve primaveras
cumplidas, menos de un año de alternativa y apenas sesenta corridas de toros en
su haber.
Sólo estos hechos objetivos, más allá de la mayor o menor
calidad artística de su toreo, merecen, desde luego, una consideración
mediática de más profundo calado. En justicia, piden un reconocimiento del
mismo nivel que lo que el joven suramericano está demostrando cada tarde en su
ya imparable ascenso a la primera fila a base de esa ambición que se le exige a
todo novel y de un desmesurado valor natural que sólo está al alcance de unos
pocos.
A falta de pulir sus aún comprensibles carencias –el toreo a
la verónica sigue siendo su gran asignatura pendiente–, Roca Rey está golpeando
duro cada tarde que sale a los ruedos, básicamente porque arriesga y apuesta al
máximo, aun a costa de sufrir aparatosos y escalofriantes percances como los
que tuvo ante los toracos de Pamplona, pero de los que se levanta sin inmutarse
y sin que se le mude "la coló", que diría un sevillano.
Por seguridad, descaro, serenidad, capacidad, solvencia
muletera y hasta por su forma de llenar plaza, este joven pero ya maduro torero
recuerda mucho a aquel Jesulín de Ubrique de los primeros años de matador, ese
otro aspirante irrespetuoso que, tras la gravísima cornada de Zaragoza y antes
de caer en la trampa de la masificación y las televisadas triviales, fue capaz
de triunfar a golpe cantado por encima de cualquier circunstancia para subirse
al tren del que se cayó en marcha.
Nacido hace sólo 19 años, cuando El Juli aún andaba de
novillero por México, José Tomás apenas pensaba en su alternativa y Ponce iba
tras la rueda de Joselito, Roca Rey también ha irrumpido así, con una inusitada
solidez, en el banquete de las figuras, aunque, en su caso, sólo ha necesitado
temporada y media, desde que, herido, salió a hombros de novillero en Las
Ventas.
Pero tal vez esta histórica hazaña no haya sido reconocida
todavía en su justa medida por unos medios mal acostumbrados a los
estereotipos, a dividir a los toreros en cómodas categorías y a meterlos en un
mismo saco, como ese ya caduco de los "jóvenes del relevo", sin hacer
más distinciones que los de sus estrategias "comerciales" de
supervivencia bajo mínimos.
Tiene, pues, en su contra este desbordado Roca Rey una
situación mediática muy distinta a sus precedentes Juli y Jesulín, a los que no
sólo la prensa taurina sino sobre todo la generalista dio suficiente difusión
como para hacerlos populares entre el gran público que enseguida acudió a
llenar las plazas a su reclamo.
Al peruano, lamentablemente, le costará más esa popularidad
externa, la que eleva definitivamente a los toreros al rango superior, pero, de
momento, a base de titulares y de salidas a hombros, ha conseguido desmarcarse
del resto de los de su generación en el boca a boca y la estimación de los
aficionados, un cauce seguro y consistente que lleva mucho más lejos que la
falsedad de las publicidades encubiertas.
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