El maestro de Chiva desoreja bajo
los los acordes de "La Misión" a un extraordinario toro de Miranda y
Moreno premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. *** Juan del Álamo sólo
da una vuelta al ruedo con el mejor lote de la notable corrida. *** Roca Rey,
sin suerte, se va de vacío.
Enrique Ponce |
ZABALA DE LA SERNA
Diario ELMUNDO de Madrid
@zabaladelaserna
Foto: EFE
Como no presentiría Enrique Ponce que «Bendecidito» iba a
ser un derroche de brava clase y extraordinario son, que ordenó a la banda
interpretar La Misión. Y la música divina de Ennio Morricone inundó el ruedo de
Cuatro Caminos. El toro de Miranda y Moreno profundizó en las hondas dobladas
de Ponce como había hecho en el capote de Mariano de la Viña.
El toreo acaderado del maestro de Chiva seguía el compás del
maestro de la batuta; las embestidas marcaban el suyo. EP se interpretaba
vertical y desmayado; «Bendecidito» se explayaba horizontal y suntuoso. Las
manos del torero dejaban volar la imaginación del toro, y la partitura, la
imaginación de la gente. Los pases de pecho abrochaban todo con elegancia. La
izquierda de Ponce aleteó como marcando un tempo menor a la trompeta.
A los jesuitas de la película -inolvidables Jeremy Irons y
Robert de Niro- los asaetaron por menos. Cuando volvió a explotar Enrique toda
la profundidad del toro de Javier Moreno fue en las poncinas de sobreactuada
preparación. Cobró el muletazo la hondura de los doblones prologales, la que
debió sostener la sedosa faena para el fondo de «Bendecidito» y no para La
Scala de Milán. Pero la escenificación operística del nuevo evangelio poncista
caló en el público santanderino, que se entregó en cuerpo y alma como en caída
libre por las cataratas de Iguazú, perdonando el pinchazo y el pinchazo hondo
definitivo. La presidencia siguió la corriente y concedió las orejas; la vuelta
al ruedo a «Bendecidito» se hacía imperdonable. Y fue tan azul como el pañuelo.
A Enrique Ponce le festejaron la suya con Paquito el Chocolatero a pleno pulmón
como punto de contraste con su Misión.
La brisa del día de Santiago se había tornado directamente
en viento. Enrique Ponce miraba al principio de la tarde las banderas, vertía
agua en la muleta, cambiaba y cerraba terrenos. Eolo impidió la faena donde
pedía el toro de Miranda y Moreno, allí en los medios, donde cayó la montera.
Enterito el encastado toro además, que en la segunda vez que acometió al
caballo no se le dio. Ponce, que había gastado suavidad y temple en las
verónicas y en un quite por delantales de hermosa media, se vio sorprendido por
el golpe de riñón de la embestida, que iniciaba mejor que finalizaba el viaje.
El maestro se agarró a la ciencia entre los golpes de viento y pistón para ir
sintiéndose más cómodo sobre la mano derecha según avanzaba la faena. Y así
hasta una quinta serie espléndida de redondos enroscados. Crecido como no pudo
ser a izquierdas, un tres en uno de circular invertido, molinete y un
interminable pase de pecho (glorioso y a la hombrera contraria como todos)
sedujo a Cuatro Caminos una vez más. De tal modo que a la parroquia le supo a
poco la oreja y quiso más estruendosamente. Como si la estocada hubiera estado
en lo alto...
De chiqueros apareció descoordinado el segundo, que volvió
por donde había salido. Se corrió turno con «Quitapelos», un toro
extraordinario, de galope y ritmo. No se puede tratar tan malamente un toro tan
bueno. Nada a favor de obra. El volatín en la brega como castigo desvertebrador
y la velocidad y los tirones de la muleta de Juan del Álamo. Como sería la cosa
que en un pase de pecho pegó «Quitapelos» un costalazo. Del Álamo pareció
encontrarle la distancia en la mano izquierda, por donde la embestida también
planeaba con generoso tranco pese a la merma física. Un espejismo antes de
seguir por el palo del barullo y los enganchones.
También se pasó de tiempo Juan del Álamo con el grandón
quinto, de buen embestir pese a sus hechuras. La faena desprendió una espesura
amazónica. Para cuando se perfiló con la espada ya había sonado un aviso. Cayó
otro con la espada dentro. Y con todo Del Álamo se pegó una vuelta al ruedo
para enmarcar su tarde...
Roca Rey le pegó una trinchera de rodillas como prólogo de
faena que dejó a la peña ojiplática antes de pasarse al toro en redondo sin
recuperar la verticalidad. Sin darse importancia. Y lo que faltó precisamente
fue la importancia del toro, que se encogió en su bondad más antes que después.
Con lo cual, ni una arrucina ligada a un interminable cambio de mano ni su
toreo ajustado prendieron.
Roca Rey contó con el lote de más bajo fondo de la notable
corrida de Moreno, y así el último se vino abajo para hacer noticia una tarde
del peruano sin triunfo. Ese fue para Ponce, que voló a hombros sobre Cuatro
Caminos entre gritos de "¡torero, torero!".
MIRANDA Y MORENO | Ponce, Juan del Álamo y Roca Rey
Plaza de toros de Cuatro Caminos. Martes, 26 de julio de 2016. Tercera
de feria. Tres cuartos de entrada.
Toros de Miranda y Moreno,
incluido el sobrero (5º), extraordinario de clase y son el bravo 4º, premiado
con la vuelta al ruedo en el arrastre; muy bueno pero maltratado y dañado el 2º
bis; bueno el grandón 5º; encastado un 1º de mejor inicio que final; encogido
el bondadoso 3º; también se vino abajo el 6º.
Enrique Ponce, de rioja y oro. Estocada rinconera (oreja
y petición). En el cuarto, pinchazo y pinchazo hondo (dos orejas). Salió a
hombros.
Juan del Álamo, de pizarra y oro. Estocada tendida y
pasada. Aviso (saludos). En el quinto, pinchazo y estocada. Dos avisos (vuelta
al ruedo).
Roca Rey, de corinto y oro. Media estocada y
descabello (saludos). En el sexto, dos pinchazos y tres descabellos. Aviso
(ovación de despedida).
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