En la plaza se movía como un
ratón, capaz de colarse en todas las puertas prohibidas. En casa, tenía una
foto de la diva que le hablaba en sueños- *** La memoria fotográfica del toreo-
**** Canito: único testigo en Linares.
JOSÉ AYMÁ
Madrid
Se ha echado la mano a sus ojos perdigones, azabaches en su
tez blanca. Aprieta los labios finos y, coqueto, termina de abrochar un batín
de mercadillo. Exclama: "¡Qué haces tú aquí!". "¿No soy
fotógrafo? ¿A qué voy a venir? ¡A retratarte!". "¿Qué haces tú
aquí?". Está falto de oído y se lo repito: "A retratarte".
Maruja está consumidita como él.
Viste su vejez con bella armonía decadente. Horquillas,
rebeca y rímel, azul Prusia. Al abrir la puerta huele a café recién hecho y a
colonia antigua, me cose a preguntas y a punto está de despacharme hasta las
cinco de la tarde. Menos mal que eran las once, la hora a la que Canito se
levanta todos los días de la cama; me lo había advertido Zabala.
Canito ha husmeado el recibidor y me ha reconocido. Me
abraza con sinceridad de colega, como me abrazó el día que me dieron el premio
de San Isidro por la foto de la puerta grande de Aparicio, hace ya 20 años. El
fémur a medio soldar le obliga a un paso frágil que busca el descanso en la
silla de ruedas. Incluso tocado, Canito no para quieto. Sólo detiene su mirar
en lo aparentemente insignificante. En las plazas de toros se movía como un
ratón que ha llegado a viejo, bregado en las escaramuzas del mundillo.
Tan pronto se encaramaba con agilidad en el burladero para
tener el mejor ángulo del tendido, como hablaba con un apoderado gordinflón de
mucho postín, puro en ristre, copón de coñac en la mano. Se colaba alegremente
por cualquier puerta prohibida, vetada a los devocionarios de la fiesta y a los
incrédulos, capilla y putiferios incluidos.
Canito era de los suyos, parte del paisanaje de la plaza,
catedrático de códigos no escritos, maestro conocedor de la oportunidad del
disparo. Millones de fotos hechas en el tendido, en el burladero, en el coso,
cogidas, sueños fracasados y glorias para el Cossío.
Embadurnado de la sabiduría de los escogidos. Canito olía a
plaza de toros, pringado de tauromaquia, vagabundo de feria en feria, morlaco
tras morlaco, foto tras foto desde las Ventas a Quito. Faenaba Joselito un toro
difícil de Victorino y Canito musitaba a mi lado en Las Ventas: "Piensa,
no dispares al rilin tuntún, pareces una metralleta, no ves que el pase es malo.
Maldito motor de arrastre, los periódicos parecen que tiran el dinero".
En la plaza, con los colegas, Canito no era un batallitas,
estaba en la faena, en la foto. En otros tiempos, entre toro y toro, Canito
corría a la habitación del hotel que siempre alquilaba cerca de la plaza de
turno. Revelaba a toda prisa y antes de terminar el festejo los clientes del
tendido tenían su foto en las manos. Pepe, no conviene que las fijes demasiado,
porqué así cuando se pongan feas te pedirán una nueva copia. Genio y figura,
tiempos duros.
Canito estaba aquella tarde en Linares cuando «Islero», el
toro tuerto negro estrepelao y bragao, mató a Manolete. Manolete ya no era el
Manolete de hace años, recibía más pitos que aplausos, la tragedia terminó de
modelar al mito. Las fotos sobrecogieron al mundo. Manolete se gira a Canito
con la muerte en el rostro. Ya amortajado, le han colocado un crucifijo en las
manos y han sujetado su mandíbula con un pañuelo. Canito fotografía el cadáver
acompañado por El Pipo que se queda sin figura, el fiel Guillermo, Teodoro
Matilla y una viuda desconsolada por un amor imposible. Alguien me contó que,
con aquellas fotos únicas, Canito se compró una casa, aunque creo que no es
cierto.
"¿Hacemos la foto en el salón? Tengo unas cuantas
copias en grande y puede quedar bonita". El Cordobés en su debut en
Madrid, varias de Manolete, Manzanares parece que va a ser arrollado por un
tiburón en vez de un toro, Hemingway en el tendido, Charlton Heston en el
burladero, Sofía Loren, Orson Welles comiendo paella en la entrada de la plaza
de toros de Valencia, fotones taurinos. Pero Canito no habla de toros, se fija
en el retratazo de Ava Gardner que es la portada de su libro recién editado,
Mitos.
Esta sí que era una mujer de bandera. Yo me emborraché con
Ava Gardner, menuda juerga. Después de una corrida nos fuimos unos cuantos a
festejar y uno, dos tres, cuatro, qué se yo, los sol y sombra que nublaron
nuestra noche. ¡Qué tía!, casi nos tumba a todos. Va, va, va, pero qué dices,
si ésa era mucha hembra para ti, ¿no te has visto lo poco cosa que eres? le
replica Maruja con sorna. Canito sujeta la foto de la Gardner y echa a Maruja
del salón con la excusa de ve, búscame la visera blanca para la foto.
Ésta está celosa, dirá lo que quiera pero yo me emborraché
con la Gardner. En la cama, de madrugada, día sí día también se me aparece y no
puedo dejar de ver sus ojos abrasadores. Será que me queda poco y me llama.
Coño, Canito, ahora que no está tu mujer; no quiero líos,
parece que te enamoraste de la Gardner o ¿te escoció no habértela tirado?
Cojones, tú también estarías escocido. ¡Vamos, vamos, la foto que he quedado
para comer! ¿Estas casada? Sí, le responde mi ayudanta. ¿Tienes hijos?, No. Te
felicito morenaza. ¡Coño, Canito que es mi mujer! ¡Pues también te felicito a
ti!
Entre disparo y disparo, Canito alarga la mano desde la
silla de ruedas a unas bolsas trasparentes de plástico. Contienen cientos de
rollos de película enrollados y etiquetados, 1966, 1983, 2002, Manolete, Luis
Miguel Dominguín, El Yiyo, El Cordobés, Curro Romero, Joselito, Ponce, El Juli,
José Tomás..... Aquí está todo, están todos, casi todo el toro del siglo
veinte, que será de ello cuando me muera.
Maricón, tú nos entierras a todos, le suelta Eduardo que ha
venido a buscarle para comer. Este gran hombre peso mosca con 17 años, ex
novillero apodado El Rejillas, ha visto, ha fotografiado más luces y sombras de
la fiesta que nadie. Sin sus fotos la memoria de lo sucedido en la Fiesta
Nacional sería distinta.
Salgo de Valencia con la sonrisa pícara de Canito en el
corazón. Mariconazo, ¡cómo me hubiera gustado fotografiar a Ava Gardner después
de una borrachera!
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