El novel torero extremeño corta
tres orejas en su presentación en Santander con una muy desigual y desfondada
corrida de Núñez del Cuvillo. *** Talavante también se apunta un trofeo.
ZABALA DE LA SERNA
Diario ELMUNDO de
Madrid
@zabaladelaserna
Foto: EFE
Hay una brisa perenne en Cuatro Caminos que envidia España
entera sumergida en ola de calor y odian los toreros por Santiago. Como
empujado por el vientecillo del mar, el cuvillo se dejaba llevar hacia la
querencia. La media verónica del saludo ya fue con el colorado, redondo y
amable toro soltándose del manojo de lances compuestos y aflamencados. Del
pecho de Morante de la Puebla brotaron los esbozos cuando lo fijó genuflexo. Y
casi todo consistió en eso. Se escupió del caballo como rebotado el tal «Ganador»
y cuando se quedó le agarraron un puyazo que le quitó las pocas ganas de
embestir. Morante no se dio coba con aquel desentendimiento de la bravura.
Afortunadamente se descoordinó el siguiente torete en un
temprano volatín: su paupérrima carilla dañaba el sentido común. Todo lo que de
pitón faltaba lo traía fino el sobrero desde la cepa. Eso le daba argumentos.
Talavante arregló con la izquierda lo que un embarullado quite con el capote a
la espalda y un principio por alto de faena desarreglaron: el cuvillo no quería
nada por arriba ni por el derecho, el cabroncete. Y el airecillo tampoco lo
indicaba conveniente. Pero la zurda del Tala corrigió derivas. Por abajo y
expresiva. Y generosa con el sitio requerido. Recuerdos de guasa en los de
pecho y en la intentona diestra. Volvió a pies juntos a la zurda para apurar
aún con sabor, pero había poco que rebañar en tan escaso fondo. Ejecutó la
suerte del volapié con rectitud. Y los pocos pañuelos se quedaron aislados.
Ginés Marín volvió a sonar en Santander. Desde su
alternativa en Nimes su nombre se había quedado sin eco. Un jabonero como un
zapato para reverdecer laureles novilleriles. Ginés de rodillas a la verónica y
Ginés de hinojos en el prólogo de faena. Una arrucina así sorprendió con tanta
admiración como la saltillera cambiada del quite. Un ¡ooooh! de triple salto
mortal pareció escucharse. Al noblote jabonero se le desdobló el pitón
izquierdo contra un burladero para desarreglar su imagen de arreglada pelota.
Pero lo peor es que se movió poco tirando a menos después de voltearse en
banderillas. Marín intercaló manos con la asentada naturalidad de siempre. Para
hacer muchas cosas. Incluso cuando el cuvillo se le frenó debajo y le rompió la
taleguilla de un pitonazo ni se alteró. Las manoletinas de despedida todavía
tuvieron impulso para pasar un pinchazo hasta la oreja.
En apariencia el cuarto era más; por dentro sólo era más de
lo mismo. Morante lo envolvió en barrocas chicuelinas. Las chicuelinas de
Morante traen otra forja, la de la fragua. Un quite de vieja escuela. Para refrescar
la memoria. Apenas había vida en el toro para cuando José Antonio le dibujó un
pase de la firma en el inicio. Un pase de la firma zurdo. Como una rúbrica más
allá del desprecio. Y se salió de la cara con una torería de otro tiempo, con
un molinete invertido. Luego solo quedó lumbre para acompañar la embestida.
Para hacerlo como Morante sabe. En redondos que no lo son, en derechazos que
tampoco llegan. En paz y armonía. Un breve recreo para nostálgicos.
Un cambio de mano de Alejandro Talavante adquirió tintes de
monumentalidad. Un prodigio como aquél que deslumbró Sevilla entera en 2007,
así de largo y despacioso. Como entonces, a Alejandro se le iluminó una
sonrisa. El quinto cuvillo amelocotonado posiblemente se vaciase ahí por
completo. Su bondad había permitido al torero de Extremadura derechazos muy
apretados y espléndidos después del loco comienzo de cambiados. La zurda voló
volandera; las distancias manejadas con mentalidad de acordeón. Como el baile
aquel de un pasito p'alante, un pasito p'atrás. Talavante fue más p'alante que
p'atrás en la administración del espacio y acabó montándose encima. De tan
cerca. A cuerpo limpio el desplante final y con más fe la estocada que la
colocación. Como la oreja.
El sexto cuvillo era el primo de Zumosol. El pariente
grandote de toda la muy desigual y desfondada corrida. Se movió entre su
intención de colocar bien la cara y sus irrefrenable deseos de irse. Pero se
movió... Ginés se atrevió con todo en su debut cántabro. Frescura y desparpajo
para buscar al toro por todos lados y finalmente encontrar toro por todas
partes. En la persecución por los medios y en el acorralamiento (y
aprovechamiento) de querencias. Un lío a últimas en tablas, rendida la
parroquia, con el toro de la Montaña. Y con la estocada las dos orejas. También
un tanto de la Montaña.
NÚÑEZ DEL CUVILLO / Morante, Talavante y Ginés Marín
Plaza de toros de Cuatro Caminos. Lunes, 25 de julio de 2016. Segunda
de feria. Tres cuartos largos.
Toros de Núñez del Cuvillo,
incluido el sobrero (2º bis); muy desiguales, más fuertes los tres últimos;
bondadosos, sin maldad y desfondados.
Morante de la Puebla, de verde botella y oro. Estocada
(silencio). En el cuarto, estocada y descabello (silencio).
Alejandro Talavante, de azul pavo y oro. Estocada pasada
(petición y saludos). En el quinto, pinchazo y estocada desprendida (oreja).
Ginés Marín, de grana y oro. Pinchazo y estocada
(oreja). En el sexto, estocada (dos orejas). Salió a hombros.
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