La historia de la
fanatización del pensamiento
Como escribe aquí
José Aledón, no se pretende, por supuesto, equiparar a todos los defensores de
los derechos de los animales con los nazis. Pero es bueno saber, siguiendo lo
que se detalla en la Historia contemporánea, hasta dónde puede llegar una causa
si el fanatismo y la intolerancia se apoderan de sus dirigentes y seguidores. Y
es lo cierto que cuando hace un siglo se lanzaron las doctrinas que
jerarquizaban a todos los seres vivos, se establecía una difusa diferenciación
entre los seres humanos y los animales, hasta atribuirles a éstos últimos una
supuesta condición de ser sujetos de derechos; en ocasiones, incluso,
situándolos por delante de algunos grupos humanos. Hay lecciones de la historia
que no conviene repetir.
José Aledón Escbrí
El típico zoofascista suele caracterizarse por creerse poseedor de una
verdad que el resto de la Humanidad aún no ha descubierto. Procede entonces a
proclamarla por todos los medios a su alcance, pacíficos y pedagógicos en un
principio, coercitivos e incluso violentos después si lo estima conveniente.
Tomaremos como ejemplo a un grupo, extremadamente minoritario en su
origen pero tremendamente influyente y poderoso cierto tiempo después. Tal
grupo nació y creció básicamente en Alemania en los años veinte del siglo
pasado. Hay que aclarar que dicho grupo derivó en partido político: el Partido
Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes, contándose entre sus
fundadores personajes como Rudolf Hess, Alfred Rosenberg, Hermann Goering,
Heinrich Himmler y Adolf Hitler…
La protección animal no era algo coyuntural para el nazismo. Era una
importante parte de su cosmovisión. Tal cosa la dejó meridianamente clara el
citado Goering en un discurso radiado el 28 de agosto de 1933 a toda Alemania,
siendo a la sazón ministro de Asuntos Prusianos, en el que se anunciaba la
prohibición de la vivisección animal en Prusia. Pero la cosa no acababa ahí,
Goering impuso severas restricciones a la caza, mayor y menor; se reguló el
herrado de caballerías e incluso la cocción de cangrejos y langostas,
amenazando con el envío del infractor a un campo de concentración (el primer
campo de concentración para disidentes políticos fue abierto por los nazis en
el término de la población bávara de Dachau en marzo de 1933, es decir, tan pronto
accedieron al poder), lo que ocurrió con un pescador por descuartizar una rana
para usarla como cebo. Entre los argumentos de Goering figuraba la ancestral y
fraternal relación entre arios y animales.
El nazismo rendía culto a la Naturaleza, no estableciendo diferencia
alguna entre hombres y animales aunque sí una rígida e infranqueable jerarquía
entre las especies: en la cúspide se halla el hombre ario puro, en el nivel
inmediato inferior se hallan los animales depredadores (siendo el lobo el
paradigma del grupo, declarándolo especie protegida), vienen después los demás
animales, hallándose finalmente los subhumanos (es decir, los no arios, en
especial judíos y eslavos) o humanos de imitación, a los cuales no se les
concedía ningún derecho.
Para demostrar que la cosa iba en serio, el 24 de noviembre de 1933 se
promulgó la Ley de Protección Animal (Tierschutzgesetz), la primera del mundo
en conceder derechos a los animales por sí mismos, no por razón utilitaria o
compasión humana. Tal ley borró cualquier distinción entre animales domésticos
y salvajes. Definió como sujetos de derecho “a todas las criaturas vivientes
llamadas tanto en el lenguaje corriente como definidas en términos biológicos
como animales. En un sentido penal no se hace distinción entre animales
domésticos y salvajes, entre más o menos estimados así como entre útiles o
dañinos para el hombre”. Ello, legal y prácticamente, elevaba a la fauna a
categoría de persona (sujeto de derecho).
Que eso no es una exageración se demuestra en lo que Himmler,
vegetariano como Hitler, escribió en una publicación de las SS en 1934,
aseverando que “admiraba a aquellos alemanes que no mataban a las ratas sino
que las consideraban como sus iguales”.
Estas creencias no eran, sin embargo, originales de los nacionalsocialistas
alemanes, pues dentro del pensamiento romántico del nacionalismo germano del
siglo XIX hallamos declaraciones como esta de Ernst Moritz Arndt, contenida en
su escrito “Sobre el cuidado y conservación de los bosques” de 1815: “Cuando uno
ve la naturaleza con la necesaria conectividad e interrelación, todas las cosas
son igualmente importantes: hierbajo, gusano, planta, persona, piedra. Nada es
primero ni último, sino todo en una única unidad”.
Eso explica la actitud del citado Himmler, cuando durante una gira por
España entre los días 19 y 23 de octubre de 1940, se organiza una corrida de
toros en su honor en la plaza de las Ventas (Madrid). Es muy interesante lo que
dice al respecto el escritor y periodista
Ignacio Cossío:
“En aquella tarde del 20 de octubre de 1940, el ´Sócrates de San
Bernardo´ [Pepe Luis Vázquez], que confirmaba la alternativa de manos de
Marcial Lalanda y Rafael Ortega ´Gallito´, bordó el toreo e hizo una de las
mejores faenas de su carrera. La corrida finalmente se tuvo que suspender tras
el tercer toro por una copiosa lluvia que hizo impracticable el toreo en el
ruedo. Tras departir con las autoridades subieron los maestros a saludar al
máximo representante del ejército alemán y en éstas que el torero sevillano, Pepe
Luis Vázquez, le preguntó al germano si le había agradado la corrida. El alto
militar alemán le confesó que había vomitado en el tercer toro, puesto que no
podía soportar semejante martirio y sufrimiento del pobre animal, afirmando que
los españoles éramos unos sanguinarios por un espectáculo espeluznante”. (http://www.sevillataurina.com/index.php?option=com_content&view=article&id=7811).
Quizá alguien piense que, en el fondo, allá cada cual con sus
preferencias o manías, pero, hay que decir que, generalmente, cuando se inclina
tanto un platillo de la balanza protectora hacia el lado animal, el otro
platillo da un salto en el vacío, estrellándose por ello, siempre e
invariablemente, algún grupo humano.
Eso ocurrió en aquella Alemania nacionalsocialista y
animalproteccionista, generándose un acoso legal a las prácticas
religioso-alimentarias de los judíos, centrándose sobre todo en la prohibición
de la “sechitá” o matanza ritual de los animales destinados a la alimentación
humana, calificando a la comunidad judía como cruel, carente de sentimientos y
de respeto a la naturaleza, como un pueblo sin raíces (no vinculado a ninguna
tierra) que no merecía ni siquiera la consideración moral aplicada a los
animales, justificando su acoso, persecución y, por último, su exterminio: los
judíos oprimen a los animales luego defender al débil atacando al opresor es un
deber moral.
Esa escalofriante retórica fue la empleada por el abogado personal de
Hitler en 1930 durante una conferencia sobre el bienestar animal y la matanza
ritual judía: “ya llegará el momento para salvar a los animales de la
persecución perversa de subhumanos retrasados”.
Ya conocemos a lo que condujo esa lógica perversa: millones de hombres,
mujeres y niños fueron aniquilados de todas las formas y maneras imaginables.
No se pretende, por supuesto, equiparar a todos los defensores de los
derechos de los animales con los nazis, pero es bueno saber hasta dónde puede
llegar una causa si el fanatismo y la intolerancia se apoderan de sus
dirigentes y seguidores.
Otro ejemplo, esta vez individual, es el de Ivan Agueli, seudónimo del
pintor sueco John Gustav Agelii (1869-1917), convertido al islamismo sufí
después de pasar por la bohemia anarquista y el vegetarismo, defensor a
ultranza de los derechos de los animales. Enterado de que, dentro de los actos
que España organizaba en la Exposición Universal de Paris de 1900 había una corrida
de toros a celebrar en la plaza de Deuil, localidad a las afueras de la capital
gala, no tuvo otra ocurrencia que liarse a tiros con los toreros que iban a
intervenir en el festejo. Así lo narra
Vicente Blasco Ibáñez en un artículo publicado en “El Pueblo” el 6 de
junio de 1900, dos días después del suceso:
“Después de violentas polémicas entre los periódicos de París y de
vencer los organizadores no pocos escrúpulos y objeciones de la autoridad, se
ha verificado en los alrededores de la gran metrópoli la primera corrida de
toros de muerte con acompañamiento de pedradas, palos y hasta tiros.
Según dicen los corresponsales de París, la plaza de Deuil se llenó,
pero de un público hostil a la fiesta taurina, que silbó a los toreros y los
apedreó, distinguiéndose un ciudadano sueco que, echando mano al revólver,
disparó contra el matador francés Robert [Félix Robert, alias de Cacenabe
Pierre (1862-1916)] y el español “Chato”
[Ramón Laborda “Chato”, banderillero aragonés], hiriendo a los dos [realmente sólo
alcanzó al Chato en el brazo y costado izquierdo]”.
Estos zoofascistas se escudan en declaraciones de ciertos miembros de la
comunidad científica para ejercer su presión social, publicando cartas en las
que se leen frases como esta: “In conclusion, in light of the established
connection between violence towards animals and violence towards humans, we
join as scientists, scholars, and human service professionals from around the
world and respectfully urge you to support the Popular Legislative Initiative,
and ban bullfights”. Respectfully, Kenneth
Shapiro, PhD in Clinical Psychology, Editor, Society and Animals Journal (http://www.prou.cat/english/index.php?c=n.php&id_noticia=36&idiom=cast).
(Traducción: “En conclusión y en vista de la comprobada relación
existente entre la violencia hacia animales y la violencia hacia los humanos,
nos unimos en tanto que científicos, académicos y profesionales del derecho,
alrededor del mundo y respetuosamente les instamos a apoyar la Iniciativa
Legislativa Popular y a prohibir las corridas de toros”. Atentamente, Kenneth Shapiro, P.h.D. in Clinical
Psychology, Editor, Society and Animals Journal).
Evidentemente, la defensa de los ejemplos de amor y solidaridad hacia el
prójimo mostrados por esos denodados animalistas citados un poco más arriba,
pondría en serios apuros a más de uno/a de esos 276 profesionales firmantes de
la citada carta.
PD: Estos zoofascistas
(animalistas) se han introducido más o menos subrepticiamente en los partidos
políticos democráticos, sobre todo en los de izquierdas. Su objetivo es crear
un sentimiento de culpabilidad social (basado en una pseudo protección animal) en los militantes y
afiliados con poco criterio y, una vez obnubilados, manejarlos a su antojo y
ocupar los puestos de responsabilidad y mando.
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