Feliz reaparición del veterano
matador, que sale a hombros con Morante de la Puebla y Manzanares tras
repartirse 12 orejas y un rabo de una buena corrida de Núñez del Cuvillo.
LUCAS PÉREZ
Benidorm
Diario ELMUNDO de Madrid
Un cuarto de siglo ha pasado desde aquella apoteósica
temporada del 91 en la que Ortega Cano marcó la diferencia en competencia con
el gran César Rincón. Veinticinco años de la consagración como figura del toreo
de aquel vendedor de melones al que su madre, doña Juana, convenció para no
tirar la toalla en sus inicios. Desde entonces, José no se rindió jamás. Mil
veces cayó sobre la lona y otras tantas se levantó a base de fe. Hasta tres
extremaunciones recibió. Y en las tres se agarró a la vida como el soberbio
luchador de raza que es.
Sólo esa fuerza interior explica que ayer, siete años
después del último paseíllo de luces en Navalmoral de la Mata, tras un carrera
de obstáculos personales con la sombra de la cárcel a sus espaldas, José
volviera a sentirse torero en Benidorm. «Lo que siempre he sido», confesaba a
EL MUNDO un día antes.
Por eso, cuando se abrió el portón de cuadrillas, al lado de
Morante y Manzanares, Ortega Cano sonrió como un niño pequeño. La justa
felicidad de un torero que cumplió el sueño de que sus hijos le vieran torear.
Allí estaba Gloria Camila y el pequeño José María junto a su mujer, Ana. Todos
sufriendo por él, todos gozando del maestro. Y la foto final con los tres
toreros a hombros compensó tantas noches sin dormir. Un sueño cumplido.
Ortega Cano recibió a su primero con la cadencia de antaño.
Las verónicas jaleadas, la media para la eternidad. Comenzó asentado la faena,
por alto, y la obra alcanzó su cénit al natural, templando como si el tiempo no
hubiera pasado, bajo los acordes al violín de Viva el pasodoble en honor a Rocío
Jurado, interpretado por Marcos Núñez. La estocada en lo alto y las dos orejas.
Y el beso de su hijo. Y el enésimo renacer del maestro, aclamado de nuevo.
Mayor nivel alcanzó si cabe en el cuarto, con más pies, que
hizo sudar al veterano. Lo recibió a la verónica, quitó por delantales e inició
genuflexo la faena con la muleta. En el tercio, surgió el toreo. Primero en
redondo, después al natural. Otra vez al natural. Y el cuvillo embistiendo por
abajo. Los molinetes finales confirmaron el alboroto. Un espadazo en lo alto le
valió otras dos orejas, que paseó por el ruedo de la mano de su hijo José María
en una imagen para el imborrable recuerdo.
La tarde tuvo contenido para dar y tomar. Pero el objetivo
era ver a Ortega feliz. Se podría hablar de las soberbias verónicas de Morante
a su primero, de su arrebatado inicio de faena, de su notable nivel frente al
quinto... O se podría también gastar mucha tinta escribiendo del dulce momento
de José María Manzanares, de cómo cuajó al tercero, del toreo natural eterno de
Madrid recuperado de nuevo. O de su siempre contundente espada. Y de su
explosión en el extraordinario sexto, premiado con la vuelta al ruedo en el
arrastre.
Ayer daba igual. Hubo pleno para los tres toreros: 12 orejas
y un rabo. Cómo si no hubiera habido ninguna. La sonrisa a hombros de Ortega
Cano valía por todo. Es la felicidad de un torero. De un maestro de siempre.
NÚÑEZ DEL CUVILLO / ORTEGA CANO, MORANTE Y MANZANARES
Plaza de toros de Benidorm. Sábado, 16 de julio de 2016. Algo más de
media entrada.
Toros de Núñez del Cuvillo,
correctos de presencia y de buen juego en general; el 6º fue premiado con la
vuelta al ruedo en el arrastre.
José Ortega Cano, de coral y oro. Estocada (dos orejas). En
el cuarto, gran estocada (dos orejas). Salió a hombros con Morante, Manzanares
y el mayoral de Cuvillo.
Morante de la Puebla, de azul cielo y azabache. Estocada (dos
orejas). En el quinto, estocada (dos orejas).
José María Manzanares, de azul marino y oro. Estocada (dos
orejas). En el sexto, estocada recibiendo (dos orejas y rabo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario