El torero de Sevilla cobra la
estocada de la feria y corta la única oreja al mejor toro de una miurada falta
de poder pero no exenta de complicaciones. *** Rafaelilo y Javier Castaño
dieron sendas vueltas al ruedo tras negar la presidencia mayoritarias peticiones.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario ELMUNDO de
Madrid
Miura y San Fermín cumplían este jueves 50 años
inseparables, 50 corridas consecutivas juntos. Se dice pronto. Lealtad
inquebrantable entre el hierro legendario de Zahariche y la Casa de
Misericordia de mi querido Ignacio Cía. Que sean aficiones tan opuestas como
las de Sevilla y Pamplona sus feudos, no deja de llamar la atención. Y,
mientras otras ganaderías vienen y van, los miuras siempre vuelven sobre el
albero de la Maestranza, sobre la arena pamplonesa. Pase lo que pase.
A la celebración de la efemérides se apuntó Dávila Miura.
Como si fuese una fiesta matar la corrida de Miura en Pamplona. Qué tío. La
preparación y mentalización de Eduardo se notó en el físico y en el temple.
Doble mérito para quien se retiró en 2006. El cárdeno, alto y bizco toro quiso
colocar bien la cara desde el sevillano le presentó el capote sin violencia.
Hasta una media verónica de suave cadencia. No admitía el miura otra cosa en su
limitada fortaleza. Mas la fijeza y la nobleza contaron.
Brindó al público y al cielo Dávila y se puso pronto a
tratar bien al toro de la casa. Perdiéndole pasos, despacio, sin un tirón sobre
la mano derecha. Hubo un pase de pecho monumental. Y sitio como como si no se
hubiera retirado hace una década; el miura también dejaba estar. Y estuvo el
torero como en una lección para todos sus alumnos prácticos de España. De
colocación, cabeza y ejecución. La embestida noble y humillada hasta un límite
molestaba menos que el vientecillo travieso. El soberbio volapié, la estocada
de la feria, como en Abril de 2015 pero todavía mejor, le entregó una oreja con
todas las de la ley.
Brindó Dávila Miura a su tío Antonio el quinto de 620 kilos.
Un miura que manseó llamado «Zahonero». Y como si Eduardo llevase zahones, el
pitón resbaló por la banda de la taleguilla hasta ir a parar debajo del
chaleco. Como instintivamente. Y con otro instinto, el de supervivencia, Dávila
se agarró a la pala. Un susto de bemoles. Afortunadamente, no hubo más daños
que la torera prenda. No perdió la calma. Para admirar además cómo manejó las
distancias, el unipase, las alturas, al miura, o sea. Nada fácil. Y al final de
tanto querer se pasó de faena. No colaboró en la suerte suprema el toro que
jamás humilló, y ahora el acero lo único que trajo fue la incertidumbre de los
avisos; el manso se puso huidizo. Un golpe de descabello finiquitó la angustia
del reloj y el tercer aviso. Final feliz y sueño cumplido, torero.
Un miureño no deja de ser un miureño aunque le falte el
poder (que fue lo que le faltó a la corrida, pero no complicaciones). O eso
parecía el colorado que abría plaza. Pero a Rafaelillo le sacó el aire con sus
cortos viajes, su no pasar, su manera de hacer hilo. Si era con aquella
aparente falta de fuerza y casi se lo come, ¿qué merienda no se habría pegado
si la saca? Rafael resolvió sobre las piernas, con su curtido oficio y un
espadazo.
Otro serio encuentro en la suerte suprema fue el de Javier
Castaño, que sustituía a Manuel Escribano, con un tercero de amplia cuna. Una
testa que casi lo atrapa en el embroque. Como un abrazo pendenciero. Castaño
escapó de milagro con el objetivo cumplido. Nada fácil cazar esa estocada. Como
nada fácil fue un toro que se lo pensaba y sacudía su inmensa cabeza desde su
inicial blandura. Javier dio finalmente, tras una petición desatendida, una
vuelta al ruedo para premiar su constancia irreductible.
Con otra larga cambiada de rodillas, como en el suyo
anterior, saludó Rafaelillo al descomunal cuarto. Un rascacielos con los pies
de barro que un estrellón contra un burladero dejó casi K.O. El murciano se
inventó la faena entre viajes quedos, codazos defensivos y ásperos movimientos.
Un esfuerzo que remató yéndose tras la espada muy recto, más en la ejecución
que en la colocación. Pero, como con Castaño, la presidencia optó salvaguardar
la oreja. Como si fuera suya.
El código luciferino del ADN miureño se encendió como una
luz de alarma en el sexto. Una prenda. Fernando Sánchez se la jugó con los
palos con un par (los suyos); Javier Castaño también sufrió muleta en mano.
Violencia que acarreó desarmes y un mal trago. Castaño abandonó la plaza por su
propio pie, lo que siempre se considera una victoria en estas corridas.
MIURA | Rafaelillo, Dávila Miura y Castaño
Monumental de Pamplona. Jueves, 14 de julio de 2016. Última de feria.
Lleno.
Toros de Miura, muy serios,
en el tipo de la casa; destacó el noble 2º; no pasaba el 1º; manso sin humillar
el 5º; dañado y a la defensiva el 4º; mirón y áspero un 3º de suelta cara; malo
y orientado el 6º; en conjunto faltó poder pero no complicaciones.
Rafaelillo, de azul pavo y oro. Estocada (saludos). En
el cuarto, estocada desprendida (petición y vuelta).
Dávila Miura, de azul marino y oro. Gran estocada
(oreja). En el quinto, pinchazo, otro hondo y dos descabellos. Dos avisos
(saludos).
Javier Castaño, de nazareno y oro. Estocada y descabello
(petición y descabello). En el sexto, estocada atravesada que escupe y
descabello (ovación de despedida).
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