PACO AGUADO
Son ya muchas semanas las que llevamos ocupándonos
en esta columna de los fuertes ataques externos que sufre la fiesta de los
toros en el mundo. Y, por la preocupación que despierta, el asunto tal vez se
haya podido convertir, de tan recurrente, en un monotema que nos hace perder de
vista otros problemas que amenazan, con tanto o más peligro, el futuro de la
tauromaquia y que, estos sí, suceden en el mismo salón de nuestra casa.
De esos asuntos internos aún por resolver, el más
inquietante de los últimos años es, sin duda, la caída en picado del número de
festejos organizados en cosos menores, lo que, al tratarse del verdadero campo
de aprendizaje del oficio, deriva directamente en la que ya se podría calificar
como auténtica agonía de las novilladas.
Tan apocalíptico efecto tiene múltiples causas,
apoyadas casi siempre en vicios y errores ya enquistados dentro del mundo del
toro, pero a las que durante el último año, desde la llegada de los nefastos
gestores de la "nueva izquierda" a muchos ayuntamientos, se suma la
eliminación de las partidas destinadas a los toros en los presupuestos de
fiestas de muchos pueblos de la geografía española.
Mientras los grandes nombres del empresariado
taurino andan preocupados y únicamente enfocados en el cortoplacismo de frenar
la merma de ganancias en las ferias más rentables, el sector de los festejos
menores se desangra en el más absoluto abandono y en la tristeza de la economía
sumergida.
El punto de partida de esta más que inquietante
situación hay que fijarlo en el estallido de la "burbuja
inmobiliaria", a finales de la pasada década, que se llevó a tantos de
esos “ponedores” de los que se abusó en infinidad de montajes.
Pero, en vez de buscar soluciones a esa falta de
"mecenas", se dejó vía libre para la organización de novilladas a una
red de pequeños empresarios en la que cohabitan tanto una minoría de
bienintencionados, que aún hacen equilibrios en el alambre del precario, como
una mayoría de salteadores que han convertido en norma inflexible la vieja y
despreciable práctica del "túnel".
Reducidas así al mínimo y a condiciones indignas
las novilladas con picadores por la falta de ayudas municipales que compensen
sus desmesurados e ilógicos gastos fiscales y sociales, la amenaza llega
también ahora a los festejos sin caballos, que prácticamente están
desapareciendo al mismo ritmo que muchas escuelas están sintiendo muy de cerca
las amenazas de cierre por parte de los nuevos ediles podemitas y dizque
"progresistas".
No menos costosas que las picadas, las novilladas sin
caballos se están sustituyendo en demasiados casos por ese parche que se ha
dado en llamar "clases prácticas", una práctica sin clase que no es
más que una novillada encubierta en la que algunos espabilados se ahorran el
sueldo de los banderilleros –el chocolate del loro del presupuesto– mientras
cometen la ilegalidad de cobrar la entrada a los espectadores.
Ante este terrible panorama, los aspirantes tienen
cada vez menos oportunidades de rodarse, pues incluso ya no hay sitio para
ellos ni en los tentaderos. Y no es una exageración, cuando se comprueba cómo
las figuras acuden casi siempre solos al campo para exprimir sus vacas hasta la
saciedad y hasta los mismos ganaderos, casi todos en números rojos, destinan un
buen número de reses para sanear sus arcas alquilando su bravura –la media es
de unos 300 euros (alrededor de 6 mil 400 pesos) al en España cada vez más
abundante mercado interno de los aficionados prácticos.
Este serio problema, que pasa lamentablemente
desapercibido a una prensa sólo pendiente de los festejos de relumbrón, está
llegando a alcanzar un nivel de gravedad aún mayor si cabe que la propia
amenaza antitaurina, en tanto que está segando no ya por la base sino desde la
raíz toda posibilidad de futuro a medio plazo, sin que el sector haya sido
capaz de reaccionar mínimamente durante una ya larga década.
Porque no parece que las grandes empresas, a no
ser que les obliguen los pliegos de condiciones, como sucede en Madrid, hayan
tomando suficiente conciencia de esta crítica situación, pues continúan dejando
al azar la aparición de nuevos talentos que renueven sus carteles.
Y es que el del toro debe ser el único sector
empresarial en el mundo que no contempla en sus presupuestos ninguna partida
destinada a invertir en el futuro. Como tampoco está mentalizado reivindicar
ante las administraciones no ya esas cómodas subvenciones de las que se deben
ir olvidando, sino un trato fiscal y social acorde a lo que representan los
festejos menores: la cantera no sólo del toreo sino los millonarios efectos
económicos de las grandes ferias de las próximas décadas.
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