Ya es tiempo de América. Todavía germina aquella
semilla que sembraron los españoles, los conquistadores, los guerreros, los
curas, los que llevaron la cultura, el idioma, la religión y también la rapiña
y algún que otro comportamiento poco recomendable. Pero la historia de aquella
conquista fue infinitamente menos cruenta que la que hicieron, a golpe de
espada, los británicos y su entorno geográfico. Éstos entraron a saco y
prácticamente acabaron con las tribus indígenas. Dejaron sólo reductos de los
habitantes naturales antes de que los invasores barrieran los estados del
Atlántico al Pacífico.
Lo de los españoles también tuvo su miga pero en
otro tono. Es verdad que la búsqueda del Dorado, del oro, de la riqueza,
también tuvo que ver pero en tres siglos se sembraron otros sentimientos, otra
cultura, otra enseñanza para el nuevo mundo.
Toda conquista tiene sangre, sudor y lágrimas. Por
supuesto. Pero sólo la de la vieja Castilla y sus reyes titulados de católicos,
asumieron algo más. Lo más espectacular fue cómo curas y maestros enseñaron el
perfecto castellano de Cervantes a millones de personas desde California a la
Antártida, tierra de fuego. Un montón de países, millones de nativos, con mil
lenguas, acabaron hablando mejor que nosotros el castellano del viejo y enorme
reino de Castilla. Por cierto, cuando tenga duda de en qué regiones estaba
ordenada España, por ejemplo en 1212, veréis que todo es muy nítido. Un gran
reino de Castilla que se asomaba al Atlántico incluyendo lo que más tarde sería
el País Vasco y otras comunidades posteriores. El reino de León, que ampliaba
la tierra de su nombre e incluía a Galicia; el reino de Navarra y el reino de
Aragón, que incluía, atención, a toda la región valenciana, a toda la catalana
y a todas las Baleares. La historia abre tantos ojos que nos retorna a la
reconquista.
Dominaron tierras, países, oros, riquezas, pero a
más de enseñar un idioma y una religión que hermanaba casi dos continentes,
también tuvo que ver algo el toro. Sí, el toro.
EL TORO PASÓ DE SER GUARDIÁN DE
HACIENDAS A FORMAR GANADERÍAS
El toro bravo viajó a América en los inicios de la
conquista no para ser toreado sino para guardar, en doble empalizada, las
misiones de los curas y las mansiones de los ricos. Tiempos de poca seguridad.
El toro era como Securitas de ahora. El toro bravo español llegó a América para
ese primer cometido.
Pero las semillas germinan. Y de España fueron
toreros de mayor o menor relieve y de los indígenas y mestizos también
aparecieron algunos pero lo cierto es que la cabaña brava creció en muchos
países. Creció y se perdió con el tiempo en Centroamérica, algo quedó en
tierras de California, apenas hay datos de Argentina, Brasil por supuesto que
no porque era tierra de portugueses y no llevaron el toro. México, la gran
Colombia, con el añadido de Perú, Venezuela y Ecuador fueron los centros
fundamentales donde el toro pasó de ser guardián de haciendas a formar
ganaderías para que el espectáculo hispano creciera en esos países.
Cuando Díaz-Cañabate creó aquella frase de “El
planeta de los toros” ya se refería a los cinco países americanos donde arraigó
el toro y a los tres europeos.
AQUELLOS CURAS SEMBRARON LA SEMILLA DE
UNA FIESTA
Y ahí se agiganta la importancia del toro. La raíz
de la afición creció tanto que cuando esos países recuperaron su independencia,
o sea, que acabaron con la dependencia hispana, el que se quedó fue el toro
adoptado para un sentimiento y un espectáculo con el que los países ibéricos
(dejemos claro que se llamaron así por el Íber, o sea, el Ebro, que fue el río
que abrigó a los pobladores que adoptaron ese nombre que todavía resuena.
Íberos-Íbero-América, Íber, o sea, habitantes cercanos al río Ebro) tomaron
como propia la fiesta de los toros.
Y allí sigue. Con una pasión enorme en el inmenso
país que es México, con una seriedad imponente en Colombia, con la zozobra de
un país en Venezuela, con el buen gusto del Perú desde la sevillana plaza de la
capital hasta las mil placitas del interior y en ese Ecuador, que vive a la
espera de que la política nos restituya Iñaquito, la plaza de la alegría. La
plaza en donde los toreros tenían que llegar cuatro días antes para adaptarse a
la altura. Ese Quito que las veinticuatro horas de todos los días empieza en
tiempo de primavera, contiúa con un verano tórrido a mediodía hora taurina,
sigue con un otoño cuando el sol desaparece tras el Pichincha y, joder, busca
un abrigo para el invierno de la noche.
Aquellos curas o hacendados que se llevaron el
toro bravo a América para que pudieran dormir tranquilos, inconscientemente
sembraron la semilla de una Fiesta y una pasión.
Aquel legado sigue vivo. Toros con sangre hispana
y toreros que crecen lejos y nuestro país como gran herencia de aquella
quimera. México repleto, Colombia esperando otro César, Ecuador, Venezuela con
su Colombo, Perú con la luz rutilante de Roca Rey… Todo empezó en 1492, tres
carabelas, Palos de la Frontera y Colón buscando las Indias. Ahí nació “El
Planeta de los Toros”. Qué cosas… / Redacción APLAUSOS
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