viernes, 19 de enero de 2018

LA HORA DE LA VERDAD - En defensa de Balañá: el sueño deshabitado de la Monumental

ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna

La Monumental de Barcelona está impecable. Como si mañana José Tomás fuese a cruzar sus arenas. El viejo Pedro Balañá la mantenía como un sueño deshabitado.

Cuando en octubre de 2016 el Tribunal Constitucional tumbó la prohibición nacionalista de los toros de 2010, preguntó: «Oye, tú, ¿ya podemos dar toros?» Aun a sabiendas del campo de minas que le rodeaba, no perdía la última esperanza. No faltaron críticas que lo tacharon de traidor precisamente por no aprovechar la senda legal supuestamente despejada por el TC. Hasta que el 1 de octubre de 2017 demostró que la legalidad importaba un carajo en Cataluña. El apoderado de JT, Salvador Boix, se erigió como la voz exaltada de los aficionados y dirigió una carta abierta y dura a los Balañá. Una misiva como un misil con el nombre de Pedrito, el hijo ahora huérfano, en la cabeza nuclear: «¿Te acojonas y te miras la cartera hasta traicionar tu propia historia? (...) Tú, tu padre y tu abuelo habéis visto correr la sangre de los valientes en la arena de la Monumental a lo largo de 100 años y a su costa ahora sois asquerosamente ricos».

La estratégicamente discreta familia empresarial de los Balañá sufrió en silencio el acoso político, el invisible, mafioso y callado chantaje oficial sobre su emporio de salas de cines y teatros en la Ciudad Condal. Las inspecciones se multiplicaban en los años de máxima presión: cuotas de doblaje, sanidad, seguridad... De la noche a la mañana, desaparecía de la ciudad la publicidad de los toros que anunciaba la corrida del domingo. Y la Monumental amanecía decorada con pintadas antitaurinas y los correos infectados de amenazas de muerte.

Pedrito y María José, la última generación de los Balañá, fueron conservadores, es verdad, y se aferraron con su frágil afición por la tauromaquia al pragmatismo de la supervivencia de sus fértiles cines y teatros frente a la decadencia del negocio taurino.

Usted, solidario, empático y valiente lector, ¿qué hubiera hecho? Desde los tiempos del pujolismo, piedra a piedra, levantaron los nacionalistas el muro del gueto. La red de leyes políticas tejida desde los 80, la Ley de Protección Animal, ampliada con la Ley de Protección al Menor, la prohibición de las portátiles, la permisividad sobre aquellos escraches primigenios en los entornos de las plazas de toros, cuando había vida más allá de la Monumental, por Gerona, Tarragona, San Feliu de Guixols, Lloret de Mar... Y el mundo entero del toro no se dio por enterado. El irrespirable ambiente se extendió a la Barcelona que en los años 60 y 70 programaba más festejos taurinos que ninguna otra ciudad de España, Madrid incluida.

Don Pedro Balañá fallaría en estrategias empresariales -los veranos de Manolo Martín en la memoria- y acertaría en otras. Pero no fue un traidor. Quizá un hombre solo y acorralado ante su sueño, hoy definitivamente deshabitado.

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