ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
La Monumental de Barcelona está impecable. Como si
mañana José Tomás fuese a cruzar sus arenas. El viejo Pedro Balañá la mantenía
como un sueño deshabitado.
Cuando en octubre de 2016 el Tribunal
Constitucional tumbó la prohibición nacionalista de los toros de 2010,
preguntó: «Oye, tú, ¿ya podemos dar toros?» Aun a sabiendas del campo de minas
que le rodeaba, no perdía la última esperanza. No faltaron críticas que lo
tacharon de traidor precisamente por no aprovechar la senda legal supuestamente
despejada por el TC. Hasta que el 1 de octubre de 2017 demostró que la
legalidad importaba un carajo en Cataluña. El apoderado de JT, Salvador Boix,
se erigió como la voz exaltada de los aficionados y dirigió una carta abierta y
dura a los Balañá. Una misiva como un misil con el nombre de Pedrito, el hijo
ahora huérfano, en la cabeza nuclear: «¿Te acojonas y te miras la cartera hasta
traicionar tu propia historia? (...) Tú, tu padre y tu abuelo habéis visto
correr la sangre de los valientes en la arena de la Monumental a lo largo de
100 años y a su costa ahora sois asquerosamente ricos».
La estratégicamente discreta familia empresarial
de los Balañá sufrió en silencio el acoso político, el invisible, mafioso y
callado chantaje oficial sobre su emporio de salas de cines y teatros en la
Ciudad Condal. Las inspecciones se multiplicaban en los años de máxima presión:
cuotas de doblaje, sanidad, seguridad... De la noche a la mañana, desaparecía
de la ciudad la publicidad de los toros que anunciaba la corrida del domingo. Y
la Monumental amanecía decorada con pintadas antitaurinas y los correos
infectados de amenazas de muerte.
Pedrito y María José, la última generación de los
Balañá, fueron conservadores, es verdad, y se aferraron con su frágil afición
por la tauromaquia al pragmatismo de la supervivencia de sus fértiles cines y
teatros frente a la decadencia del negocio taurino.
Usted, solidario, empático y valiente lector, ¿qué
hubiera hecho? Desde los tiempos del pujolismo, piedra a piedra, levantaron los
nacionalistas el muro del gueto. La red de leyes políticas tejida desde los 80,
la Ley de Protección Animal, ampliada con la Ley de Protección al Menor, la
prohibición de las portátiles, la permisividad sobre aquellos escraches
primigenios en los entornos de las plazas de toros, cuando había vida más allá
de la Monumental, por Gerona, Tarragona, San Feliu de Guixols, Lloret de Mar...
Y el mundo entero del toro no se dio por enterado. El irrespirable ambiente se
extendió a la Barcelona que en los años 60 y 70 programaba más festejos
taurinos que ninguna otra ciudad de España, Madrid incluida.
Don Pedro Balañá fallaría en estrategias
empresariales -los veranos de Manolo Martín en la memoria- y acertaría en
otras. Pero no fue un traidor. Quizá un hombre solo y acorralado ante su sueño,
hoy definitivamente deshabitado.
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