Dos
expertos veterinarios reflexionan sobre el misterio de la selección y sus
consecuencias.
ANTONIO
LORCA
Diario EL
PAIS de Madrid
“El toro de lidia es un atleta agobiado por el
estrés y fatigado por la obesidad. Está acostumbrado a vivir en libertad y
todas las faenas que se le realizan hasta su salida al ruedo le afectan
mentalmente. Sufre una excitación profunda desde que sale de su entorno
natural. Y está superalimentado porque se le exigen muchos kilos en la plaza.
Casi todos sufren de sobrepeso, y ese es el origen de muchos problemas”.
Los que así opinan son dos veterinarios del toro
bravo: Juan Miguel Mejías (Las Navas de la Concepción, Sevilla, 1948), una
reconocida autoridad que desde hace 42 años dedica media vida a la clínica, la
cirugía y la reproducción en el quirófano abierto de la dehesa brava, y
Francisco Herrera (Sevilla, 1963), veterinario de la plaza de la Maestranza
desde hace 25 años.
Ambos se sienten rendidos ante la presencia de “un
animal emblemático de nuestra cultura, y probablemente el más cuidado y mimado
que existe en el mundo”, según el primero, y ante “el sol del universo animal,
el más brillante y el de más solidez”, en opinión de Herrera.
“Es un animal prehistórico que vive gracias a la
lidia”, recalca Mejías; “muy armónico, de una belleza extraordinaria y
condiciones físicas excepcionales, que se mantiene desde el bos taurus
primigenio, porque lo único que se ha modificado ha sido su comportamiento,
pero no su constitución”.
“Para mí, es una mezcla de bravura y nobleza,
cualidades que se complementan para que sea posible un espectáculo fabuloso en
el ruedo”, añade Herrera.
Pero los dos expertos hacen hincapié en el
intrincable misterio del toro bravo, de cómo su éxito o fracaso en el ruedo
dependen de mil variables, entre las que destacan los gustos del público, las
exigencias de los toreros y la quimera del ganadero.
"El toro es el sol del mundo animal, el más cuidado y
mimado de la naturaleza"
“El toro es, sin ninguna duda, una joya de nuestro
patrimonio genético, pero también es consecuencia de los cambios que se han
marcado en el laboratorio de la selección”, afirma Mejías. “Todos los animales,
de un modo u otro, son producto de la manipulación del hombre para aumentar,
por ejemplo, la producción de carne o de leche, pero en el toro se buscan
cualidades para definir un carácter que se acomode en cada momento al
espectáculo”.
Ambos están de acuerdo en que el toreo artístico
de hoy obliga a profundos cambios en el comportamiento del animal; el toro se
debe someter a un durísimo examen en la plaza: que sea bravo y noble, encastado
y fuerte, que repita en la embestida, que dure tres tercios, que empuje en el
caballo, que humille y tenga recorrido en veinte tandas de muletazos, que
mantenga la boca cerrada, y que no muja ni escarbe ni recule a las tablas.
Esa es la selección, sobre la que los dos expertos
veterinarios no tienen duda a la hora de esbozar una definición: es el gran
misterio de la tauromaquia.
“Es muy fácil, relativamente”, asegura Mejías,
“que una vaca produzca 40 litros de leche, porque es un objetivo mensurable,
pero lo que no se puede medir es la bravura, la casta o la nobleza; con los
toros pasa como con las personas: del mismo padre y madre nacen hijos
ejemplares y algún que otro marrajo”.
“La selección es un milagro de la naturaleza”, en
opinión de Francisco Herrera. “Lo que consiguen los buenos ganaderos”,
continúa, “es que un animal primitivo sea un atleta con capacidad para afrontar
el duro examen de la lidia actual”.
“Es verdad ese dicho de que todos los animales se
parecen a su amo”, tercia Juan Miguel Mejías.
- ¿Pero
quién manda en la selección: el ganadero, el torero, el público…?
“Todos”, responde el veterinario de Las Navas; “el
ganadero selecciona según los gustos de las figuras y del público; y hoy se
pretende que el toro dure, repita y humille. Así es el toreo moderno, y no hay
que olvidar que antes se lidiaba y hoy se torea”.
“Llamo la atención de que hablamos de ‘público’ y
no de aficionados”, interviene Herrera. “Y son dos concepciones muy distintas
de la fiesta; hoy se aplaude todo y se ha rebajado la exigencia. Todo ha
cambiado mucho. Incluso parece que duele más una cornada a un caballo de picar
que a un torero; con eso está dicho todo”.
“El toro no está creado para comer piensos compuestos que lo
engorden”
“Creo que se le está quitando más picante de la
cuenta al toro, y este animal debe transmitir sensación de peligro”, aclara
Mejías. “Existen unos límites muy finos entre bravura y nobleza, y, si esta es
excesiva, el toro se para, y, por el contrario, la bravura puede derivar en
genio agresivo”, afirma Herrera.
- Hay quien
mantiene que el toro es un bovino que tiene tendencia a huir ante el peligro.
“No estoy de acuerdo”, responde Mejías. “Los
rumiantes comen con rapidez para esconderse de sus depredadores, pero no es el
caso del toro. Este animal pelea y se vuelve hacia el picador en el tentadero a
campo abierto. Es valiente y se defiende atacando; pero, como ocurre con el ser
humano, también hay toros cobardes y mansos que huyen ante el acoso”.
Juan Miguel Mejías y Francisco Herrera vuelven una
y otra vez sobre un asunto capital en la tauromaquia moderna: el peso. Y los
dos insisten, además, en la importancia del estrés en el comportamiento del
toro en la plaza.
“El toro está muy bien alimentado; yo diría que
está superalimentado”, afirma Mejías.
“El animal come de lo que crece en el campo hasta
que cumple los dos años”, continua; “y a partir de entonces se le alimenta
fuerte porque se le exigen muchos kilos en la plaza”.
Los piensos compuestos son un concentrado de
cereales y leguminosas, con un adecuado porcentaje de proteínas e hidratos de
carbono, en opinión de los dos veterinarios, aunque estiman que todos los toros
están por encima -50 o 60 kilos- de su peso ideal, “lo que supone una fuente de
problemas”.
“El toro no está creado para comer piensos
compuestos”, opina Mejías, “sino de lo que produce el campo, y si el ganadero
mueve mucho a los toros, no engordan, y, si no ganan kilos, no son aprobados
por los equipos presidenciales de las plazas; es decir, un círculo vicioso”.
La experiencia de Francisco Herrera como
veterinario de la plaza de Sevilla es muy esclarecedora.
“A veces, vemos en el campo los toros anunciados
para la Feria de Abril y comprobamos que les falta ’remate’ (kilos), y la
solución es que coman y no corran durante un tiempo, porque el público quiere
ver toros lustrosos con más de 500 kilos”.
“Pero hay un problema”, según Mejías. “En primer
lugar, -aclara-, el toro bravo es un animal hipométrico (pequeño) dentro de su
especie, y, después, el toro debe tener el peso que su condición de atleta
requiere; si lo mueves durante un año y lo paras veinte días antes de su lidia,
el toro sale al ruedo con agujetas”.
Y el estrés
“Un toro se pasa cuatro años libre en la dehesa,
y, de pronto, se ve fuera de su ambiente, en lugares extraños, el cajón, el
viaje en camión, los corrales… y esos cambios le afectan mucho”, en opinión de
Mejías. “Ves a los toros el día del embarque y no parecen los mismos en la
plaza. Si no comen ni beben durante un día puede llegar a perder 60 kilos, si
se tiene en cuenta que pueden beber 50 litros de agua, y comer unos 8 kilos de
pienso y 6 o 7 kilos de hierba”.
- ¿Y
ustedes suelen comer carne de toro?
“Sí. Y sabe igual que la de otro bóvido si se ha
sacrificado en el matadero; si el animal ha muerto en la plaza requiere de una
maduración distinta, tiene menos grasa y es más dura, pero su sabor es
excelente”.
- ¿Y creen,
cono se dice, que el rabo de toro que se consume es, en su mayoría, rabo de
canguro?
“Me río”, comenta Mejías, “porque tanto rabo de
toro no hay”.
- “No me lo creo”, termina Herrera, “porque sería
un fraude impropio del prestigio reconocido de la sanidad alimentaria
española”.
- Por
cierto, ¿qué se perdería si desapareciera la fiesta?
“Desaparecía el toro, porque como producción
ganadera es totalmente antieconómico”.
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