miércoles, 3 de enero de 2018

LA PÁGINA DE MANOLO MOLÉS - “Mañana seré libre”

MANOLO MOLÉS
@ManoloMoles
Ha sido un año duro. El anterior se llevó a Víctor Barrio en Teruel y éste se lleva el toro de la tragedia a Iván Fandiño en la Francia que tanto le valoró y respetó. En un quite, aparentemente sin riesgo mayor; pero el rayo de la muerte no avisa y fulminó a un hombre bravo y a un torero ejemplar. Iván era un antisistema en el sentido épico de la palabra. No era un torero y un hombre acomodado que jamás hubiera sido peón de una gran casa empresarial. Era un hombre libre, un luchador solitario, sólo se apoyó en el hombro de un compañero de sueños llamado Néstor, su amigo de la época romántica, canina, pura y dura por las capeas de la Alcarria, que tuvieron siempre fama de voraces. Recuerdo una tarde en Sacedón, yo era un crío de pocos años al que mi padre se llevaba a esos montes a cazar perdices a mano, con perro y pierna dura. Y vi plazas de carros y toros asilvestrados y chavales buscando la fama como en las películas tan tópicas de la época que sólo salvaban Buñuel o Berlanga o Bardem en la cruda realidad de un país anclado en el blanco y negro de oscuridad.

En Aire sur l´Adour se nos fue Iván cerrando la amarga lista de los caídos en el ruedo. Pero ningún buen aficionado será capaz de quitarle un gramo de sus méritos. Iván fue un torerazo, un tío de los pies a la cabeza. Se ganó Madrid, aunque el sistema nunca le devolvió sus méritos. Tuvo cartel en todas las ferias y reinó en su Bilbao. Reinó mientras no había más cojones que darle sitio. Porque luego también es verdad hubo muchos Judas que le traicionaron. Nunca dio coba a nadie. Amigo de los que no le quitaron nada, y de los que le entendieron, no perdía el tiempo con quienes tenían el botafumeiro o la guillotina como sistema único. Le cerraron puertas que había abierto por derecho. Sólo Francia nunca le volvió la espalda; y fue su alimento cuando aquí, en su tierra, le dieron la cartilla del racionamiento taurino. Él y Néstor llegaron arriba, disfrutaron y pelearon la gloria y andaban, cuando llegó el final, subiendo otra vez la cuesta arriba porque Fandiño no entregó nunca la cuchara y tenía arrestos, motivos y oficio para volver a las ferias. Sólo le paró la muerte al guerrero, que conoció la gloria y la inquisición. Tenía algo de los seis dioses griegos en su alma de guerrero como Júpiter, como Mercurio, como Jano, dios de las puertas y de los principios, y de Júpiter, el dios principal. Los toreros que mueren en el ruedo no mueren para siempre. Iván vivió y murió por bravo, porque nunca creyó en la derrota. Y no le vamos a olvidar los que tenemos en la memoria y en el corazón tardes de tanta gloria, verdad y torería. Y te digo algo, amigo lector: todo este epitafio que escribo ahora es lo mismo que escribí en vida de Fandiño. Lo contrario sería un fraude si no coincidiera con lo que le dije cada vez que le vi delante de un toro. En la lista de mis emociones importantes está Fandiño. No una, sino muchas tardes. Se entregaba con el toro y se rebelaba con el sistema; y, a veces, con la vida. Grande. Y ya ves, era un gallego, vasco, alcarreño y ciudadano del mundo. Lo jodido es que se fue sin rematar la segunda batalla.

AÑO DURO: DÁMASO, PALOMO LINARES Y GREGORIO SÁNCHEZ

Año duro. Se fue Dámaso, el que ni siquiera necesita el apellido para saber quién era. Pedazo de profesional y la mejor persona que ha dado esa generación. Fue figura en aquellos tiempos en que había una jaula de leones, o sea, toreros de gran categoría. Pero si fue bueno en la plaza, todavía era mejor en la calle. Y esto mismo lo he escrito cuando estaba vivo.

No pensaba que la muerte le esperaba en el quirófano. Me refiero a Palomo Linares, a Sebastián. Vivía sus años más felices entre el amor y la pintura. Entró en el quirófano como el que entra a la peluquería. Confiado de que la suerte estaba con él. Y no salió. Entre los que le esperaban en la puerta estaba Pablo Lozano, el que le descubrió en La Oportunidad de Vistalegre, su segundo padre.

Se fue Gregorio Sánchez, toledano, bravo, seco, hombre duro, figura, triunfador en Madrid, con la herida familiar de la guerra en la que perdió a gente muy cercana. De izquierdas en el corazón, diestro en la plaza. Hay epopeyas suyas en Las Ventas y hay entrevistas en las que me enseñó la hiel, la miel y las cornadas del toro y de la vida.

DE MUCHOS NOTAMOS SU HUECO PERO LO MÁS DURO ES LO DE IVÁN

Y se fue Victorino, el grande, el amigo, el revolucionario, el paleto, el sabio, el que le dio la vuelta a la tortilla de la ganadería, el que se hizo rico y puso ricos a los que venían detrás. Le admiré, fui su amigo, listo y un talento fuera de lo común. Sólo él logró que las cuadrillas enlotaran como él decía. Llevaba a diario “tres prendas” que te comían los tobillos y tres de lujo, bravos y que te permitián si tenías cojones reventar la plaza y salir a hombros. Ganó mucho y sacó a los ganaderos de la servidumbre torera. Se hizo rico y enriqueció a otros. Trabajó y vio el futuro cuando la mayoría estaban anclados en la atonía. Cinco grandes se han ido. A ninguno voy a olvidar. Y menos aún al que cayó en el frío lecho de la arena. De muchos notamos su hueco pero lo más duro es lo de Iván. Néstor, su hermano de vida, acaba de rematar el libro de su torero. 

Se titula “Mañana seré libre”. Qué amargo, qué dulce y qué grande es esta pasión de vida, muerte y libertad, Iván…

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