Nacido
en San Fernando (Cádiz) el 4 de julio de 1921
Un
poco en silencio, como siempre fue su vida, en la temporada nueva del 2021 se
conmemora un aniversario importante: los 100 años del nacimiento del gran
Rafael Ortega, un torero puro y macizo, que además era un verdadero as de
espada. ¡Que volapiés los suyos!. Como reconocía el torero de la Isla de San
Fernando: "Es la que he realizado más a gusto, la que he visto más fácil.
No cabe duda de que es la más peligrosa, porque le pierdes la cara al toro. Si
de verdad se quiere a un toro, la vista tiene que estar fija en el morrillo, no
en los pitones".
A. P. C.
www.taurologia.com
De cuando uno andaba en esa edad indefinida en la
que ya no eres niño pero tampoco adolescente, tengo un recuerdo imborrable: a
la salida del Colegio de los Maristas indefectiblemente había que hacer parada
en un kiosco de chucherías, estratégicamente situado por donde teníamos que
pasar cientos de chiquillos cada día. Lo regentaba un hombre amable y bueno,
cuyo mayor timbre de gloria era ser tío carnal nada menos que de Rafael Ortega,
el torero de la Isla.
El centro de aquel puestecillo no eran, como
pudiera parecer, las pipas, los orozuz de palito, o los antecedentes mismos del
chupa-chup de hoy; no, allí todo giraba en torno a una fotografía de su
sobrino, en el momento culminante de recetar un monumental volapié a un toro
entrepelado de Miura. Nunca me cansé, ni
todavía hoy me canso, de admirar aquella fotografía de Arjona, luego tan reproducida como ha sido. Y
lo que más añoro es que no éramos ni uno ni dos los que allí nos parábamos,
sino que éramos muchos más los chiquillos de mi edad que nos extasiábamos
delante del kiosco para rendirle culto a Ortega.
Pues ese gran Rafael Ortega en este nuevo año de
2021 –en su 4 de julio, para ser más exacto-- habría cumplido 100 años. Será un centenario que a
lo mejor no tiene tanta repercusión como otros. Pero no por eso dejará de ser
una efeméride notable de los Anales de la Tauromaquia. Un torero de la
dimensión profunda y duradera del de la Isla, no nace más que muy de vez en
cuando.
Nacido en San Fernando (Cádiz) sus antecedentes
taurinos se remontan hasta a la Edad de Oro: su tío carnal Enrique Ortega
Fernández “Cuco” –al que Cossío define como “en peón de brega inteligentísimo”
y un "buen banderillero"--
estuvo junto a Gallito” hasta la tarde fatal de Talavera. Su hermano Baldomero
–-fallecido hace pocas fechas-- fue un gran torero de plata cuadrillas como las
de Gregorio Sánchez, “Limeño” o Ruiz Miguel.
Se había iniciado en el toreo Ceuta, plaza en la
que cumplía su servicio militar, hasta que saca a la luz todas sus
posibilidades en agosto de 1947 en el ruedo de Madrid, donde visto su triunfo
lo repitieron por tres veces. Y con esa fuerza llaga al escalafón superior
también en la Villa y Corte el 2 de octubre de 1949 de manos de Manolo González
y siendo testigo Manuel dos Santos, ante toros de Felipe Bartolomé. Rafael
salió en hombros por la Puerta Grande. Pero luego las cornadas, que llegaron
pronto puso obstáculos en su carrera, aunque todos los venció.
En su historia, una tarde marcada en oro: el 20 de
abril de 1956, en la Real Maestranza de Sevilla, cuando cuajó una faena
histórica al miura "Tormenta", el cuarto de la tarde, al que le cortó
el rabo tras un volapié soberbio, el de la fotografía ya citada. Es una tarde
histórica que tan bien revivió en estas paginas Carmen de la Mata en uno de sus
grandes reportajes. Retirado inicialmente en la temporada de 1960, seis años
más tarde reapareció con éxitos relevantes. Pero también en esta segunda etapa
visitó varias veces la Enfermería, la más grave de todas en Barcelona en 1967.
Sus conceptos básicos
Siempre se le ha reconocido como un verdadero as
de espadas. En una noche de verano, me contaba en su casa que "realizar la
suerte de matar no me ha impresionado nunca. Es la que he realizado más a
gusto, la que he visto más fácil. No cabe duda de que es la más peligrosa,
porque le pierdes la cara al toro. Si de verdad se quiere a un toro, la vista
tiene que estar fija en el morrillo, no en los pitones. Lo mismo pasa al banderillear.
Cuando se ve al torero mirando a los pitones, ese va a pasar apuros para acabar
con el toro".
Don Gregorio Corrochano contaba en una crónica un
sucedido muy representativo: "Entró a matar Rafael Ortega y pinchó
en hueso. "Qué lástima", dijo un vecino de localidad. "Qué
suerte", repliqué yo. "Suerte por qué". "Porque le vamos a
ver entrar otra vez". Cuando un matador de toros como Rafael Ortega pincha
en hueso se saborea más la suerte de matar".
Pero tanto
se alabó su buen manejo de la espada, que
menos se hizo de su profundo toreo. Reconocía Rafael que “muchos no
llegaron a fijarse en mi toreo. Siempre he pretendido ejecutar un toreo muy
puro, sin trampas, ni concesiones fáciles". Pero los aficionados sí que
supieron valorar su sentido del toreo y su capacidad como lidiador.
No podía ser de otra forma con un torero que lleva
muy dentro que "el natural no es puro si no se carga la suerte. Yo lo he
dado así siempre que he podido. Ahí está la pureza y el riesgo. Quizá por eso
me gusta tanto el natural, por su "sencillez". Al toro que viene
humillado hay que llevarlo en el natural largo y metido en la panza de la
muleta hasta el remate”.
Y añadía: “El otro gran pase con la izquierda es
el de pecho. Últimamente he leído que si esto o que si aquello, que si el
hombro contrario, que si el círculo...Desde luego, si el toro describe un
semicírculo mejor, porque se le lleva más tiempo toreado, pero cuidado, sin
descargar la suerte. Lo verdaderamente importante aquí es cargar la suerte con
el pecho, echando el peso para adelante, por eso se le llama pase de pecho”.
"Con la muleta hay pocos pases clásicos y
puros --explicaba Ortega--, pero los verdaderamente fundamentales son los que
pide el toro. Desde luego, lo primero que tiene que hacer el torero es procurar
no cortarle el viaje al toro con la muleta. Como ya he dicho antes, el torero
tiene que dominar siempre al toro, pero llevándolo largo; el torero que se va a
la oreja del toro, para castigarlo, no torea. La embestida ha de llevarse lo
más larga que se pueda, pero con naturalidad, sin la reolinas dándole vueltas
al toro. Dar los pases totalmente en redondo, eso no es el toreo; eso les gusta
hoy a los públicos pero a mí no: el pase debe darse, cuando más largo mejor,
pero con cite y con remate, y quedándose uno colocado para ligar el
siguiente".
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