FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
La Justicia española, esa que enarbola la bandera
en las más altas instancias de la Judicatura del Estado, nos ha dado la razón:
los toreros que reclaman el reconocimiento a su condición de “artistas”, como
estipula una vigente Ley de 1985, tienen perfecto derecho a percibir las
prestaciones extraordinarias por desempleo, que para eso cotizan a la Seguridad
Social. En otras palabras: el Servicio Estatal de Empleo (SEPE) ha incurrido en
una flagrante y grosera discriminación con las gentes del toro en situación más
apremiante (los subalternos), por el destrozo que la pandemia ha ocasionando en
su modus vivendi, al punto de tener que gestionar por cuenta propia su
supervivencia cotidiana. Así de tremenda, es la cosa. El desamparo de estas
gentes es, sencillamente, intolerable. Han llovido, en aluvión, demandas de
banderilleros y picadores, adscritos a su común Asociación --apoyados por la
Fundación Toro de Lidia-- contra los Ministerios “del ramo” y las colaterales
Delegaciones administrativas que se ocupan de solventar este tipo de
situaciones de emergencia laboral y social (Trabajo y Cultura, principalmente);
se han producido manifestaciones de desgarrado clamor contra un trato a todas
luces injusto; se han escuchado declaraciones parcheadas de hipocresía por
parte de los más altos responsables de la Administración Pública e, incluso, se
han producido altercados de escasa intensidad, fruto del desespero y la
impotencia de los reclamantes. El resultado, siempre el mismo: ni un duro para
los toreros. ¿Motivo? Éste, que espetó cierto delegado –o delegada-- provincial
del SEPE a un grupo de subalternos que le exigían explicaciones: Son órdenes de
“arriba” ¿De “arriba”? ¿De cuánto
“arriba” estamos hablando? Yo se lo diré: de lo más alto; de la azotea en que
se apoltronan el presidente y un vicepresidente del gobierno –éste,
especialmente--. Ahí “arriba” está el meollo de la cuestión.
Más “arriba” aún, en Bruselas, tanto nuestros
parlamentarios de la izquierda como sus correligionarios europeos, han
intentado quitarle al toro bravo la subvención de la PAC (Política Agraria
Común), que sería la muerte irremediable del sector, por arrancamiento del
germen esencial de la tauromaquia. No lo van a conseguir –espero—porque lo
impedirán las consultas con los Países miembros de la UE, comprometidos como
están, todos ellos, en conservar y defender los entornos ecológicos y la
biodiversidad de las especies, cuyo hábitat natural es la dehesa.
En cualquier caso, los muñidores “oficiales” de
estos tejemanejes están en casa. Los tenemos presentes en el Consejo de
ministros del gobierno español y, por descontado, en el Congreso y el Senado de
la nación. Y no cejarán en su empreño si no se pone pie en pared, con un clamor
popular en la calle… o en las urnas.
Por fortuna, el impresentable veto a los toreros
modestos (subalternos, insisto) para acceder a la percepción de las citadas
prestaciones ha sido ya revocado por la Justicia española; bien entendido que
es una sentencia susceptible de ser recurrida ante un Tribunal de mayor rango
(el Superior de Justicia de las Comunidades Autónomas), pero confío en que los
ministerios “del ramo” no se acojan a este subterfugio legal, que pudiera
dilatar aún más el cobro de unas subvenciones esperadas como agua de mayo.
Sería el colmo de la desfachatez.
La buena noticia es esta: por fin, las “órdenes de
arriba” se han echado abajo. Ha tenido que ser la Justicia quien, en
cumplimiento de su sagrado deber, contrapese derechos y deberes, culpabilidades
e inocencias, montando la espada y apuntando “por arriba”. Un volapié en todo
lo alto, vamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario