Su
ideal eran los astados «proporcionados, con edad, con cuernos y con tipo, que
no sean montañas ni borreguetes»
ÁNGEL G.
ABAD
Diario ABC
de Zaragoza
Las figuras del toreo de todas las épocas han
sufrido la presión y la exigencia de los aficionados. Las cañas se tornan
lanzas cuanto más alta es la cima que alcanzan los diestros. Y de esa
circunstancia no escapó el que fue considerado Rey de los toreros, Joselito El
Gallo, al que cuando, junto con Juan Belmonte, mandaba sin discusión en el
mundo de los toros, los públicos encontraban cualquier excusa para lacerarle
dentro y fuera de los ruedos.
El tamaño de los toros ha sido un argumento
recurrente a la hora de minorar las hazañas de las figuras, y Joselito lo
sufrió conforme más grande se hacía su toreo. Estamos en 1917, una de las
temporadas en las que toreó más de cien tardes, y desde los tendidos ya
comenzaban las intransigencias.
Le acusaban de torear toros sin el trapío que su
condición requería, y el pequeño de los Gallo fue claro en unas declaraciones
que realizó al escritor José López Pinillos en su obra «Lo que confiesan los
toreros». Una conversación en la que Joselito expuso la norma que siempre
seguía en la elección del ganado.
-¿Le gusta a usted torear toros chicos, los exige
a las empresas?, le espeta el popular literato.
-!Qué ha de ser verdá!, contesta el torero, que
quiere dejar las cosas es su sitio: «Esas son cosas de los enemigos que tiene
uno en la afisión. No es que yo baile de alegría si me suertan un elefante ni
que yo pida elefantes... ¿Pa qué voy a desir una tontera? ¡Pero pedir
ratones!... Si es contaprodusente, señor».
Y Gallito ponía un ejemplo: «Figúrese que le
presentan tres platos de dursé, uno muy grande, otro muy chico y otro
mediano... ¿Cuá escogerá usté?.... Er grande le estomaga y er chico no le deja
satisfecho. ¿No escogerá er mediano, que le llena sin indigestarle? Esa es la
mía: toros proporsionaos, con edá, con cuernos y con tipo, que no sean montañas
ni borreguetes».
-¿Y si no hay'toros proporcionados?, insiste López
Pinillos.
-Entre el chico y el grande, me quedo con el
grande. ¿No ve usté que el peligro es iguá y que con el grande hay lusimiento y
con el chico irrisión? Mire usté: los toros más grandes que he matao este año,
menos uno, son los que me han valío más parmas, y eran de Miura y Pablo Romero.
Y en cambio, los más chiquitines... iNo me quió
acordá! Seis purgas de Sartiyo, que me cabían por entre las piernas, sin
cuernos, sin carnes, como espátulas... Er público, indignao, de uñas, y yo
cabreaísimo, sudaba sangre y me estaba viendo con una corná de las gordas
ensima, porque cada bicharraco de aquellos, por su podé y sus intensiones,
tenía tanto que matá como seis toros.
Fue en Salamanca, y aquellos toros chicos
permanecieron siempre en el recuerdo de Joselito, y es que mientras corría, la
«gente se reía de mí, no me se orvidarán tan fásirmente».
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