Román
y Jesús Duque combaten la incertidumbre de la pandemia con toreo de salón y
mucha fuerza mental
JOSÉ LUIS
BENLLOCH
Redacción APLAUSOS
“Todo es muy incierto, lo único seguro es que el
año pasado nos quedamos sin temporada y esta ya veremos”. Es Román desde su
casa alcarreña de El Casar, y remacha: “Me da miedo, estoy asustado con lo que
pueda venir”. Cabe decir que lo que no consiguieron los toros en tantos albures
por esas plazas de Dios lo ha conseguido, o casi, la maldita Covid-19, asustar
a Román y ponerle sordina a su sempiterno optimismo. Y señala su actual mayor
enemigo, la desmotivación, contra la que pelea duro: “Lo que más me ha costado
es no perder la ilusión. Ahora, aunque está la cosa como está, como parece que
hay más voluntad de dar toros, me encuentro mejor”.
Tras su último percance, una cogida que le partió
literalmente los riñones y le ha supuesto mes y medio de recuperación, ha
vuelto a torear de salón, a entrenar y entrenar y entrenar. Asegura que lo
plantea como si fuese a torear treinta corridas de toros. “Evidentemente no las
tengo contratadas, pero me lo he grabado en la cabeza y me preparo con ese
objetivo”. Treinta corridas, treinta, treinta, se repite como si fuese la
pócima milagrosa que le alimenta el espíritu. “Es que torear es lo único que me
hace feliz”, y en ese empeño anda.
La Covid ha conseguido lo que no consiguieron los toros,
asustar a Román y menguarle el optimismo: "Lo que más me ha costado es no
perder la ilusión"
Estos días está a punto de irse concentrado a
Constantina, a la finca de Las Monjas, donde escapará del frío mesetario y se
acercará a las ganaderías de bravo para preparar, como si no ocurriese nada,
esa temporada soñada de las treinta, treinta, treinta corridas que inflaman su
ánimo, no sea que llegue y le pille desprevenido. “El ganadero me ha invitado
el tiempo que haga falta”. Allí mismo sufrió el último percance grave de su
carrera, un golpe brutal que le lastimó de gravedad los riñones mientras
toreaba a puerta cerrada preparándose para una temporada que ya existía.
Jesús Duque, otro valenciano, compañero de
promoción de Román, combate este invierno refugiado en su Requena natal con el
paréntesis de un viaje a Méjico donde acudió por razones del corazón. “Mi novia
es de allí y se volvió conmigo. Fue una semana que aproveché para hacer
tentaderos en aquel país”, y ahora reparte el tiempo entre el trabajo en una
empresa familiar que se dedica a los hierros y el toreo de salón. El año pasado
no tuvo ocasión de vestirse de luces, cuestión especialmente frustrante por cuanto
estaba anunciado en Valencia, el día de San José nada menos, además de contar
con la promesa de confirmar la alternativa en Madrid. “Era el año en que debía
decidir mi futuro y estaba muy preparado además de muy ilusionado. Llegará el
momento otra vez, en esta pandemia he aprendido a tener paciencia ante las
situaciones que no puedes controlar”.
MALDITO INVIERNO
Todo sucede en el invierno más invierno de todos
los inviernos toreros. Sabido es que el invierno para los toreros es justo
cuando deja de haber actividad y salen las canales, que en el castellano actual
significa cuando llueve. En años ha, los diestros más afamados hacían las
maletas y volaban a América, donde las temporadas duraban meses y se cobraba en
dólares, dólares contra pesetas, que suponían auténticas fortunas. Ahora van y
vienen los fines de semana y los dólares no son tantos, ni los euros ni la
fiscalidad es la misma, de tal manera que las américas lo son menos. Antes y
ahora en España había diestros que no viajaban a América y los inviernos se
hacían largos y crudos. Este año no hay América para nadie y el invierno torero
dura ya quince meses, y lo que nos amenaza.
La pandemia dejó a Duque sin la posibilidad de resolver su
futuro en 2020: "Estaba muy preparado además de ilusionado, pero llegará
el momento otra vez. He aprendido a tener paciencia"
Todo es consecuencia de la maldita pandemia con el
consiguiente confinamiento inicial y las restricciones que le siguieron que
convulsionó el mundo y logró que acabase la temporada sin que hubiese
comenzado, al menos como se la conocía. Fue una cascada de malas noticias, se
pusieron en la picota sueños, economías y futuros; se apagaron las luces de los
vestidos y se corrieron los cerrojos de los portones; los toros durante ese
tiempo turreaban perezosos en las dehesas lejos de los jolgorios propios de sus
destinos; de pronto todo dejó de ser como estaba previsto, nada correspondía a
la lógica, España y el mundo, y naturalmente las ferias, se fueron a un negro
plomizo del que nos está costando salir… Un año y más llevamos en ese trance.
Los empresarios se han quedado en sus cuarteles, los ganaderos han bajado al
barro de la tarea diaria; los toreros postineros, los de finca y hacienda,
esperan a que escampe…, pero entre los espadas no todas las travesías son
plácidas, quite usted, los hay, muchos, que se tienen que apretar el cinturón
de la supervivencia, sobre todo la artística. Que nadie se olvide de ellos es
objetivo prioritario.
ROMÁN, VERSO LIBRE
Aquello de salud y suerte ha tomado una dimensión
especial, ha pasado del territorio de la retórica y el formulismo social al de
la realidad. “Yo pido salud, suerte y trabajo”, se apresura a subrayar Román,
y, conociendo su carácter, le apunto, supongo que también libertad para seguir
ejerciendo como verso suelto.
-La falta de libertad no me ha supuesto gran
problema, salgo menos, veo menos a mis amigos, voy menos a Valencia y
naturalmente me apetece volver a la normalidad, pero lo que realmente echo en
falta es torear porque, como te digo, lo que me hace feliz, lo que me da vida,
es torear. El año pasado ver cómo se me suspendían las corridas una tras otra
fue descorazonador, se me hizo muy duro.
Román recuerda los primeros meses de la pandemia cuando
iba a entrenar al campo y pese a tener todo los permisos y autorizaciones
además de motivos tenía la sensación de que estaba haciendo algo malo. “Era
como ir medio escondido. No me producía buenas sensaciones”.
Jesús Duque, por su parte, insiste como su
compañero en la componente intelectual como arma de la resistencia en estos
meses. “Los toreros somos unos soñadores, vivimos de la ilusión de conseguir
nuestros sueños y te aseguro que valen la pena todos los esfuerzos que se
tengan que hacer. A mí me vale la pena. Llegará mi momento por mucho que este
invierno pandémico sea el cuento de nunca acabar”. Y llegará el momento en que
escampe y el invierno se haga primavera.
Los chicos
tampoco ceden
La misma frustración afecta a los novilleros de la
tierra que se vieron obligados a aplazar sus exámenes de estado de las pasadas
Fallas. Miguel Polope, el Niño de las Monjas y Miguelito estaban anunciados en
medio de grandes expectativas para incorporarse al grupo de los punteros que
todos los años comienza a definirse en la feria valenciana. Y lo mismo cabría
decir de un recuperado Juan Cervera o Borja Collado, que andaba en trance de
reaparición tras un breve paréntesis en su prometedora carrera, y de los chicos
de la escuela, todos jóvenes e ilusionados. Tanto, que nadie dejó de entrenar
en estos meses ni la escuela cerró sus aulas más tiempo del imprescindible por
la maldita Covid. Habría que recordar que el único festejo que se celebró en la
plaza de Valencia fue una novillada sin caballos el 8 de marzo en la que
participó el prometedor Javier Camps.
Publicado en el
diario LAS PROVINCIAS del 17 de enero de 2021
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