La
tercera ola de la pandemia vuelve a tener amordazada la temporada taurina pero
no impide que se produzcan noticias y movimientos en la trastienda del toreo
ÁLVARO R.
DEL MORAL
Diario CORREO
DE ANDALUCÍA
La cosa pinta fea. Una semana más tenemos que
redundar en el asunto sin perder de vista las cifras y las letras de esta
pandemia que sigue en apogeo. El fantasma del colapso empieza a rondar a los
hospitales; la cifra de contagios es un desmadre y el goteo de muertes –números
que esconden dramas y mucho dolor- sigue certificando que queda mucho, muchísimo
camino que recorrer antes de enarbolar la bandera de la victoria y adivinar una
tímida normalización de la vida cotidiana. Y ahí también entra el toreo. Enero
ya está amortizado y el mes de febrero –pendientes de una inminente reunión de
los pesos pesados del empresariado taurino- se antoja vital para reunificar
estrategias y hasta recuperar parte de la paz perdida en esas miserables luchas
intestinas que no merece la pena remover más.
Ésa es una de las intenciones, dicen, del
presidente de ANOET. No es otro que el inefable y muy locuaz Simón Casas, que
ahora habla de lanzar pelillos a la mar. El ‘productor’ predica ahora el
regreso de hijos pródigos como José María Garzón, Alberto García y Juan
Bautista para “remar en una única dirección”. Pues a buenas horas, mangas
verdes.
Y hablando de Garzón... a nadie se le escapa que
el empresario sevillano tiene el punto de mira puesto en la gestión de la Plaza
Real del Puerto de Santa María. El vetusto coso saldrá a concurso en pocas
fechas con un pliego más o menos elástico y realista que favorezca la
celebración de festejos en función de los huecos que deje la pandemia. El canon
–se habla de 5.000 a 10.000 euros- no va a ser un problema. El lío llegará con
esas más que previsibles maniobras orquestales en la oscuridad que tratarán que
la plaza caiga en manos de quién ustedes saben, con o sin la barca de sentido
único que proclama Casas. En El Puerto, en cualquier caso, parecen tener claras
las cosas. Mejor así.
Pero mientras se habla de estas y otras cosas, se siguen
moviendo los hilos del toreo aunque algunas noticias, más allá de sus claves
informativas, parecen invitaciones a la melancolía. Es el caso de esos
apoderamientos que van y vienen mientras hablamos de una temporada fantasmal
que –suspendidas Olivenza y Valdemorillo; seguramente Valencia y Castellón y
muy pronto Sevilla- difícilmente podrá levantar el vuelo en la situación
actual. En cualquier caso, ahí está la nueva alianza Casas-Ferrera o el acento
femenino que aporta Cristina Sánchez, que debuta en los despachos para guiar la
carrera de la joven novillera charra Raquel Martín, que aún tiene todo por
hacer.
De Córdoba a Sevilla
Hay más cosas que contar, como la victoria del
planeta de los toros en un reciente pleno del Ayuntamiento de Córdoba, que ha
aprobado una obviedad. No es otra que el reconocimiento de la Tauromaquia como
“manifestación cultural de importante calado” en la ciudad de los Califas. En
la práctica se trataba de dejar atrás el clima de manifiesta hostilidad que
creó la anterior y muy olvidable alcaldesa, mujer sectaria y tacticista que
despreció abiertamente una de las aristas culturales más importantes de la
capital de la Mezquita. El asunto fue aprobado con los votos del PP, Vox y
Ciudadanos. IU y Podemos no decepcionaron a nadie con su negativa y el PSOE,
¡ay el PSOE!, encendió las habituales velas a Dios y el diablo y se puso se
perfil. Pero el éxito de la iniciativa tiene nombre y apellidos y está
vinculado a la voluntad y la solvencia de unas pocas, poquísimas, personas al
frente de una entidad: la Fundación del Toro de Lidia. Ya lo dijo Churchill:
“nunca le debieron tanto a tan pocos”.
Hablando del PSOE: se trata del mismo partido que,
138 kilómetros río abajo, aprobó la declaración del toreo como ‘Fiesta Mayor’
de Sevilla hace casi 17 años. Cómo hemos cambiado... Fue bajo la alcaldía de
Alfredo Sánchez Monteseirín. Después llegó el popular Zoido y puso en pie aquel
premio taurino que estrenó Pepe Luis Vázquez a título póstumo. Lastrado por
otros condicionantes, hubo que reinventarlo en la era Espadas para no herir las
“nuevas sensibilidades”. Pero el galardón también ha modificado su desarrollo
por efectos de la pandemia. Su última edición se falló en septiembre de 2019 en
favor del filósofo Fernando Savater y el programa Tendido Cero pero no pudo ser
entregado en aquel abril de 2020 de temores y confinamientos. Tampoco se ha
podido volver a convocar. Habrá que esperar tiempos mejores. Para todo.
En la muerte de Riverita
Pero en la semana que se fue también fue noticia
la muerte de José Rivera, Riverita, el hermano mayor de Paquiri y de toda esa
saga de Zahara de los Atunes que, enredada con otros apellidos de fama, sigue
acaparando la atención mediática de cierto público. Pero nos interesa mucho más
la hermosa historia taurina y humana que eclipsan los dimes y diretes de la
prensa rosa. Riverita era un verso suelto, un torero maldito y seguramente una
promesa frustrada. Pero tenía el encanto, el irresistible atractivo del
perdedor. José Rivera se fabricó con su fracaso taurino un mundo propio, un
universo personal maravillosamente descrito por su sobrino Cayetano. “Su vida
en un folio sería trazos de colores, flores, estrellas, la luna...”
Riverita era un hombre querido. ¿Quién lo duda? Su
nombre, inevitablemente, evoca el de su hermano Paquirri, la ascensión a la
cima del toreo y esa horrenda muerte en la carretera de Pozoblanco. Aquel ocaso
marcó a fuego a toda la familia. José se había desarrollado como torero, sin
renunciar a su alma de artista, oculto en la poderosa sombra de su hermano
Paco, que en sus últimas horas de vida fue capaz de estremecer a todo el país
mostrando como se mueren los hombres. Más de veinte años antes había escrito
una historia de grisallas, tan de aquella España agridulce de los 60, con su
hermano José. Juntos querían vengar la frustración taurina de su padre, que fue
el forjador de sus sueños. Descansa en paz, Riverita.
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