PACO AGUADO
Hace ya algún tiempo que las gentes del toro somos tratados
poco menos que como apestados por esta sociedad globalizada en que nos ha
tocado vivir. Ser taurino, ya sea profesional o aficionado, se ha convertido en
una especie de estigma bárbaro que, para los gurús del pensamiento único, para
los guardianes de lo políticamente correcto, nos equipara directamente con
asesinos, violadores, maltratadores…
Al paso de los años, sin que haya reacción alguna, esa
opinión se va extendiendo como mancha de aceite entre una gran parte de la
población que vive sometida al dictado de quienes marcan las “tendencias”, esos
que de defender lícitamente los derechos de las minorías han pasado, en un
bucle paradójico, a imponer dictatorialmente sus gustos y sus criterios en la
forma de vivir de las mayorías.
Este extraño salto social, por el que los que pedían respeto
han dejado de respetar a los demás, afecta directamente a la tauromaquia en tanto
que sus indiscutibles valores no sólo han pasado a ser discutidos sino que
también parece que han dejado de tener vigencia según los timoneles de esta
época desnortada de la historia.
El verdadero problema es que las corrientes antitaurinas,
imbricadas directamente en la dictadura de la corrección política a la par que
la creciente y estúpida moda de la zoofilia, van conquistando a sectores cada
vez mayores de la sociedad, y especialmente a los jóvenes, a través de
estrategias bien sufragadas y perfectamente extendidas por ese arma de
destrucción masiva en que se han convertido las redes sociales.
Tal es así que el mayoritario porcentaje de indiferentes a
la tauromaquia que coexistía en los países taurinos hasta hace un par de
lustros se está reduciendo año tras año, al tiempo que los taurinos vamos
perdiendo terreno a marchas forzadas en un mundo cada vez más polarizado,
ignorante y agresivo, bombardeado por las proclamas que los bienpensantes
quieren imponer como pautas de comportamiento general.
Este masivo avance del antitaurinismo no viene dado por una
cuestión cultural, por el hecho de que un mayor conocimiento y una mayor vayan
en contra de este rito milenario, tal y como alegan nuestros enemigos. Se trata
más bien de un problema generado por la incultura y la falta de respeto y de
preparación que los tiempos provocan en unas nuevas generaciones hipnotizadas
por el canal único de información que es internet.
Esta exclusión social del toreo se hace día a día más
palpable en cada contacto de la tauromaquia con el exterior, como ha sucedido
recientemente con el asombroso rechazo de Cáritas Salamanca al donativo de una
asociación taurina juvenil, queriendo hacer ver que el dinero proveniente de la
tauromaquia está tan sucio como el del narcotráfico, tal y como lo ha comparado
un “sensible” miembro del PACMA.
Pero ahí no queda la cosa, porque Mario Vaquerizo, el en
España famoso marido de la cantante Alaska, está siendo machacado estos días en
las redes sociales por el único hecho de haber protagonizado junto a Cayetano,
el “asesino” con quien posa abrazado, una campaña benéfica que recauda fondos
para una UVI infantil en el hospital del Niño Jesús de Madrid.
A tales niveles, hasta despreciar y atacar incluso su vieja
y activísima faceta humanitaria, llega ya esta perversa y trabajada
identificación negativa de la tauromaquia que va imponiendo el fascismo
animalista entre los grupos de ciudadanos más manipulables, a esa masa que han
acabado convirtiendo en un ejército de yihadistas para usar en una persecución
que lleva camino de linchamiento.
Es urgente, antes de que sea más tarde, parar esta caza de
brujas, contraatacar a una inquisición antitaurina que nos está convirtiendo en
apestados sociales, que nos relega a las catacumbas mediáticas, que nos
desprecia y nos iguala a los pervertidos y a los trastornados mentales, del
mismo modo que antes pasó con otros colectivos.
Claro que para eso se necesita dinero y, sobre todo,
talento, algo que no parece sobrar precisamente entre quienes dirigen el espectáculo.
Y usar ambos en campañas bien organizadas que aprovechen tantas facetas y
tantos personajes de la fiesta de los toros que pueden servir de ejemplo y de
contrapunto para reivindicar la verdad de una cultura que corre peligro de
arder en la hoguera del nuevo nazismo. Estamos a tiempo, antes de que nos
escupan por la calle.
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