«Pali, ese toro me ha matado». Era la voz apagada de José
Cubero «Yiyo» ante su peón de confianza tras recibir una cornada que le partió
el corazón. Aquel 30 de agosto de 1985, el torero de Canillejas había cogido la
sustitución de Curro Romero en Colmenar Viejo sin saber que el toro que había
de matarlo «ya estaba comiendo yerba», añeja frase de miedo que se hizo trágica
realidad y que ABC inmortalizó en su portada. Ocurrió en la hora final. Con
templada lentitud, se tiró a matar o morir al sexto, «Burlero» de nombre, de la
ganadería de Marcos Núñez. Enterró una estocada en lo alto y «Burlero», muerto
en vida, lo prendió por la espalda y hundió su pitón izquierdo con letal saña.
Su cuadrilla intentó arrancarle literalmente el puñal hasta que el toro lo
soltó y cayó inerte a la arena.
La plaza madrileña se sobrecogió mientras las cuadrillas lo
trasladaban con angustiosa celeridad a la enfermería. Estremecieron sus ojos
vueltos y encalados, que emprendían rumbo al Más Allá. El percance había sido
terrorífico. Los doctores apreciaron desde el callejón la extrema gravedad.
Cuando El Yiyo llegó a la mesa de operaciones, no respondió a los estímulos.
«Burlero» se había llevado entre sus astas la inolvidable sonrisa de Cubero —de
sólo 21 años—, después de realizar una faena colosal, premiada con dos orejas.
La noticia corrió como la pólvora. La gente rompió en llanto desconsolado. «Me
lo ha matado», dijo su padre quebrado de dolor. Negro parte de guerra: «Rotura
por asta de toro, que provoca una parada cardiorrespiratoria irreversible...»
Cartel maldito
La tragedia recorrió el mundo entero. Yiyo y «Burlero»
componían un fúnebre romance, como aquel que Valle-Inclán imaginó para
Belmonte: «Sólo te falta morir en la plaza… Para que ni toro ni torero puedan
separarse jamás». José Cubero ingresaba en el Olimpo de los dioses que
entregaron su vida por un arte al que muchos son los llamados y pocos los
elegidos, como reza en la Escuela Taurina de Madrid. Allí se formó «príncipe
del toreo», junto a Julián Maestro y Lucio Sandín. «Adiós, príncipe, adiós»,
tituló Antonio D'Olano una obra en su recuerdo.
Su apoderado, Tomás Redondo, nunca llegó a superar aquella
tragedia y en 1989 decidió no vivir para contarlo más. Desgarrador...
El Yiyo, con geniales condiciones para auparse a la cima
pese a no ser valorado lo suficiente por las empresas y con dos Puertas Grandes
en Madrid, se convirtió en leyenda inmortal. Ascendía a la gloria de muchos
otros toreros caídos «a las cinco en punto de la tarde»: Sánchez Mejías,
Joselito, Manolete o Paquirri. Curiosamente, Cubero había pasaportado a
«Avispado», el toro que mató a Francisco Rivera en Pozoblanco. El único
superviviente del llamado «cartel maldito» es El Soro, que ha reaparecido
recientemente tras superar numerosas operaciones.
Este domingo, los aficionados a los que cautivó rendirán su
particular homenaje a un joven prodigio que tras conquistar la victoria adivinó
la tragedia: «La muerte la llevamos en la cara todos los toreros. Pienso que un
cuerno me va a arrancar el corazón. ¿Qué más da?» Palabra de un príncipe
coronado rey en la mitología taurina. / ROSARIO PÉREZ –
Diario ABC de Madrid
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