Alternativa emocionantísima del
torero peruano. Ponce firma una faena relevante y poderosa con un toro difícil.
Alardes soberbios de Juan Bautista con los aceros. Corrida de tres hierros y
muy desigual. Un excelente juampedro.
BARQUERITO
Foto: EFE
LA MATINAL DEL SÁBADO de la Vendimia –Diego Ventura y El
Juli, y más nadie- fue una corrida pastiche. Dos de los tres toros de
Victoriano del Río que El Juli mató no tenían el menor trapío. El otro pasó por
mínimos. Inválidos los tres. El Juli firmó alguna cosa suelta notable, pero
estuvo desdichadísimo con la espada. De los tres toros despuntados de Sampedro
que toreó Ventura, el primero fue excelente; los otros dos se apagaron tras
llevar clavada una decena de hierros en el morrillo. Esos dos fueron muy
enmorrillados. Como dianas. Mucha gente, más de dos horas, mucho calor. Un
espectáculo impropio de feria mayor.
La corrida vespertina, del cupo de las interminables, fue un
chorro de emociones. Se esperaba y anunciaba la alternativa de Roca Rey como
uno de los dos acontecimientos de la feria. Y lo fue. Por una razón
irrebatible: el joven torero peruano se jugó alegre o dramáticamente la vida.
Sin trampa ni cartón, sin renunciar a nada, desafiante. Desde el mismo comienzo
–siete mandiles ceñidísimos para saludar al toro de la alternativa, de
Victoriano del Río, bien armado- hasta la hora de enterrar arriba la espada
para acabar con un sexto bis, sobrero del propio Victoriano, que no hizo más
que pegar hachazos, tarascadas, gañafones y cornadas al aire.
Toro descompuesto, revoltoso, violentísimo, tan agrio como
el que más. La bayoneta calada, las antenas puestas, pura gresca. No es que
fuera toro de sentido –tuvo a su merced a Roca Rey tendido en el suelo e inerme
y no llegó a hacer por él- sino que solo se defendía a trastazos. Habría
procedido una faena de castigo y aliño, y fuera. Pero Ponce y Juan Bautista
llevaban para entonces un botín de tres orejas cada uno, y Roca se sintió
obligado a igualarlos en premios.
Habría podido ser con el sexto de sorteo, uno de Juan Pedro
Domecq gacho, abierto de palas y negro zaino, que se lastimó al cobrar la
primera vara, se quedó cojo y fue devuelto. Roca puso a la gente de pie al
lancear de capa con arrojo insuperable: el capote a la espalda y en los medios
sin más preámbulos, gaoneras de ajuste mayúsculo, una larga cambiada de
rodillas y otra en la suerte natural y en vertical de lindo dibujo; y un galleo
de frente por detrás. Casi todo en el mismo paquete. Pareció empezar otra
corrida.
Retomar el hilo después de los triunfos bastante redondos de
Ponce y Juan Bautista parecía misión imposible. No para este torero nuevo tan
ambicioso, que ya en el toro de la alternativa anduvo firmísimo, relajado,
caído de hombros, toreando con los vuelos, o intentándolo al menos en serio. A
ese primero lo mató de buena estocada con vómito. Al sexto de un sopapo
formidable. Una cogida pareció abrirle la herida todavía sin curar del toro del
muslo derecho. Roca Rey celebró el triunfo cojeando. Éxitos paliativos del
dolor. Gran escaramuza.
Los cuatro toros restantes fueron distintos de todo: de
hechuras y condición. Salió beneficiado Juan Bautista, porque el tercero fue,
de los cuatro de los Del Río, el de mejor aire: fijeza, nobleza, entrega y ritmo;
y el quinto, de Juan Pedro, remangado pero estrecho de sienes, finas cañas,
gran remate, tuvo bravo son pero no se negó a nada. Estaba o estaría rendido
tras una faena de no perdonar ni una baza, pero todavía tuvo el detalle de
arrancarse al cite de Juan Bautista a recibir con la espada. Y, hasta el puño
el estoque, la generosidad de rodar sin puntilla.
Juan Bautista hizo del descabello del toro de Victoriano que
mató por delante un espectáculo de arte. Mandó taparse a todo el mundo, la
muleta blandida y jugada con la zurda, y despenó con impecable puntería al
toro. Con los dos supo templarse, aunque abusando del toreo ecléctico tan del
gusto francés, que intercala y salpica las series en la suerte natural con
juegos de manos, toreo cambiado, faroles y, siempre, espléndidos pases de
pecho. Roca Rey había salido a quitar al quinto algo temerariamente
–chicuelinas y tafalleras, una buena revolera- y la réplica de Juan Bautista
fue terminante: crinolinas, gaonera y revolera. Y ahí queda eso.
De las dos faenas de Ponce la mejor con diferencia fue la
primera porque el toro de Victoriano no llevaba las orejas colgando
precisamente. Hubo que pelearse. Apareció el Ponce de formación y poder
camperos, dominador, sabio saco de recursos, inteligencia para administrar las
alturas del toro sin violentarlo, suavidad cuando el toro pidió la cuenta. Y
valor. Y una notable estocada de la que salió cojeando.
La cojera iba a condicionar los terrenos de la otra faena
tanto como un ligero viento que en tablas revolvía demasiado. Toro pajuno,
apagadito, edulcorado, cuyo fondo de bravura solo apareció a la hora de doblar
con una resistencia impensada. El trabajo de Ponce, teatralizado hasta la
exageración –cosas de aquel Javier Conde que aquí tuvo su público-, tuvo su
parte pomposa y hueca, pero también pulso del bueno para aquilatar las medias
embestidas casi agónicas del toro, venido abajo en tablas. Las pausas se
celebraron como si fuera toreo del caro. Después de vender humo al peso, Ponce
tuvo el gesto de tirarse a matar como si le fuera en el empeño no se sabe
cuánto.
FICHA DE LA CORRIDA
4ª de la Vendimia. Lleno esponjado. Soleado, fresquito, algo ventoso.
Dos horas y cincuenta y cinco minutos de función.
Cuatro toros de Victoriano del
Río -1º y 6º bis, con el hierro de su nombre, y 2º y 3º, con el de Toros de Cortés- y dos toros -4º y 5º-
de Juan Pedro Domecq.
Enrique Ponce, oreja y dos orejas tras dos avisos.
Juan Bautista, oreja tras un aviso y dos orejas tras un
aviso.
Andrés Roca Rey, que tomó la alternativa, oreja y oreja.
Picaron bien Puchano y Paco María a segundo y quinto.
Ovacionado Iván García tras
banderillear al primero.
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