Máxima figura, escribe un
artículo de puño y letra sobre la Escuela de Madrid que ahora pretende
apuntillar el Ayuntamiento de Carmena
ABC de Madrid
Dejamos atrás la estación del metro y pronto empecé a
distinguir los hierros ganaderos que adornan el extenso muro de piedra que da
entrada a la Venta del Batán. Mi abuelo sacaba del bolsillo de su abrigo la
cajetilla de tabaco. Tras un instante de silencio, se quitó de los labios el
cigarrillo, volvió a guardárselo en el abrigo y sacó la mano del bolsillo para coger
la mía tras acariciarme el pelo con ternura. Se había percatado que los nervios
infantiles me estaban invadiendo en mi primer día en la escuela taurina de
Madrid.
Había pasado poco tiempo desde que celebramos mi primera
comunión con una capea. Aquella noche, tras darle un capotazo a una becerrita,
le dije a mi padre que quería que me apuntara en la escuela. Mis padres tenían
que trabajar y sacar adelante el negocio de bordados que tenían en el Barrio de
La Concepción. Así que fue mi abuelo Ignacio quien me acompañó en el primer
paso de mi trayectoria taurina.
Nos recibió Tinín, uno de los profesores del centro.
Mientras nos instruía, los muchachos que iban llegando a la clase diaria se
situaban uno detrás del otro y, como en una recepción de la realeza, iban
saludando al profesor: «Buenas tardes, maestro». Eso me llamó mucho la
atención, pero más me extrañó cuando los propios chavales que llegaban se daban
la mano con otros que ya estaban entrenando en la placita de tientas. Y otra
vez: «Buenas tardes». En mi barrio, San Blas, no había visto nada parecido.
Allí, a lo sumo, nos saludábamos con un «ey, tú», o «qué pasa», y a la gente
mayor se le trapicheaba y vacilaba.
En sólo un minuto en la Escuela recibí la primera lección, y
no fue taurina, fue de vida. La Escuela de Tauromaquia de Madrid me dio unos
valores que mantengo a día de hoy. El respeto, la honestidad o la humildad es
algo que se les inculca a los niños que quieren ser toreros, y el propio toro
te confirma después que esos valores son inherentes de la profesión.
Jamás vi una pelea entre alumnos, ni siquiera un insulto. Y
si acaso alguno levantaba la voz a otro ahí estaba Gregorio Sánchez para
ponerlo en su sitio. El maestro Gregorio, el director artístico de la escuela,
será siempre mi mentor. Con fama de duro y arisco, se empleó en mi enseñanza
con una entrega total. Me enseñó qué es la raza y el no dejarse ganar la pelea
en la plaza.
Si he llegado donde estoy es, en parte, gracias a Gregorio,
a los profesores y a mis compañeros. Y los valores que me inculcó la escuela
trato de infundirlos ahora en mis hijos. La Escuela del Batán no es sólo una
escuela taurina, es una escuela de vida.
Ficha
Julián López «El Juli» permaneció en la Escuela Taurina de Madrid desde
1992 hasta 1996. Gregorio Sánchez, director artístico de la Escuela, siempre
consideró a El Juli como el torero más importante que ha pasado por este
centro. El Juli creó en el año 2007 su propia escuela taurina. A través de su
Fundación, proporciona a los aspirantes a toreros una formación teórica y
práctica en la sede de la escuela, situada en la localidad madrileña de Arganda
del Rey. Durante el invierno los alumnos se preparan con tentaderos y ya en
temporada participan en un centenar de festejos entre becerradas, clases
prácticas y novilladas. La Fundación asume los gastos de la formación de los
alumnos, facilita la integración de alumnos extranjeros y dispone de un piso en
Arganda para los jóvenes de fuera de la Comunidad de Madrid. Actualmente cuenta
con 30 alumnos.
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