martes, 29 de septiembre de 2015

El recorte de Carmena

FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN

En este país de locos que entre todos hemos construido, en esta España que parece refocilarse con el empeño secular de autodestrucción entre españoles, en este lugar del mapamundi donde campa por sus respetos el irrespeto, donde un tipo que aspira a ser ¡presidente del gobierno! se emociona cuando un cafre patea la cabeza de un policía que yace en el suelo, donde la democracia solo es reconocida y habilitada para una determinada ideología, donde los agentes del orden público han de correr perseguidos por una turba envilecida y violenta (el mundo al revés), donde los medios de comunicación de alcance nacional manipulan imágenes y pixelan comentarios para que los tertulianos-todólogos arremetan unos contra otros hasta el paroxismo, creando una antología de la cerrilidad y un estado de opinión alimentado por el odio, donde se alardea de pasarse por la entrepierna la ilegalidad y se lucha por el poder sin el menor recato, con todo este desorden de cosas en plena ebullición, ha llegado Carmena con su recorte.

El recorte, como bien se sabe, es suerte del toreo, mediante la cual, el diestro juega la cintura, los brazos y las muñecas para abreviar el viaje del toro mediante un gracioso ademán de recogimiento del utensilio de torear, habitualmente la capa. En este contexto, el recorte más famoso es la media verónica, elevada al súmmun de la excelsitud por Juan Belmonte, aunque también alcanzaron alto predicamento la media de Manolete, la de Antoñete o la de Morante.

–¿Por qué da usted la media verónica, Juan?, le preguntaron cierto día al lacónico Belmonte.
Para ahorrarme la otra media, respondió el genial trianero, lo cual justifica la principal condición de todo recorte: el ahorro.

El recorte del que se habla en estos días lleva la firma de la máxima autoridad municipal de la capital del Reino de España: Manuela Carmena. Es la primera media verónica de saludo al toro de la Tauromaquia, que se han propuesto lidiar como si de un marrajo se tratara. Chicotazo por aquí, puñalada trapera por allá, poquito a poco van minando su secular fortaleza… mientras los filotaurinos nos perdemos en disquisiciones sobre vetos a empresas taurinas o proselitismos de vía estrecha que invocan unas formas de torear de escuadra y cartabón, ajenas a los imprescindibles procesos evolutivos o a la libertad expresiva que consagra la práctica de toda actividad artística.

El caso es que Carmena, esa buena mujer que da la imagen de la venerable tita Enriqueta, la que guarda las golosinas en su faltriquera, alcaldesa que es de Madrid, ha tomado la determinación de retirar la subvención a la Escuela Taurina Marcial Lalanda, para dinamitar por inanición dineraria el lugar donde un puñado de chavales sueñan con emular a sus ídolos del ruedo. Ha tomado tan tajante –que no sorprendente– decisión consultando a sus asesores más directos y, por supuesto –según parece—, a los colectivos antitaurinos y animalistas pertinentes. Como debe ser. Consulta a los suyos, a sus correligionarios. Al resto, que los lleven al tinte. Ole. ¡Viva la pluralidad!

El caso es que la buena de Carmena ha retirado los 61.200 euros con los cuales se mantenían unas instalaciones docentes en las que no solo se impartían clases de tauromaquia, sino que se advertía acerca del riesgo de enfrentarse al toro y de los múltiples riesgos que acechan a los adolescentes en el avispero de nuestra sociedad contemporánea. Joselito, el torero, lo cuenta muy bien en unas recientes declaraciones: el toreo me salvó de la droga. También El Juli: la Escuela Taurina de Madrid me dio unos valores que mantengo a día de hoy.

Son dos ejemplos de hombres hechos en las aulas de la Casa de Campo, dos alumnos que no solo aprendieron a manejar los utensilios de torear, sino también a asimilar unos conocimientos de ciencias y letras que, potenciados a posteriori, han permitido su impecable tránsito por la vida. Es muy probable que, de no ser por la Escuela del Batán, muchos miembros de este alumnado estarían ahora engrosando esas legiones de ninis que habitan en el caladero donde pesca gran parte de sus votos un apreciable porcentaje de nuestros actuales gobernantes.

Carmena no sabe nada de toros, ni de cómo funciona una Escuela Taurina. Tampoco creo que le interese demasiado. Forma parte de ese colectivo que no quiere saber de ciertas cosas y prefiere mantener una postura maximalista a cierraojos. No hay peor ignorancia que la del que no quiere saber. Por tanto, tampoco sabe que el recorte es una suerte del toreo, pero quiere creer que quitándoles el dinero se acabaron los nidos de futuros asesinos de toros, que es como ellos –los ignorantes de no querer saber—consideran a los hombres y mujeres que han hecho posible el milagro de un arte dinámico que se ve las caras por la tarde con la muerte y que es la esencia de la filosofía de la vida, la expresión más fidedigna de lo auténtico.

Pero, ¿hasta cuándo vamos a tener que aguantar tanta intolerancia, tanto acoso y derribo, tanto bombardeo en las redes sociales? ¿No vamos a tener bemoles para plantar cara a tan despiadado acorralamiento?

A Carmena, le digo dos cosas: que a poco que nos pongamos las pilas, la Escuela Taurina de Madrid volverá a renovar su alumnado, aún sin las expensas del Ayuntamiento de las Villa y que lo suyo no es un recorte airoso, enjundioso, bello y breve, sino un pingüe desastrado, de torerillo ofuscado, medroso e incapaz.

El recorte de Carmena tampoco es un dineral, sino más bien un gesto, una declaración de intenciones; pero con una pequeña suscripción entre profesionales, se pone en marcha de nuevo cuando llegue la retirada de la subvención pública, y, si es preciso, mejor organizada, más efectiva, más ilustrativa. Sería la mejor forma de mostrar a la alcaldesa nuestra postura ante el desaire. Y, de paso, le hacemos una peineta, que falta le hace.

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