FERNANDO FERNÁNDEZ
ROMÁN
En este país de locos que entre todos hemos construido, en
esta España que parece refocilarse con el empeño secular de autodestrucción
entre españoles, en este lugar del mapamundi donde campa por sus respetos el
irrespeto, donde un tipo que aspira a ser ¡presidente del gobierno! se emociona
cuando un cafre patea la cabeza de un policía que yace en el suelo, donde la
democracia solo es reconocida y habilitada para una determinada ideología,
donde los agentes del orden público han de correr perseguidos por una turba
envilecida y violenta (el mundo al revés), donde los medios de comunicación de
alcance nacional manipulan imágenes y pixelan comentarios para que los
tertulianos-todólogos arremetan unos contra otros hasta el paroxismo, creando
una antología de la cerrilidad y un estado de opinión alimentado por el odio,
donde se alardea de pasarse por la entrepierna la ilegalidad y se lucha por el
poder sin el menor recato, con todo este desorden de cosas en plena ebullición,
ha llegado Carmena con su recorte.
El recorte, como bien se sabe, es suerte del toreo, mediante
la cual, el diestro juega la cintura, los brazos y las muñecas para abreviar el
viaje del toro mediante un gracioso ademán de recogimiento del utensilio de
torear, habitualmente la capa. En este contexto, el recorte más famoso es la
media verónica, elevada al súmmun de la excelsitud por Juan Belmonte, aunque
también alcanzaron alto predicamento la media de Manolete, la de Antoñete o la
de Morante.
–¿Por qué da usted la
media verónica, Juan?, le preguntaron cierto día al lacónico Belmonte.
Para ahorrarme la otra media, respondió el genial trianero,
lo cual justifica la principal condición de todo recorte: el ahorro.
El recorte del que se habla en estos días lleva la firma de
la máxima autoridad municipal de la capital del Reino de España: Manuela
Carmena. Es la primera media verónica de saludo al toro de la Tauromaquia, que
se han propuesto lidiar como si de un marrajo se tratara. Chicotazo por aquí,
puñalada trapera por allá, poquito a poco van minando su secular fortaleza…
mientras los filotaurinos nos perdemos en disquisiciones sobre vetos a empresas
taurinas o proselitismos de vía estrecha que invocan unas formas de torear de
escuadra y cartabón, ajenas a los imprescindibles procesos evolutivos o a la
libertad expresiva que consagra la práctica de toda actividad artística.
El caso es que Carmena, esa buena mujer que da la imagen de
la venerable tita Enriqueta, la que guarda las golosinas en su faltriquera,
alcaldesa que es de Madrid, ha tomado la determinación de retirar la subvención
a la Escuela Taurina Marcial Lalanda, para dinamitar por inanición dineraria el
lugar donde un puñado de chavales sueñan con emular a sus ídolos del ruedo. Ha
tomado tan tajante –que no sorprendente– decisión consultando a sus asesores
más directos y, por supuesto –según parece—, a los colectivos antitaurinos y
animalistas pertinentes. Como debe ser. Consulta a los suyos, a sus correligionarios.
Al resto, que los lleven al tinte. Ole. ¡Viva la pluralidad!
El caso es que la buena de Carmena ha retirado los 61.200
euros con los cuales se mantenían unas instalaciones docentes en las que no
solo se impartían clases de tauromaquia, sino que se advertía acerca del riesgo
de enfrentarse al toro y de los múltiples riesgos que acechan a los
adolescentes en el avispero de nuestra sociedad contemporánea. Joselito, el
torero, lo cuenta muy bien en unas recientes declaraciones: el toreo me salvó
de la droga. También El Juli: la Escuela Taurina de Madrid me dio unos valores
que mantengo a día de hoy.
Son dos ejemplos de hombres hechos en las aulas de la Casa
de Campo, dos alumnos que no solo aprendieron a manejar los utensilios de
torear, sino también a asimilar unos conocimientos de ciencias y letras que,
potenciados a posteriori, han permitido su impecable tránsito por la vida. Es
muy probable que, de no ser por la Escuela del Batán, muchos miembros de este
alumnado estarían ahora engrosando esas legiones de ninis que habitan en el
caladero donde pesca gran parte de sus votos un apreciable porcentaje de
nuestros actuales gobernantes.
Carmena no sabe nada de toros, ni de cómo funciona una
Escuela Taurina. Tampoco creo que le interese demasiado. Forma parte de ese
colectivo que no quiere saber de ciertas cosas y prefiere mantener una postura
maximalista a cierraojos. No hay peor ignorancia que la del que no quiere
saber. Por tanto, tampoco sabe que el recorte es una suerte del toreo, pero
quiere creer que quitándoles el dinero se acabaron los nidos de futuros
asesinos de toros, que es como ellos –los ignorantes de no querer
saber—consideran a los hombres y mujeres que han hecho posible el milagro de un
arte dinámico que se ve las caras por la tarde con la muerte y que es la
esencia de la filosofía de la vida, la expresión más fidedigna de lo auténtico.
Pero, ¿hasta cuándo vamos a tener que aguantar tanta
intolerancia, tanto acoso y derribo, tanto bombardeo en las redes sociales? ¿No
vamos a tener bemoles para plantar cara a tan despiadado acorralamiento?
A Carmena, le digo dos cosas: que a poco que nos pongamos
las pilas, la Escuela Taurina de Madrid volverá a renovar su alumnado, aún sin
las expensas del Ayuntamiento de las Villa y que lo suyo no es un recorte
airoso, enjundioso, bello y breve, sino un pingüe desastrado, de torerillo
ofuscado, medroso e incapaz.
El recorte de Carmena tampoco es un dineral, sino más bien
un gesto, una declaración de intenciones; pero con una pequeña suscripción
entre profesionales, se pone en marcha de nuevo cuando llegue la retirada de la
subvención pública, y, si es preciso, mejor organizada, más efectiva, más
ilustrativa. Sería la mejor forma de mostrar a la alcaldesa nuestra postura
ante el desaire. Y, de paso, le hacemos una peineta, que falta le hace.
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