En su estreno en Nimes, y en su
confirmación de alternativa, el torero de Barajas acaba con el cuadro, desborda
las expectativas más optimistas y entra en Francia por la puerta grande.
BARQUERITO
CON EL TORO DE LA confirmación de alternativa ya dejó ver
López Simón en qué son venía. En son mayor: una particular firmeza, encajado el
cuerpo todo sin esfuerzo, sueltos los brazos, la vertical pura que tanto
conviene a los toreros de talla. Su primera tarde en Nimes. Casi su estreno en
Francia. Una curiosidad extraordinaria. Se llevaba hablando de él toda la
semana.
Asiento y ritmo: tres lances a pies juntos sin enmienda, dos
enseguida abriendo el compás. Irregular el dibujo, demasiado grande el capote.
Dos o tres golpes de viento casi al mismo tiempo. El viento iba a aparecer más
de la cuenta a lo largo de esta última tarde del verano. Protagonista fue López
Simón. Pero no único. El viento y algo más.
No se lo puso fácil Castella, que está viviendo la mejor
temporada de su carrera: al valor incólume de siempre se ha venido a sumar un
sentido del toreo de gobierno que no hace tanto se le resistía a toro parado o
en las medias distancias. Cualquier toro le sirve al torero de Béziers. Los dos
de esta tarde final de la Vendimia: un sobrero jabonero de frondoso cuello y
corta alzada que se rebrincó y terminó por meter la cara entre las manos; y un
cuarto acodado y astifino, algo desmadejado y desganado, que acabó, antes de
pararse, domado como si fuera de carril.
Cuando se paró, Castella se metió entre pitones.
Impertérrito, aplomo irresistible. El toro le estuvo rozando las bandas de
azabache de un bello terno añil y negro, golpes de oro en el chaleco. Ni una
gota de sangre en la ropa. No fue un arrimón, sino algo bastante más sutil y
difícil. Al jabonero le puso los tornillos en su sitio en faena de autoridad. A
los dos los tumbó de estocadas de ortodoxa ejecución. El cuarto rodó sin
puntilla. El jabonero, casi. También ahora ha encontrado Castella con la espada
el sitio y la seguridad que tantas veces se le ha resistido. Era matar a sangre
y fuego cuando se hizo imprescindible hacerlo. Por ejemplo, el triunfo salvaje
del pasado mayo en Madrid. Pero ha cambiado todo: la técnica y la confianza. Y
la puntería. Y la verdad de salir con el engaño en la mano.
El tercero fue el peor de la corrida de Cuvillo. Una
exasperante falta de fijeza, acostones, cabezazos. Nada parecía reclamar su
atención. La muleta acartonada de Manzanares no fue el mejor remedio. El viento
lo puso más difícil todavía. Todo fue de una imprecisión y de una falta de
resolución notorias. Un pinchazo, una estocada tendida y trasera, tres
descabellos, dos avisos. El quinto tuvo bastante mejor trato pero menguado
poder y solo una gotita de celo. Manzanares no encontraba el rincón donde,
según los fieles de Nimes, menos descubre el viento. Oyó gritos de ánimo. Era
corrida de reaparición. Se notaba. Y, sin embargo, a los dos toros tuvo que
descabellarlos. La reciente cogida tan aparatosa de Albacete fue en un arreón
en esa suerte. Conflicto superado. La faena, monótona, no se avino con las
musas.
Y luego llegó la hora de López Simón, que la iba a hacer más
que sonada. Al toro de la alternativa, de más nobleza que entrega, lo había
pasado con limpio ajuste en toreo algo encimista pero de riesgo. Se expuso el
torero, grandes golpes de muñeca, ni un enganchón. Formidables tragaderas
cuando el toro se le quedó debajo o se le metió por acá o por allá. ¿Ojeda,
Talavante…? Una original interpretación. Toreaba así de novillero López Simón.
Más o menos. Pero entraba y salía de la cara del toro amaneradamente. Ya no.
Y la prueba concluyente fue el último trabajo. Con el toro
más armado de los siete de Cuvillo que saltaron a la arena del Coliseo. También
este se metió por debajo de los vuelos del capote que agitaba un viento
revoltoso de poniente. El toro peleó en el caballo, se pegó un volatín completo
que pareció letal pero no y, antes de llegar a dejarse seducir por la muleta de
López Simón, fue toro nervioso, la cara a media altura, bélico aire, mucha
movilidad, la prontitud de la bravura.
Todo ese fondo no habría contado sin un torero tan
dispuesto, valiente y capaz como el que tuvo delante. Una exhibición: como una
catarata, más pendiente de camelar al toro que de atacarlo López Simón, una
tanda, otra y otra, y otra más, sin pausas apenas, sin solución de continuidad,
el toro metido en el engaño en todas las bazas, traído y llevado, enroscado,
dejado cuando convino. Puesto del derecho y del revés. Clamor en las gradas de
piedra milenaria. Sin ser faena plástica, fue de arrogancia superlativa. Una
estocada al encuentro. Los dos pañuelos del palco a la vez. Memorable triunfo.
FICHA DE LA CORRIDA
6ª de la Vendimia. Casi tres cuartos. Soleado, ventoso. Dos horas y
cuarenta minutos de función.
Seis toros de Núñez del Cuvillo.
Sebastián Castella, saludos tras un aviso y dos orejas.
José María Manzanares, silencio tras dos avisos y saludos.
Alberto López Simón, que confirmó la alternativa, saludos tras
un aviso y dos orejas.
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