PACO AGUADO
Los taurinos tenemos que convencernos de que también
“podemos”. De que el interesado acoso de antitaurinos y animalistas es ya de
tales dimensiones que también a nosotros nos ha llegado la hora de
"indignarnos". Y, como hicieron aquellos movimientos ciudadanos del
15-M, tenemos de una vez que echarnos a la calle para mostrar la gran fuerza popular
que sustenta la tauromaquia.
El camino, igual que sucedió en marzo en Castellón y ahora
en otros pueblos, nos lo han marcado hace apenas tres días en Valladolid.
Porque la "manifa" de Pucela, que muchos han querido silenciar, no
sólo fue un éxito de asistencia –ocho mil personas calculó la Policía Nacional–
sino que dio las claves de cómo se debe encauzar la protesta contra el ataque
fascista de las formaciones políticas que se llaman a sí mismas de izquierdas y
de las asociaciones que se autoproclaman defensoras de derechos y libertades…
siempre y cuando sean los suyos.
Ante la inoperancia y la tardanza para convocar un acto
contundente por parte de los taurinos profesionales, que aún siguen debatiendo
si son galgos o podencos en dilatorias reuniones de paripé, los aficionados de
Valladolid y provincia tomaron el sábado el paseo de Zorrilla al reclamo de la
cita de un chaval de veintidós años, que se llama Daniel Santaolaya y que se
evade de la rutina y el paro juvenil como cortador de toros, que es como llaman
a los recortadores en los pueblos de Castilla.
Indignado él, igual que deberíamos estar todos ante la
torticera, agresiva y apabullante campaña de desprestigio que sufre nuestra
forma de entender la vida, le bastó con la ayuda de un par de amigos moviendo
la cita en las redes sociales para que el día señalado, y de manera espontánea,
todas esas miles de personas se echaran a las calles de Valladolid para
reclamar respeto y libertad, lo que no deja de ser paradójico, y hasta
alarmante, en este país ya con cuatro décadas de democracia recuperada.
Pero ahí estaban todos, la gente normal, la de a pie, en su
mayoría aficionados y apasionados de los festejos populares, que son el inmenso
y sólido pilar sobre el que se asienta la tauromaquia toda, incluidas las corridas
formales que el propio sistema empresarial se está encargando de convertir poco
a poco en un espectáculo elitista.
Y lo mejor de todo es que la media de edad de los
manifestantes era muy baja, con una inmensa mayoría de jóvenes que albergan en
sus corazones un arraigado sentido de la pertenencia de estos viejos ritos.
Tanto que allí quedó patente que es en todos esos jóvenes del pueblo donde está
la verdadera fuerza de futuro de la tauromaquia, un vigoroso frente común para
salir al paso del guerracivilismo provocado por la neurótica y barata
"progresía" del animalismo urbanita.
Fueron ellos, los que acuden en masa a los encierros, los
que vibran y sienten hondamente la emoción directa del toro en las calles y en
los campos de Castilla, los que pisaron el asfalto de Valladolid en mucha más y
mejor representación que los sólo 4 mil activistas pagados y artistas
"comprometidos" que, convocados desde varios puntos de España, se
reunieron a la misma hora en la Puerta del Sol de Madrid, bien esponjaditos
haciendo bulto, para pedir la prohibición del Toro de la Vega.
Pero, como dijo Victorino Martín García en el escueto pero
contundente manifiesto que leyó al final de la concentración pucelana, el Toro
de la Vega "no se toca", ni aunque este líder socialista de pitiminí
que padecemos se "avergüence" de ello y amenace con prohibirlo si
gana las próximas elecciones. Y no se toca porque, más allá de la supuesta
crueldad de un torneo que los medios se encargan de manipular, exagerar y de
cargar de morbo, ceder ante su abolición serviría sólo para abrir las puertas a
una insaciable secuencia de prohibiciones taurinas en cadena.
No conviene por ello desmarcarse y desligarse de manera
clasista del tan vapuleado rito taurino, ni diferenciarlo por remilgada cobardía
de las corridas de toros. Y si los animalistas dicen estos días que son todos
“Rompesuelas”, el simbólico toro del conde de la Corte que será alanceado hoy
mismo en la villa castellana a orillas del Duero, los taurinos debemos ser
todos tordesillanos, sin distinción de colores políticos ni de preferencias
artísticas.
Porque eso es lo que pasa allí mismo, donde, sin que lo
digan los medios, desde el alcalde socialista hasta los "podemitas",
pasando por el presidente del Patronato del famoso toro de Tordesillas, que
curiosamente es de Izquierda Unida, todos reman en la misma dirección.
El pueblo entero, como Fuenteovejuna, está unido en la
defensa de su ancestral fiesta e indignado ante el desprestigio generalizado y
la tremenda presión mediática que vienen sufriendo desde hace mucho tiempo,
sólo porque una vez al año matan un toro, un pedazo de toro que tiene todas las
opciones de defenderse a campo abierto, al estilo de sus antepasados: a pie
firme y con una lanza.
Pero hay que poner pie en pared. Es hora de echarnos a la
calle y pasearnos a cuerpo, como repetía el cantautor Luis Pastor antes de que
muriera Franco, y de sacar el orgullo de ser taurinos para frenar lo que lleva
camino de convertirse en una satanización.
Porque si hasta ahora nos gritaban, ya empiezan a atacarnos.
Como ha pasado en Fuenlabrada, donde los antis han agredido a una mujer y a su
hijo por llevar una camiseta con el logo de un toro. O como está sucediendo en
Málaga, donde cada cierto tiempo hay quien se coloca a las puertas del museo
taurino de Juan Barco para insultar e impedir el acceso a quienes intentan ver
la impresionante colección de obras de arte del gran aficionado extremeño,
ejemplo espectacular de la cultura que ha generado el toreo a lo largo de los
siglos.
Y es que cada día que pasa la situación de los taurinos en
esta España desorientada se parece más a la de los judíos de la Alemania de
finales de los años treinta, cuando los nazis acosaban sus negocios de los
judíos y fomentaban el odio que iba poniendo las primeras piedras de los
crematorios.
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