Alberto
Escudero, de San Muñoz, que debutaba en Madrid, y Alejandro Marcos, de la
Fuente de San Esteban, que repetía en las Ventas. Ventaja del torero de la
Fuente
BARQUERITO
EL PRIMERO
DE LOS NOVILLOS de Gabriel Rojas saltó al callejón al tercer intento.
Estaba virgen de capotes. Mario Diéguez le pegó enseguida cuatro o cinco lances
o medios lances despegados y de manos altas. El rancio sabor de la verónica
alta que ha resucitado de manos de Morante y sus musas. En un quite, el
salmantino Alberto Escudero se templó en dos lances ajustados: la verónica de
media altura, que es anterior en el tiempo a la invención lasernista –de
Victoriano de la Serna- y gitana del lance arrastrado.
Manso en el caballo, dolido en banderillas y
mugidor, el novillo saltarin tuvo trato en la muleta. Compostura estética de
Diéguez, plástica natural. Pero muleta retrasada, exceso de toreo a la voz, el
cite fuera de cacho, el pase ligero, apuntes, esbozos, la pinturería de un
desplante improvisado de rodillas y frontal. Y de pronto, una voltereta
inesperada y accidental. Taleguilla desgarrada. De seda verde oliva. Iba
vestido de maravilla el torero, sevillano de Coria del Río, que cumplirá
treinta años dentro de dos semanas. Oliva y azabache; faja ancha y pañoleta oro
viejo. Impecable. Dos pinchazos, un descabello a toro arrancado.
Había gente de Salamanca repartida por la sombra y
el sol y sombra. Mil o más. Unos, de Escudero, que se presentaba en Madrid.
Otros, de Alejandro Marcos, que repetía tras su buen debut de mayo. Bien
avenidos los bandos. Más ruidosos los de Escudero. El novillo del debut,
cuajadito, huido de salida, se acostó por la mano derecha. Marcos hizo un quite
discreto por chicuelinas. No fue novillo propicio: cabezazos, que se acentuaron
al enganchar tela, una manera de revolverse enterado, poca entrega, estilo
defensivo. Largo trasteo de Escudero, demasiado empeñoso. Una caída en la cara,
un autoquite de croqueta a la venezolana, patente de los hermanos Girón. Cuando
quiso buscar el toro a Escudero, ya no quedaba ni rastro. Una estocada tendida.
El tercero, colorado, palas y pitones blancos,
fondoncito, hermoso, tomó el capote sin fijeza ni desgana –lances a pies juntos
de Marcos en los medios- y se fue corrido y suelto por los caballos de pica que
acababan de saltar. De uno a otro, viajes de ida y vuelta y, al cabo, salida
suelta y afligida del único puyazo en regla. En banderillas –lidiaba Zamorano-
el toro enterró pitones y cobró un volatín tremendo. Consecuencia final: toro
aplomadísimo, apagado, topón, rebrincado, claudicante. Trasteo conciso, preciso
y seguro del torero de la Fuente de San Esteban –Alejandro Marcos- y una
excelente estocada por el hoyo de las agujas, de las de, según frase hecha y
metafórica, “salir colgado” y de efecto casi fulminante. Rodó el toro. Pañuelos
blancos –solo de la gente de la Fuente-, vuelta al ruedo. La estocada que
habría venido tan a pelo el primero de mayo.
El cuarto, ensillado, largo y estrecho, el más en
tipo Núñez de los seis novillos, tuvo nobleza, pero ninguna fuerza. Se abrió de
remos dos o tres veces y se derrumbó como desinflado. Y, sin embargo, tenía esa
gota de calidad golosa que consiente al torero que se atreva. Y temple. Hermosa
y antigua caligrafía de Mario Diéguez al dibujar con la izquierda una tanda
primorosa. Figura equilibrada, buen gusto. Y el susto inesperado en un exceso
de confianza y al rematar una tanda. Una cornada al vacío –soltar la cara- y el
pitón le rasgó ahora a Diéguez la taleguilla por el tercio superior y posterior
del muslo izquierdo. El esparadrapo que cubrió el primer rasgado estaba teñido
de sangre. No fue nada. Dos pinchazos, la soberbia puntería de volver a acertar
con el descabello a toro arrancado.
Los dos últimos fueron los más serios de la tarde.
El quinto se entregó y romaneó en dos varas certeras y severas. Fue castigo
excesivo. El sexto, astifino, degollado y peludo, se escupió de los caballos
pero no se llegó a sangrar. Este sexto fue hueso de taba: áspero, geniudo, se
frenaba y volvía, ni un solo viaje metiendo los riñones, medía. Entero y seguro
Alejandro Marcos, habilidad de torero campero, sensibilidad para dominar la
situación sin sufrir. Y el talento de sacar casi a tenaza una tanda de cuatro
natural con sus dos de remate cambiados por alto. Ahora no entró la espada.
Sensación de torero capaz. Facilidad natural. Como
el quinto se apalancó tras tanto castigo, a Escudero le costó trabajar y
tragar. Muchas voces para animar al toro. Ni caso. Medios muletazos, una
maravillosa trincherilla –casi una firma con garabato, un pinchazo, una
estocada. Habrá que volverlo a ver.
FICHA DE LA CORRIDA
Madrid, 28 junio. Ambiente y temperatura
sofocantes. Ráfagas de viento sur. Un quinto de aforo. Dos horas y diez minutos
de función.
Seis novillos de Gabriel Rojas.
Mario
Diéguez, silencio tras aviso y
saludos tras aviso
Alberto
Escudero, palmas y ovación tras
aviso.
Alejandro
Marcos, vuelta y silencio tras
aviso.
Escudero, de San Muñoz (Salamanca), nuevo en esta
plaza. Picó muy bien al cuarto Pedro
Iturralde.
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