viernes, 5 de junio de 2015

FERIA DE SAN ISIDRO – VIGESIMONOVENO FESTEJO: Infumable

FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman 
Foto: EFE

Tardes como estas dan que pensar. Por una  parte refuerzan la teoría de que los toros –como  las personas— tienen días, porque de lo  contrario no se explica que dentro de una misma  camada o de una misma reata, salgan individuos  de carácter tan diferente, y por otra, constatan la  evidencia de que, asumido por el público el  pésimo juego del ganado, el ganadero sale de la  Plaza tan orondo y el torero, abatido, derrotado,  envuelto en una bronca monumental y entre una  lluvia de almohadillas.

Manuel Jesús El Cid, echó el resto en la apuesta  más dura de su carrera taurina. Más dura, con  diferencia que la de Bilbao, también con seis  buenos mozos de la “A” coronada, de la que  salió magnífico y reforzado. En esta de Madrid,  se jugaba mucho más: su vindicación como  torero de máxima importancia entre los de su  generación. Tiró la moneda y le salió cruz, del  envés, del revés. Quedó, pues, boca abajo,  ofreciendo en bajorrelieve la trilogía del  desencanto, la desesperación y el sufrimiento. A  partir de hoy, las cosas van a cambiar y a afectar  negativamente en la trayectoria de la temporada,  y El Cid lo sabe.

Cuando suceden estas cosas, el público de  toros en España, en general, una de dos, o no  sabe discernir o no quiere que el fracaso se  comparta. Toda la culpa cae sobre la espalda del  torero.

No quiere esto decir que aliente la iracundia en  otra dirección, pero sí que se repartan las  responsabilidades. En la pasada feria de abril  de Sevilla, Victorino echó una gran corrida de  toros, con un ejemplar de bandera, al que toreó  superiormente Antonio Ferrera, pero, en la  ocasión que nos ocupa, toda la corrida, en  mayor o menor grado, ha sido verdaderamente  infumable, imposible para el mínimo lucimiento,  entendiendo por tal el toreo concebido como  arte. No hay cristiano que le pueda meter mano a  un lote de toros de tan desabrido carácter, con  tan indisimulado espíritu maligno. A los victorinos  de ayer, no les pega pases ni el mismísimo  Rodrigo Díaz de Vivar o El Guerra que  resucitaran.

Vendrán ahora los adalides de la conspicua  afición y dirán que había que haber lidiado sobre  las piernas, que todos los toros tienen su lidia,  que hay que poder primero y matar guapamente  después… Ya, ya. Hace esto El Cid ayer y sale  escoltado por las FOP. Manuel, el hombre,  intentó hacer el toreo que de él se espera, esto  es, largo, templado y ligado, especialmente  sobre la mano izquierda. Decenas de veces lo  ha hecho en esta misma Plaza, ante toros de  este temido hierro. En ella y con ellos forjó su  carrera y ganó su prestigio; pero los pájaros de  cuentas de ayer, como si quisieran pasarle una  factura atrasada, le pusieron contra las cuerdas.  Y el público, que le había mostrado su apoyo  nada más deshacerse el paseíllo con una  cariñosa ovación, le enseñó las uñas en el último  tramo de la corrida, dejando como paupérrima  sanción a los principales causantes de la derrota  una póstuma ración de pitos sobre el cadáver  cárdeno de los tres últimos toros. Incluso hubo  quien, en un alarde de inaudita estupidez,  aplaudió a las alimañas, para zaherir aún más al  hombre que las abatió, abocándole a su propio  abatimiento.

El Cid fracasó porque no le salieron bien las  cuentas ni le embistieron los toros; pero no  fracasó sin paliativos. En el victorino que abrió el  festejo impuso su autoridad frente un toro bronco  e inquieto, que comenzó frenándose ante el  capote y acabó sin terminar de pasar en el  remate de los muletazos. Dibujó algunas  trincherillas garbosas y tal cual natural de buen  trazo, pero le pegó un horrible metisaca sabe  Dios dónde. A partir de ese desagradable  episodio comenzó la cuestabajo de la corrida. El  segundo, mal picado, fue rebañón, con la cara  alta y reponiendo terreno cuando perdía el faldón  de la muleta, el tercero, un marmolillo, sin celo y  sin entrega, el cuarto cortó la salida a los  banderilleros, y esperó paciente hasta hacer  carne en la axila de uno de ellos, David Pirri. Fue  este un tercio caótico, en el que los hombres de  plata o azabache estaban literalmente vendidos  a las maniobras arteras de aquél toro malandrín.  El quinto, de preciosa lámina, más de lo mismo,  otro cazador furtivo de toreros que  afortunadamente no encontró pieza, y el sexto, el  último sicario de tan destructivo lote. Ni un pase.  Al menos, ni un pase de mediana calidad.  Repetimos: infumable corrida.

Poco antes de que dieran las nueve, cruzaba El  Cid el ruedo de Las Ventas, ya sembrado de  almohadillas, en dirección al patio de caballos.  Caían sobre él denuestos y silbidos. ¿Pudo estar  mejor? Lo dudo, pero ello no obsta para que  eludamos el calificar de fracaso su intentona  vindicativa.

En las Plazas americanas, especialmente las  colombianas, cuando una corrida de toros sale  mansa, peligrosa e imposible para el lucimiento,  el público grita a coro: ¡Ganadero, pícaro…! He  visto a más de uno acharado, con las orejas  gachas, salir del burladero del callejón,  expulsado por el clamor popular. También el  torero llevó lo suyo, pero –qué cosas—bastante  menos que el criador de los elementos de su  infortunio. Lejos de nuestro querido solar, las  cosas se ven de otra manera.

Corolario:

Un torero de Salteras sale de Las Ventas entre el  griterío de una afición –una masa de público,  más bien—desencantada, con una sentencia: ya  no es lo que era. Y un ganadero de Galapagar,  con otra bien distinta: los bravos quedaron en el  campo. El manejo de los tópicos, a veces, es  caprichoso.

Si aquél rey de Israel llamado Salomón llega a  ver esto, y se sometiera a su severo juicio,  hubiera emitido un veredicto más ajustado a la  realidad. Una solución, como la célebre suya,  bien drástica, pero más acertada.

FICHA DEL FESTEJO
Madrid, Plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro. Vigésimonovena de feria.
Ganadería: Victorino Martín. Corrida bien presentada,  musculada y bien armada, en la que solo el  primer toro, aunque brusco y de viaje corto,  ofreció alguna opción al torero; el resto, fue un  desfile de bravucones de mala casta, que  apretaron al caballo de picar y buscaron al torero  en todos los pasajes de la lidia, especialmente,  los lidiados en cuarto, quinto y sexto lugar, que  fueron auténticas alimañas. En resumen, corrida  imposible para el arte del toreo.
Espada: Manuel  Jesús El Cid, en solitario (de nazareno y oro),  metisaca en el costillar (silencio), media  estocada (silencio), estocada caída (silencio),  estocada y dos descabellos (silencio) media  estocada y tres descabellos (pitos) y media y  descabellos (pitos).
Entrada: Casi lleno.
Cuadrillas: picaron bien Francisco María y Tito Sandoval. En banderillas arriesgaron Curro Robles y, sobre todo, Cándido Cruz.
Incidencias: El cuarto toro alcanzó al banderillero David  Saugar, Pirri, infiriéndole una cornada en la axila  derecha, de 15 centímetros. Pronóstico, menos  grave. Tarde veraniega.
El Cid abandonó la  Plaza entre gran bronca y lanzamiento de  almohadillas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario