FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
Tiempos revueltos, estos que vivimos. Tiempos
eólicos, con vientos que soplan de oriente a poniente, de derecha a izquierda y
viceversa. Está el país a la expectativa, sin saber, de momento, a qué
atenerse, con la veleta de la vida de las gentes que lo habitan desorientada,
hacia un albedrío indescifrable. La cosa política está que arde… alimentada por
la yesca irreconciliable de estos con aquellos, enfrentados todos en su lucha
indisimulada por la conquista del poder. El toro de España se muestra abanto y barbea
las tablas, buscando la salida; una salida límpida hacia un futuro lúcido,
desde un presente penumbroso. En esas estamos. Y en tal incertidumbre, aparece
de nuevo una coleta masculina, coleando como jamás hubiéramos presagiado.
La coleta pendiente de la nuca varonil –excepción
hecha de la de los chinos, durante la dinastía Quing- tiene, como es bien
sabido, una connotación genuinamente taurina y, por tanto, española. Se deriva
de aquella moña que los toreros primigenios del siglo XVIII formaban con un
rebujo de pelo, dejado crecer aposta en la parte de atrás de la cabeza, que
encerraban en una redecilla, para mejor proteger el occipital de los porrazos
que podían ocasionar unos toros feroces, aviesos y mansurrones. Célebres
fueron, por tanto, las coletas recogidas de Costillares, Pepe Hillo o Curro
Guillén, hasta llegar a Paquiro, que rompió moldes en el indumento del matador
y lo elevó a la máxima categoría, hasta entonces asumida por los picadores. Fue
entonces cuando la moña pilosa y su red trocóse en trenza vistosa y ostensible.
Los toreros decimonónicos la llevaban con orgullo, incluso de paisano. Era su
toque de distinción, su quid de reconocimiento: Ahí va un torero, decían a su
paso.
Hasta que llegó Belmonte y, en uno de sus
arranques geniales, ordenó a su peluquero Toribio una soleada mañana madrileña:
¡Córtame eso…! Desde entonces, las coletas toreras pasaron a la historia; pero
se guardó su reminiscencia en lo que llamamos castañeta, que es un añadido de
pelo natural… pero postizo, prendido con un pasador, desmontable todo ello. Un
sí, pero no.
Pablo Iglesias, reconocido militante de la
izquierda de una vieja época, aspirante a las más altas instancias del Estado
de nuestro país y líder del partido político Podemos, lleva también una frondosa
coleta, anudada a la mitad y colgante por entre los omoplatos. Lo que en la
mujer se ha conocido toda la vida de Dios como una cola de caballo, dicho sea
sin intención peyorativa, hacia él o ella. Para este Pablo Iglesias de última
generación, como para los referidos toreros de antaño, la coleta es su seña de
identidad más significativa. Le quitas a Pablo Iglesias la coleta y es menos
Iglesias, o menos Pablo, según la confianza de trato. ¿Sabrá este joven y
ambicioso político algo de las concomitancias taurinas de tal adminículo?
Dúdolo. No hay más que echar un vistazo al
documento final de su Programa Colaborativo, cuyo punto 6.7 especifica
taxativamente: Prohibición de la Tauromaquia y del tráfico de especies exóticas
o en peligro de extinción.
Vuelvan a releer el párrafo, porque su redacción
es, en sí misma, un clamoroso contrasentido, y denota una total opacidad con
respecto a lo que la Tauromaquia y el toro de lidia –su elemento básico—
representan en nuestra cultura, nuestra historia y nuestras tradiciones,
cuestiones todas –junto al paralelismo con el maltrato animal– cuyo
discernimiento no me pete abordar en este momento; pero sí le diré que no tiene
ni idea de lo que propone ni de sus consecuencias.
Mire usted: si por un raro acaso pudiera llevar a
cabo tal prohibición en todo el territorio nacional, redundaría de facto en la
extinción de una especie única, patrimonio universal de nuestro país. El toro
bravo no tiene sentido si no se muestra el carácter que biológicamente le
diferencia de los de su especie. No es un ser vivo, semoviente y alelado, carne
de zoológico, ni son las dehesas donde se cría inmensos solares arbolados pasto
de urbanización. ¿Acaso es eso lo que pretende?¿Hay en el mundo un espectáculo
más po-pu-lar y de-mo-crático que la corrida de toros?
Me consta, sin embargo, que ha dado marcha atrás.
Un poquito, solamente. Y no, ciertamente, por los motivos que acabo de exponer.
Poco antes de los recientes comicios autonómicos y municipales compareció junto
al candidato de su Partido a la presidencia de la Comunidad de Madrid, José
Manuel López Rodrigo, quien reconoció que, simplemente, lo que harán en Podemos
es no subvencionar los toros. Y lo dice, precisamente, cuando la Comunidad,
propietaria de las Ventas, se lleva todos los años alrededor de ¡un millón de
euros!, que es el beneficio líquido resultante del canon que cobra por explotar
la Monumental. Otro que no tiene ni idea de lo que se trae entre manos.
Me preocupa que los políticos emergentes –con
independencia de su ideología—sean tan legos y tan osados en materia taurina, a
la vez que me inquieta su volubilidad en función de la dispersión del voto.
Quieren prohibir la Tauromaquia –con todas las letras en su Programa– y cuando
barruntan que les pueden castigar las urnas, reculan, como los mansos ante el
caballo de picar, donde también se castiga.
El insigne escritor Ramón Pérez de Ayala, redactó
un magistral artículo titulado Política y Toros, en el que, entre otras
cuestiones trata ese vicio tan español de discutir interminablemente sobre
asuntos y cosas que no admiten discusión. Política y Toros, cuando se juntan en
España, se repelen, utilizando a estos –los toros– como argumento contra el
bando contrario, sobre todo si dicho bando es, digamos, conservador.
Salustiano Olózaga, aquél político progresista
que, al parecer, sedujo a una púber Isabel II, ya pronunció un alegato
antituarino en el Congreso, tras la muerte de Pepeteen Madrid, en 1862, aunque
no se mojara en lo personal, de lo cual se valió su adversario parlamentario para
espetarle: El señor Olózaga no se ha atrevido por su nombre a condenar las
fiestas de toros, porque es aficionado a ellas. Y es que algunos políticos de
la llamada izquierda, tienen cierta tendencia a derechizar la fiesta de los
toros, probablemente porque, como decía Jean Cau:… quieren hacerla aparecer
como barbarie y rito, muerte y pasado; así pues de derecha, ya que en la
izquierda todo es progreso y vida. ¡Oh, santa simplicidad! ¡Oh, terror
intelectual! ¡Cuántas sandeces haces decir a algunos corazones ingenuos!
La coleta de Pablo Iglesias puede que siga
apareciendo sobre su espalda largo tiempo, el que permitan las gentes que
apoyan su oferta política. De momento, con el tema taurino, ha desbarrado. O
sea, que también bambolea su criterio, como su coleta. Ahora prohíbo, ahora no
prohíbo. Sí, pero no, como la castañeta, que es coleta de pega y, en vez de
proteger, ocasiona algún que otro chichón y, por tanto, quebraderos de cabeza.
No me vale. En democracia, las cosas claras, sobre todo en asuntos de tan hondo
calado en nuestro país.
Ocurre, sin embrago, que en regímenes de ordeno y
mando las cosas funcionan de otra manera. En cualquier momento se puede oír,
¡exprópiese! Pero no es esto lo que queremos para España, ¿verdad señor
Iglesias?
Por si acaso, le remito a otra frase del citado
Ramón Pérez de Ayala: Si yo fuera dictador en España, prohibiría las corridas
de toros; como no lo soy, no me pierdo ni una.
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