PACO AGUADO
Ç’est finí. Fin. Finito. Kaput. Se acabó San Isidro. Después
de treinta y una interminables tardes de toros, difíciles de llevar con
entusiasmo ni con una mochila cargada de afición, ha llegado la hora de los
balances que, a tenor del número de orejas cortadas –18 a pie y 11 a caballo– y
de la gran asistencia de público –una media del 88% del aforo cubierto– harán
lanzar las campanas al vuelo a los cantores subvencionados.
Y es que la fórmula de este intensivo y concentrado maratón
taurino podrá ser rentable para la empresa, sobre todo cuando se reducen los
costes de producción, pero la duda es si resulta positiva para la propia fiesta
de los toros en Madrid, desde el mismo momento en que caía el último toro de
Miura, se adentra en la una habitual y descuidada travesía del desierto hasta
que llegue la feria de Otoño.
Pero el caso es que este San Isidro han pasado “cosas” en
Las Ventas, como no podía ser menos a lo largo de un extenso mes de toros, y
que el abono ha arrojado lecturas muy elocuentes, como el bajo nivel que han
mostrado en Madrid la mayoría de las ya gastadas figuras y de los toreros de
segunda fila afines al sistema empresarial que copan los puestos de las grandes
ferias durante el resto de la temporada.
Salvo las excepciones de Castella, que al menos no
desaprovechó la sublime calidad de “Jabatillo” en la única faena premiada con
dos orejas, y de un imaginativo, sobrado y templado Talavante, la mayoría de
esos espadas, aun estando a su mejor nivel, han lucido por debajo de la buena
condición de la veintena de animales que ofrecieron posibilidades de triunfo
más o menos evidentes.
Así es como, con el tendido y la misma plaza convertidos en
un inmenso bar de copas, ha habido días en que la predisposición de un público
festivalero han propiciado cortes de orejas de muy escaso valor, por mucho que
sumen para engrosar la estadística con que ahora se van a intentar tapar las
carencias de una feria planteada de antemano con un criterio tan mediocre como
interesado.
Claro que, por otra parte, en ese típico pendulazo ambiental
de la plaza de Madrid, también ha habido tardes de una sobredimensionada
exigencia, especialmente las del remate “torista”, donde ese otro grupo de
toreros que lucha por romper el muro de los intereses del taurineo dominante ha
tenido que remar demasiado a contracorriente en oportunidades escasas y
envenenadas.
No se trata de hacer una demagógica defensa del “torero
pobre”, como era costumbre de esa crítica venal de otras épocas para
desprestigiar a las auténticas figuras, sino de señalar las descarnadas
injusticias de una plaza que, precisamente por ese prurito de cátedra del
toreo, debería respetar y valorar mejor los esfuerzos de estos toreros menos
rodados ante toros de compleja o deslucida lidia.
Respetando el concepto “torista” de muchos aficionados
venteños, habría que pedirles, que, en su afán de diferenciarse del hortera del
clavel, fueran ellos mismos quienes más y mejor respetaran a quienes no sólo se
enfrentan a esos toros de su predilección, a los que van tan predispuestos a
aplaudir como el “ignorante” a los toreros famosos, sino que a menudo también
les sacan más partido del que los animales “minoritarios” les ofrecen.
Con el mismo descastamiento y la misma falta de bríos que
muchos de los toros “comerciales” lidiados en la feria, los pupilos de las
divisas “toristas” de este año han sido lidiados con torería, inteligencia,
habilidad, valor, ortodoxia y mérito por espadas como Fernando Robleño,
Sebastián Ritter, Diego Urdiales, Manuel Escribano o Rafaelillo, entre otros,
en faenas de mucho mayor mérito que la mayoría de las generosamente premiadas a
otros toreros frente a animales de mucha mejor condición.
Lo chocante es que durante esas destacadas lidias no han
faltado desde el tendido “torista” silbidos, imprecaciones groseras, catetas
voces a destiempo y guasas impropias de quienes pretenden adueñarse de la
bandera del purismo y del criterio de la primera plaza del mundo, olvidando que
el buen aficionado sabe y debe valorar ante
todo lo que suceda en la arena más allá de los prejuicios y en consonancia a la
condición de cada toro.
Y lo que sucedió en esta otra feria de San Isidro, en esa
última semana tan distinta en todos los aspectos a la de las tardes
“señalaítas”, merecía el máximo de los respetos: un toreo de gran mérito y en
casos de mucha calidad a toros negados o muy exigentes, que brilló muy por
encima de los conceptos cainitas y de los desgastados tópicos taurinos con que
algunos mastuerzos presumen de aficionados.
Sin saberlo, o tal vez sí, son estos mismos personajes
quienes les hacen así el trabajo sucio a quienes siguen empeñados en mantener
cerradas las ventanas de un escalafón que necesita urgentemente, como se ha
demostrado este San Isidro, la llegada de un huracán de aire fresco.
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