miércoles, 24 de junio de 2015

Dinero (I)

Como las libertades quedan subyugadas al dinero, la libertad de prensa, la de  expresión o la de pensamiento quedan reducidas a escombros, también en el  ámbito de la tauromaquia. Los mandamases de los despachos son los dictadores  de la tauromaquia.

Íñigo Martín Apoita

Es curioso el proceso que nos ha llevado a deificar el dinero en esta nuestra  sociedad. El símbolo del dólar representa para la civilización poco menos que un  Dios, algo así como la idea suprema por la que toda clase de esfuerzos y  sacrificios merecen la pena. Y claro, al igual que para un creyente Dios está por  encima de todas las cosas -en ocasiones incluso por encima del cónyuge, de los  padres o de los hijos-, para el hombre del siglo XXI el dinero representa lo máximo  que puede alcanzar. Pasa por encima de ideales, valores o sentimientos. Así que  si el dinero prima sobre sentimientos, qué les voy a contar de libertades o  derechos. De eso cada día sabemos menos.

Como las libertades quedan subyugadas al dinero, la libertad de prensa, la de  expresión o la de pensamiento quedan reducidas a escombros, también en el ámbito de la tauromaquia. Cuando un aficionado o un espectador suficientemente  avispado entra en un portal taurino de los tradicionales (entre los cuales,  evidentemente, queda excluido éste en el que escribo), puede comprobar  sorprendido la sórdida manipulación que llevan a cabo de todo cuanto informan.  Los silencios se convierten en aplausos, los aplausos en ovaciones y los afanosos  indultos que conceden, pañuelos al aire, borrachos y fiesteros, se pintan como xitos de la tauromaquia, del ganadero y, aún peor, del torero. Los portales más  leídos consiguen así mantener al espectador medio, empeñado en leer esas webs  y sólo esas webs, en una galaxia paralela en la que sol, copas y un tío moviendo  un trapo son sinónimos de fiesta y desfase. El lector cierra Internet feliz por  saberse informado, ignorando que sólo ha conseguido empaparse de  manipulaciones irreales que rozan lo ficticio. Ese pobre hombre, terco y cerril  como sólo los españoles sabemos ser, está paladeando la ilusa felicidad del  ignorante. Se cree libremente informado y sabio en materia taurina. Los portales  han convertido a ese hombre en una parte insignificante de un rebaño, una masa  homogénea y estandarizada. Han conseguido ser algo así como la máquina que  se introduce en el inconsciente de los ciudadanos en Un mundo feliz, de Aldous  Huxley, hablándoles mientras duermen. Han desinformado a traición y de manera  deliberada. Y lo más grave es que lo han hecho al amparo de los toreros, que son,  al fin y al cabo, los principales beneficiados de la manipulación de datos, y los  primeros que pagan a portales a cambio de anunciar sus carteles, sabiéndose así  los amos del cotarro, porque en su mano está retirar ese anuncio, dejar de pagar y  mandar periodistas al paro. Esos periodistas se ven abocados a una elección  entre comer y ser precisos, donde la elección es evidente: yo también preferiría  pan para mi hijo sobre información para un señor de Teruel.

Es fácil entender por qué los toreros eligen los portales para manipular. "La  palabra es un arma cargada de futuro", decía Blas de Otero. Quien controla los  medios controla a la gente. Ya se sabe que una democracia es muy pobre si lo es  el periodismo que en ella se desarrolla, y eso es exactamente lo que ocurre tanto  en el mundo real como en el taurino. El mundo de los toros no aparenta ser una  democracia porque no otorga ningún papel al que se rasca el bolsillo, que es el  equivalente del ciudadano; ni siquiera quiere asemejarse al despotismo ilustrado  que se resume en "todo para el pueblo pero sin el pueblo", porque el pueblo le da  igual. Los déspotas taurómacas, que no son más que los mandamases de los  despachos, son los dictadores de la tauromaquia. Y el aficionado, precisamente  por serlo, está sujeto a una afición que intenta mantener, inconsciente de que  mantenerla es también alimentar a quienes desearía expulsar.

El dinero no sólo pasa por encima de la libertad de prensa, sino también, como ya  se ha dicho, de los valores. Y de eso precisamente hablaremos en la próxima  entrega.

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