MANOLO
MOLÉS
Redacción APLAUSOS
Dejémonos de lamentos, de inventos sin base, de
sueños de los que ya hemos despertado. Ojalá que esta temporada se pueda salvar
algo en los últimos meses. Madrid ha tenido la buena idea de no cerrar el año,
si se puede dar la Feria de Otoño. Rafael García Garrido dejó bien claro que ni
él, ni Simón, quieren cerrar la temporada como se cierran los ataúdes del
Coronavirus taurino. Ojalá que la temporada no pase en blanco o, mejor dicho,
en negro. Pero es bueno que haya muchos pueblos (benditos los pueblos, a los
que hay que volver) que estén preparando las ferias de novilladas de
septiembre. Si no vuelven a dar vida a los pueblos el futuro será imposible. No
vale una temporada con la mitad de los festejos muertos, cerrados, olvidados. Y
no vale asfixiar a los alcaldes y a las cuadrillas de aficionados que montan
ferias de novilleros. Esas plazas de tercera sirvieron siempre para tardes de
toros de verdad.
Ponce pasó de cien festejos al año durante una
década. Diez años más de cien corridas y una parte de ellas, a más de las
ferias grandes de primera y también las de segunda, actuó en todas aquellas de
tercera en las que se ofrecía un espectáculo digno. Iba la figura, Ponce y
muchos más, iba un veterano por delante y cerraba uno del pueblo, de la zona o
que gustaba allí por lo que fuera.
Si los que más torean lo hacen 45 tardes es que hemos
“matado” algo muy grave: las ferias de segunda y las de tercera. Vaciando, no
sumando. Vaciando para que todas las ferias grandes sean parecidas. Parecidas
ganaderías (casi siempre las mismas) para parecidos toreros
Jesulín, al que muchos tomaron a chufla, se pegó
tres temporadas por encima de las ciento veinte o ciento treinta, una burrada
de corridas. Muchas en plazas de segunda y de tercera. Y aquello encendió la
pasión por los toros; y en esas calendas las figuras sumaban por encima del
centenar de festejos. Ese circuito sirvió para que las figuras llevaran gente,
para que la afición de los pueblos se multiplicara y para no dejar como dicen
ahora una España “vaciada” de pasión por los toros. La culpa fue de los
taurinos.
Si los que más torean lo hacen 45 tardes es que
hemos “matado” algo muy grave: las ferias de segunda y las de tercera.
Vaciando, no sumando. Vaciando para que todas las ferias grandes sean
parecidas. Parecidas ganaderías (casi siempre las mismas) para parecidos
toreros. Claro que todas las figuras históricamente hicieron lo mismo, pero a
más de lo mollar también tenían el gusto, y el orgullo, de matar unas cuantas
de Miura, Victorino, Cebada, etc. Ahí hay un caso. Hace pocos años Ponce lidió
en Bilbao su victorino número 50. Sí: Ponce. Y mató en Linares una de Miura. Y
lo hizo Manzanares padre con Victorino, con Cuadri y otras ganaderías
encastadas; y todas las figuras reafirmaban su categoría, y puesto de
privilegio, matando, cuando tocaba, lo que hiciera falta.
¿Cómo reconstruimos esto? Abriendo todas las
posibilidades y todos los mandamientos que hicieron grande al toreo. Las
figuras claro que deben ganar más que nadie. Ni lo dudo. Pero sí tienen que
hacer dos cosas importantes. Una: a más de las ganaderías que más les gustan,
deben sumar otras de las mal llamadas duras; y dos: es necesario que se
acartelen con otras figuras pero también con toreros con mérito que pocas veces
pueden dar la réplica a una figura. Y la figura tiene que ganar un buen dinero,
pero el que todavía no lo es, pero apetece verle, y el veterano con solera y
gusto, también deben ganar un sueldo con el que, pagado todo, les quede un buen
dinero para que crezca su moral.
Hay que volver a ordenar la Fiesta. La base: los pueblos. La
clave: los ganaderos. Lo que atrae al público: la competencia. La recuperación
tiene un punto de salida: los pueblos, donde se hacen los novilleros y donde
deben ir más veces los toreros figuras, o con nombre, o con magisterio, para que
tantas plazas “dormidas y olvidadas” tengan a más de otros festejos una corrida
con toreros famosos
Y el tema de los toros (cuánto dolor para tantos
ganaderos que son los que de verdad han perdido y mucho este año y a los que
hay que ayudar y animar), el tema de los toros siempre es malo para el
ganadero. Hablad con Victorino. Y os contará que su padre, el genial ganadero y
ser humano, no hizo mucho caso de ese dicho que apunta que esto debe ser así:
“el toro de cinco y el torero de veinticinco”. Falso, porque Ponce, con
cuarenta y pico, está para seguir lo que quiera. O esa grata explosión torera
que es, por ejemplo, Emilio de Justo, con treinta y seis, está que da gloria; y
así otros muchos. El refrán yerra. Y, ¿por qué no se pueden lidiar toros de
seis años? Preguntadle a Victorino y os contará que su padre, el genial
ganadero, lidió con cinco años, con seis y hasta con nueve. Y, ¿qué pasa cuando
el toro tiene esas edades? Muy fácil: que el malo no es bueno pero se deja más
y el bueno sigue siendo bueno mientras físicamente esté bien. Y digo esto
porque parece un “holocausto” innecesario y horrible que toros bravos, de
casta, vayan al matadero por una porquería de dinero, porque al ganadero no hay
nadie que le eche una mano. Y, sin embargo, debería ser el más cuidado. Porque
si no hay toros no hay espectáculo.
Mediten. Hay que volver a ordenar la Fiesta. La
base: los pueblos. La clave: los ganaderos. Lo que atrae al público: la
competencia. Y ya lo decía mi abuela y la tuya: “No se puede empezar la casa por
el tejado”. Sabio consejo. La recuperación tiene un punto de salida: los
pueblos, donde se hacen los novilleros y donde deben ir más veces los toreros
figuras, o con nombre, o con magisterio, para que tantas plazas “dormidas y
olvidadas” tengan a más de otros festejos una corrida con toreros famosos.
Sería muy grave seguir con la misma cantinela.
Volvamos a ordenar la Fiesta de abajo a arriba. Yo creo que es la última
oportunidad para no seguir descendiendo.
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