Ignacio Álvarez Vara “BARQUERITO”
Especial para VUELTA AL RUEDO
POCO ANTES
DE propagarse la plaga desaparecieron del escaparate de La Latina las dos
cajitas de callicida Edi-Pa. Estaban en oferta, pero sus virtudes, encarecidas.
En cada caja, una esponjita de piedra pómez sintética “que deja sus pies suaves
y lisos en minutos”. El nombre de registro:
esponja de azufre callicida. El precio, tirado. Las esponjas naturales son
indestructibles, esa es su fama, y se supone que la sintética de piedra pómez,
tanto como las naturales. Al tacto y a la vista se hace extraña. Por el color,
gris muy oscuro, pizarroso, y por su aspereza de pieza granulada, volcánica.
Una cajita sorpresa. Lo que sorprende es su peso
tan liviano. Nadie se imagina que lo sea el peso de una esponja de baño seca.
Ni siquiera después de largas absorciones. Pero de los poderes de la callicida
se esperaría de partida algo más. Su función mayor es la de eliminar las
durezas de los codos y, sobre todo, las de las plantas de los pies, más
resistentes. Los callos de codo, en la infancia. Los de los pies, a partir de
cierta edad. O sea, de los sesenta años.
La Latina es la farmacia más antigua del barrio.
En la calle Toledo, enfrente del Hospital renacentista desaparecido hace tantos
y tantos años. Los años de la peste. Si no están en el escaparate las esponjas
callicidas, se habrán agotado las existencias. Clientes hay de sobra. La
patente de la esponja latina, marca registrada, data de 1953. Lo aclara entre
paréntesis la caja de cartulina tricolor.
En La Contra de La Vanguardia de hoy, en una
sabrosa entrevista, el gerontólogo Jesús Yanguas pondera los valores de la
gente mayor. Mayor de sesenta. Unos cuantos puntos clave de la conversación. El
confinamiento ha confirmado en los mayores “su madurez y su libertad, su
autonomía personal y sus recursos emocionales” (cita literal). “Saben encontrar
sentido y grandeza a lo más pequeño y cotidiano”. “Saben integrar emoción y
cognición”. Séptima de las veintiuna preguntas de Lluís Amiguet, el
entrevistador: ¿no se sienten (los mayores) más vulnerables? “Por supuesto. Y
saben que lo son, pero saben gestionar mejor que un chaval de veinte años su
debilidad, y asumirla y darle respuesta práctica”. Etcétera. “Son sabios”. Está comprobado que
“ser autónomo y autosuficiente es primordial, media vida, y que no lo es tanto
el estar solos o en pareja”.
Todo lo cual explica que parezca tan segura la
gente mayor que pasea sola entre las diez y las doce de la mañana. O, dentro de
un rato, entre las siete y las ocho. El cambio del horario continental de primavera priva a los
mayores de la contemplación del ocaso, no por proyectarse en él, sino para
disfrutar de su luz serena. Si es en Madrid, desde el mirador de El
Ventorrillo, por ejemplo. O desde la pantalla del Viaducto. O desde la cornisa
de San Francisco siempre que procures no echar la vista atrás. La ley del
kilómetro –el radio máximo fijado para caminar en los meses de alarma- solo
amplía el perímetro del confino. Las Vistillas son regalo para los vecinos del
viejo Madrid.
Son de momento inaccesibles otros enclaves
señeros. El templo de Debod; los miradores de Rosales, Eduardo Rosales, el
pintor romántico; la Moncloa, bien el Faro, bien la explanada del Museo de
América; la Dehesa de la Villa; o de cualquiera de las curvas de las Carretera
de la Playa –Cardenal Herrera Oria- en la bajada hacia Somontes luego de pasar el
cruce de Islas Aleutianas.
Tomad el asiento de copiloto en cualquiera de las
dos líneas de autobús municipal que bajan serpeando la avenida en dirección a
la antigua playa, la fluvial sobre el Manzanares, y el Instituto Llorente. La
130, que viene desde Mirasierra, y la 82, procedente de la estación de Pitis.
En invierno, comienza el anochecer a eso de las seis. Dos horas más tarde en
primavera. Dentro de justamente un mes, a las nueve menos cuarto de la noche
del 20 de junio, el Sol en Cáncer, entra el verano. Y a las cinco menos cuarto
de la mañana del 21 saldrá en sol, según el infalible Calendario Zaragozano. El
día más largo del año. Con la luna nueva, avisa el Calendario, “aumentará el
calor” y “los nublados, abundantes, estallarán en tempestades y chubascos que
mitigarán los ardores del ambiente”.
Hoy se pondrá el sol a las nueve y media. Conviene
disfrutar de la última semana de silencio. En cuanto Madrid supere los
requisitos del cambio de fase, los dueños de terrazas del barrio se tomarán a
modo venganza. Nuestro barrio, en el corazón de la diana. A partir del lunes el
Ayuntamiento aprobará para terrazas nuevos horarios –abiertas desde las diez
hasta las dos de la mañana, catorce horas diarias-, permitirá doblar el espacio
para mesas y consentirá hasta más allá de la medianoche voces cruzadas, ruidos
y música de tralla. Una salvajada. El final de la tregua. “SOS. (firmado)
Madrid Centro”: la pancarta amarilla que reivindica los derechos de los vecinos
de la ciudad vieja por cientos de balcones. Sufrirán las aves de barrio, como
bien las llaman los ornitólogos cualificados. Y sufrir, el gorrión más que
ninguno. Se acabó el jugar en el tejadillo del jardín de Anglona. Y cantar de
esa manera.
Ha comenzado la cuenta atrás del confino. La
temperatura se ha disparado. Treinta grados al mediodía. La cola de Correos no
pasaba esta mañana del cruce de San Isidro Labrador y, menguada, se recogía en
espiral. Había más gente a las puertas del Samur social, justamente enfrente,
en el despacho municipal que fue antes Casa de Socorro, y eso sigue a su manera
siendo. Los que esperan frente a las cancelas del Samur se agolpan, cargan con
bultos y bártulos pesados. Del desahucio te llevas contigo lo poco que tengas.
La ropa de invierno puesta.
El jardíncillo
de Calatrava lleva el nombre de Simone Veil. Durante el mandato de
Carmena en la alcaldía, en el cambio de nombres del callejero o en la
nominación de espacios nuevos, el feminismo impuso cuotas de nombres de mujeres
españolas rescatadas del olvido –maestras represaliadas después de la Guerra,
por ejemplo- y, además, el reconocimiento de figuras políticas tan señaladas
como Simone Veil, que fue presidenta del Parlamento Europeo y, antes de eso, la
ministra de Sanidad que despenalizó en Francia el aborto. Y todavía antes que
una y otra cosa, interna de Auschwitz, superviviente del holocausto junto a dos
de sus hermanas. Sus padres, confinados con sus hijas, no regresaron jamás.
El edificio de Calatrava 40, de ladrillo visto
pero de distintos colores, rompe con el rigor del neomudéjar preceptivo. Parece
construido años después del sarampión del falso mudéjar sofocante tan común en
el Madrid de 1875 a 1925. Colegios, iglesias, casas de vecinos, fábricas, una
plaza monumental de toros.
Siguiendo la ruta del jardín, pasado el cruce de
la calle del Águila, aparece en la explanada de Isabel Tintero -¿calle o plaza,
ninguna de las dos cosas?- la fachada de
la iglesia de la Paloma o de San Pedro el Real. Fachada neomudéjar de dos
torres con sedicentes arcos góticos intercalados en el cuerpo central. La
Paloma es la virgen pobre de devocionario madrileño. La popular, la de barrio.
El colegio de Lasalle adosado es otra pieza neomudéjar, mucho mejor acabada que
la iglesia. La plaza, muy arbolada, camufla la portada de la Paloma.
El 15 de agosto sacan en procesión la imagen, que
no es una talla sino un lienzo pintado rescatado de un anticuario que lo compró
por el valor de la madera del marco y no por la pintura, que tiene sello de
arte naïf. Procesión y verbena. La Verbena de la Paloma, la obra maestra del
género chico. “Por ser la Virgen de la
Paloma, un mantón de la China, na, un mantón de la China, na, te voy a regalar”
(La copla del coro de hombres). Música de Tomás Bretón. Letra de Ricardo de la
Vega. El feminismo militante ha hecho la vista gorda: un boticario, dos
chulapas, un cajista de imprenta, la señá Rita, “Julián, que tiés madre…!” la
botillería y una jarrita de limoná. Y hoy las ciencias adelantan que es una
barbaridad...
De los edificios modernos de realojo de la Gran
Vía de San Francisco habría que hablar no poco. Las oficinas del WWF estaban
siendo sometidas a una desinfección integral. En la galería alta de cristales
opacos vuelan pintadas dos golondrinas. La casa de cata de vinos de Isabel
Tintero –Al Qatar- parece cerrada para siempre. La bodega de Madreño, a dos
pasos, soberbia, muy completa, habrá arruinado el invento.
El 8 de la calle de la Paloma, poco antes de
llegar a Madreño, es una corrala de solo dos plantas, bajo y primero. Treinta y
seis vecinos. Al ver la fachada de El Perla, con su rótulo de viejo bar
intacto, cabe pensar que la calle Calatrava puede llegar a tener arreglo.
Costará. El Ultramarinos donde trabajaba Faustino Sobrino el de Gómez Narro ha
sido remozado y repintado, pero, echado el cierre, imposible adivinar qué
negocio se maneja. El taller de Encuadernación funciona. Han caído como moscas
uno tras otros los muchos que había en el barrio.
En la taberna Braña, Mediodía Grande, paraba a
desayunar y tapear el abuelo taxista de doña Leticia Ortiz, la Reina de España.
Una placa de azulejo lo recuerda. El garaje Cantabria, al lado, es de los antiguos. En superficie. Fachada en hastial,
como los palacios de la Liga Hanseática. La espartería de Juan Sánchez, enfrente,
abierta y trabajando. Se iba echando la hora. Provisiones en la Cebada: tomate
rosa de Barbastro. De Barbastro de verdad. Con su sello de garantía, su precio
prohibitivo y su suave textura casi dulce. Y cuatro anchoas de bote de La
Escala. De Casa Sureda.
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