ROSARIO
PEREZ
@CharoABCToros
Diario ABC
de Madrid
«Ayer, sobre las siete y media de la tarde,
entregó su alma a Dios el más genial de los toreros habidos». Así se leía en
ABC el 26 de mayo de 1960. Había muerto Rafael el Gallo. Rodeado de «sus
hermanas Trini y Lola, la señora de José Ignacio Sánchez Mejías y las hijas de
este».
La parca llegaba «contra todo pronóstico médico»,
pues cuentan que el torero había experimentado una mejoría y los últimos
análisis eran esperanzadores, pero el Gallo apenas comía... Aquel 25 de mayo de
hace sesenta años se acababa la vida del singular torero, pero no su eterna
leyenda.
«Un buen torero nunca llora de miedo», le dijo su
padre, Fernando el Gallo, tras el pisotón de una becerra. A lo que el niño
replicó: «Yo no lloro por eso. Es que me da vergüenza»
Tan pintoresca fue su trayectoria como sus propio
nacimiento. Único hasta para eso, pues vino al mundo a las doce de la noche del
¿17? ¿18? de julio de 1882 y no todos se ponen de acuerdo en su fecha de
nacimiento. Vio la luz en la calle de la Greda, la actual de los Madrazo, de
manera circunstancial, pues su familia vivía en Sevilla. Pero su padre,
Fernando el Gallo, estaba anunciado en el abono de Madrid, junto a Lagartijo y
Frascuelo, y en aquella época «los toreros contratados no podían desplazarse a
provincias sin la previa autorización de la empresa». Precisamente, el entonces
empresario de Madrid, Rafael Menéndez de Vega, fue el padrino de su bautismo,
en la parroquia de San Sebastián.
La torería de entonces
Su sangre torera, por los cuatro costados, hervía
ya desde la cuna que mecía la «señá» Gabriela. Con nueve años se las vio con
una becerra de Pérez de la Concha, que lo pisó y cayó a la arena. Cuentan que
cuando su padre lo recogió en brazos le dijo: «Un buen torero nunca llora de
miedo», a lo que el niño replicó: «Yo no lloro por eso. Es que me da
vergüenza».
Con trece años banderilleó un toro de manera
formidable en Alcalá del Río y formó parte de la cuadrilla de los niños
sevillanos. Tomó la alternativa en 1902 en la Maestranza, de manos de Bombita,
y la confirmó en 1904 con «Barbero», del duque de Veragua. Siete años después
se casó con Pastora Imperio. Fantástico conversador y muy aficionado al campo y
al caballo, su «mayor vicio» era fumar los cigarros de Vuelta-Abajo.
Entre sus faenas, se recuerdan las de «Jerezano» o
«Peluquero», al que cortó su primera oreja en Madrid. Con tardes de luces y
sombras, nunca dejó indiferente a nadie. «En el toreo a una mano no tuvo
rival», se asegura en el«Diccionario de Toreros» de Espasa. Destacaba también
su gracia en banderillas, sus bellas inspiraciones en la muleta, «sus adornos,
improvisación siempre, variadísimos, artísticos, del mejor gusto...»
Son muchas las anécdotas sobre Rafael el Gallo.
Entre ellas, un fabuloso texto de Wenceslao Fernández Flórez, inmortalizado en
nuestro histórico Archivo y en «Las Taurinas de ABC». Con fecha del 16 de abril
de 1917, el escritor pasó los previos a una corrida en el hotel donde se vestía
el llamado «Divino Calvo». Desde el vermut en elhall del Palace, donde el
hermano de Joselito recibió «una
botonadura de filigrana», regalo de un ganadero salmantino, a la visita de admiradores.
Hasta el momento más íntimo para un torero, el instante en que se enfunda el
terno en la habitación.
«Lo primero que vemos en el cuarto de Rafael, al
entrar, es un chino. Después resulta que es el propio Gallo. De espalda, con un
amplio pijama azul, la calva y la trenza colgante, la ilusión perfecta»
Así lo relataba Fernández Flórez en «El vermut del
maestro»:
«Lo primero que vemos en el cuarto de Rafael, al
entrar, es un chino. Después resulta que es el propio Gallo. De espalda, con un
amplio pijama azul, la calva y la trenza colgante, la ilusión perfecta.
Antonio, el mozo de estoques, grueso y maduro, locuaz, todo de gris, gorra y
traje y pelo, va y viene. El Sr. Gómez se dispone, al fin, a vestirse. Mientras
se descalza entablamos un breve diálogo. Porque nosotros comprendemos que nuestro
deber es hablar de toros con cierto entusiasmo. Antonio explica que los de la
corrida anterior eran muy grandes.
-¡Claro -balbuceamos-, con este nuevo reglamento!
-Sobre todo, señor -dogmatiza Rafael, arrancándose
los calcetines-, que los toros han de ser mirados como los caballos de
carreras: tienen que tener sangre, finura... Nos echan toros normandos...»
El juanete más lozano
Seguirán hablando de la suerte del coleo y del
tiempo: comienza a llover, caen copos de nieve fuera; dentro, el pie desnudo del
señor Gómez, con «el juanete más pujante y lozano que pudo existir jamás»,
señala Wenceslao. «¡Todo es grande en este hombre! -pensamos, retirándonos un
poco para dejar bastante espacio en la habitación a las evoluciones del
juanete».
Comienza el rito de vestirse... Más tarde, el humo
de los cigarros y la espera de algún aviso de la empresa ante la desagradable
climatología. «El Gallo murmuracontra la Primavera». Su mozo de espadas
comenta: «Como que va a haber que ir a la plaza con gabán de pieles, como a la
Ópera. Y que no hay cosa peor que este tiempo para torear. Porque rompe uno a
temblar, entre el frío y el miedo, y no sabe uno a qué atender».
Otra vez el miedo, ese del que ya le hablaba su
padre cuando aún era un niño: «Un buen torero nunca llora de miedo». Buen
torero, genial e inolvidable fue Rafael Gómez Ortega.
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