ANTONIO
LORCA
@elpais_toros
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Diario EL
PAÍS de Madrid
¿Es o no es la fiesta de los toros patrimonio
cultural de este país? Es verdad que así lo reconoce la ley, pero la pregunta
no pretende ser retórica. ¿Existe el convencimiento real de que la tauromaquia
forma parte de la cultura española, en igualdad de condiciones con la música,
el teatro o el cine?
Y se puede ir más allá: ¿se creen los toreros,
ganaderos y empresarios taurinos actores, agentes y productores culturales?
Y un peldaño más: ¿considera el Ministerio de
Cultura que la tauromaquia es una industria cultural más y así debe ser
tratada?
Existen serias dudas de que tales preguntas puedan
ser contestadas afirmativamente.
La tauromaquia es un marrón para los ministros de Cultura
La realidad cotidiana ofrece múltiples razones
para pensar que los taurinos no tienen muy claro el significado de
"patrimonio cultural", pero suena muy bien y ofrece una pátina de
imaginable prestigio social. Y poco más. Los taurinos han preferido siempre ser
un mundo aparte, alejado de los cambios sociales, un gueto particular, regido
por rancias normas de comportamiento.
Y sobran las evidencias para concluir que la
tauromaquia ha sido un auténtico marrón para los distintos ministros de Cultura
—del PP y PSOE— que, desde noviembre de 2013, cuando el Parlamento aprobó la
denominación de patrimonio cultural, no han sabido qué hacer con esa
competencia. De hecho, todos guardaron la ley en un cajón y ahí duerme desde
entonces el sueño de los justos.
He ahí la prueba más concluyente de que los
taurinos nunca han concedido el valor merecido a tal consideración: como los
interesados no han movido un dedo para defender el derecho que la ley les
otorga, los políticos han pasado de puntillas sobre un asunto controvertido
que, como mínimo, les produce urticaria.
Además, es el propio ministerio el que con sus
decisiones ningunea abiertamente a los toros. Cómo se explica, si no, que no
convocara al sector taurino cuando el ministro se reunió telemáticamente con
los sectores culturales para analizar las consecuencias de la pandemia.
Y algo más grave: cómo aceptaron los taurinos que
culminara tamaña discriminación.
En consecuencia, el Consejo de Ministros aprobó el
pasado martes un paquete de medidas para el sector cultural en el que no está
incluida específicamente la tauromaquia.
Mientras los taurinos siguen a la espera de una respuesta,
habría que concluir, pues, que la fiesta taurina no tiene la consideración real
de cultura; si lo fuera, el tratamiento del ministerio y de los propios
taurinos sería radicalmente diferente.
Es más, los toros son una roncha en esta España
moderna, una mancha, una amenaza, y para muchos la secuela de un pasado rural,
rancio y bárbaro. Hoy por hoy, se podría afirmar que es un reducto
contracultural tan anacrónico como revolucionario. Una oveja negra ignorada por
el Estado y erróneamente valorada por los taurinos.
Si la tauromaquia no se protege con pasión corre el peligro
de desaparecer
En estas circunstancias aparece el virus y pone el
toro patas arriba; se suspenden las ferias, se encienden las alarmas, el
negocio se hunde, muchas economías familiares entran en números rojos, y el
miedo, la inquietud y el lógico desasosiego se apoderan del sector.
Es entonces cuando los taurinos recuerdan que la
tauromaquia es patrimonio cultural y presentan al ministerio un sesudo informe
que recoge 37 medidas para reactivar la tauromaquia y salvarla de esta
gravísima tormenta.
Parece que el sector pretende que la
Administración solucione de una tacada los muy graves problemas que lo aquejan
desde hace décadas, y que lo deje como un pincel con varios decretos-leyes.
¿Responderá el Estado como merecen todos los
trabajadores del sector después de que han pagado impuestos y cotizaciones y
mantienen una actividad económica de la que dependen de modo indirecto otros
empleos?
Con toda seguridad, el ministerio no va a
solucionar ahora todas las goteras de un negocio obsoleto y arcaico, que se ha
negado sistemáticamente a tomar el tren de la modernidad, y que no ha exigido a
los políticos el cumplimiento de la ley.
Los taurinos han permitido, por ejemplo, que los
Presupuestos Generales del Estado se burlen sistemáticamente de la tauromaquia
año tras año, o que los festejos y la información de actualidad estén vetados
en la televisión pública.
Así, por ejemplo, el pasado 25 de abril, el
programa de TVE Informe Semanal dedicó un amplio espacio a la situación de
precariedad de las distintas industrias culturales a causa de la pandemia y no
hizo ni la más mínima referencia a la fiesta de los toros. Ni una palabra, como
si no existiera…
Una prueba más de que el patrimonio cultural
taurino es papel mojado que no lo respeta la Administración central ni lo
defiende el sector.
Los taurinos han preferido instalarse en los
recuerdos del pasado (lo que le gusta a un taurino, incluidos muchos
aficionados, recrearse en la hemeroteca…), y la queja, pero no en la unidad y
la reivindicación. Y los políticos, a la vista está, son los enemigos, unos más
radicales y otros más tibios, pero enemigos.
¿Es o no es la fiesta de los toros patrimonio
cultural de este país?
Lo es, pero no se nota. Lo es, y no solo porque
así lo diga la ley, sino porque forma parte de la identidad, la historia y el
sentimiento de una inmensa minoría de personas —de toda condición profesional,
social, económica o política— que entienden la lidia de un toro como una forma
de entender la belleza, y tienen derecho a que se respete su afición.
En este mismo blog, allá por el mes de julio de
2018, François Zumbiehl, reconocido intelectual francés y militante taurino,
decía: “Mientras la comunidad de aficionados valore lo que tiene entre las
manos, exprese sin miedo su voz y defienda el respeto a la diversidad cultural
en el caso de que se convierta en una minoría; mientras haya una afición que
reivindique su libertad, la fiesta seguirá viva”.
Y a mediados de marzo, la escritora Rosa Montero,
escribía en este periódico sobre la necesidad de defender cada día la libertad:
“Porque lo que no se defiende —concluía— puede perderse”.
Quizá sea ese el mayor peligro de la tauromaquia
del siglo XXI: que no se la defiende con la pasión que merece. Y, ya se sabe,
puede perderse.
Tan grave es la situación que podría pensarse que
si la tauromaquia supera la gravísima crisis actual demostrará una fortaleza
eclesial; católica, por supuesto…
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