El
festejo era la guinda del proceso de reconciliación con el influyente crítico
Gregorio Corrochano, cabeza visible de la feroz campaña de desprestigio contra
el diestro de Gelves.
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario
CORREO DE ANDALUCÍA
Corrochano
no dejaba de ser la fachada visible de un complejo e interesado proceso de
acoso y derribo contra el coloso de Gelves abordado en la primera parte de este
especial. Pero toca rebobinar de nuevo. Gallito afrontaba los últimos
años de su vida atenazado por tres angustias: el tremendo e insoportable peso
de la púrpura; los vericuetos y las zancadillas en su relación correspondida
con Guadalupe de Pablo Romero –con la que planeaba casarse después de una
retirada obligada, indeseada y precoz impuesta por Felipe de Pablo Romero,
padre de la joven- y el fallecimiento de su madre, la gran Gabriela Ortega,
piedra angular de aquel ‘gallinero’ de la Alameda de Hércules que estaba en
proceso de desmantelamiento a comienzos de 1920. Sólo había una prosaica razón:
Joselito se encontraba ‘poniendo’ un nuevo piso como futuro hombre casado que
nunca sería.
Con ese panorama, adobado de la indisimulada y
ácida inquina del ínclito crítico toledano, José se marchó a Lima para cumplir
la única –y gozosa- campaña americana de su vida. Aquel ventajoso contrato
había quedado aparcado un año entero por la irremediable enfermedad de su madre
pero la amable vida limeña y las aventuras de la ida y la vuelta al nuevo
continente le mantuvieron entretenido y disipado en esos meses a caballo entre
1919 y 1920. El día de su santo, a punto de estrenarse la primavera, desembarcó
finalmente en Cádiz, ciudad a la que le unían tantos lazos familiares. Le
esperaba una multitud enfervorecida y un puñado de parientes que se lo llevaron
de juerga. Sólo le quedaban quince días para iniciar la última temporada de su
vida, el domingo de Resurrección de 1920 y en la plaza de la Maestranza en la
que no había toreado en todo 1919, refugiado en ‘su’ Monumental.
La gestación de la corrida
Posiblemente, antes de torear esa corrida en
Sevilla, ya había tomado la firme determinación de congraciarse con Corrochano
o, al menos, meterlo en la canasta para que cesara el bombardeo. Primero tenía
que fumarse la pipa de la paz con su cuñado Ignacio Sánchez Mejías, colocado en
una situación incomodísima por esa amistad que le vinculaba al influyente
crítico de ABC y por su matrimonio con Lola Gómez Ortega. Y fue la hermana de
José, precisamente, la que finalmente acabó oficiando de enlace para la
reconciliación. Aquella demoledora crónica titulada ‘Joselito torea en el patio
de su casa’ con la que el crítico reventó a José en la feria de San Miguel del
año anterior había sido la apoteosis definitiva de su ataque despiadado. La
indisimulada animadversión de Corrochano con José había provocado, de paso, el
distanciamiento del torero con Ignacio. Recompuesta su íntima e intensa
amistad tocaba ahora lidiar al periodista jugando con su vanidad. Gallito,
resuelto a sacarse de una vez por todas esa molesta piedra en el zapato, se
puso en manos de su cuñado...
Fue así como se forjó –tal y como relata Aguado en
‘El Rey de los toreros’- el almuerzo del torero y el plumilla de Talavera de la
Reina en el restaurante madrileño de La Estrecha para sellar la paz. Joselito
ya había preparado el parte el terreno brindando un toro a Torcuato Luca de
Tena, director de ABC, a finales del año anterior. En esa tesitura a Corrochano
no le quedó más remedio que tomar la manga para escuchar al matador en el que
había volcado tantas y tan injustificadas iras; y se iba a dejar regalar lo
oídos... José contaba con información privilegiada. Conocía punto por punto
–gracias al papel de agente doble de Ignacio- los detalles de la gestación de
esa corrida de Talavera de la Reina en la que, ojo, se encontraba involucrada
parte de la familia del propio Gregorio Corrochano.
Los toros previstos para la ocasión
pertenecían a una modesta ganadería local, propiedad de doña Josefa
Corrochano, la famosa viuda de Ortega y tía del ínclito don Gregorio. La
vacada estaba representada por su hijo Venancio que era, además, el organizador
del festejo. El propósito del tal Venancio no era otro que dar salida a una
corrida cinqueña que no se había podido lidiar el año anterior en Albacete por
las inclemencias meteorológicas. Joselito sabía que ofrecerse a torear ese
festejo –alimentando el ego del cronista ante sus paisanos- podía ser la manera
definitiva de meterlo en la canasta y cortar de una vez por todas la feroz
campaña periodística que ponía la guinda al resto de angustias que arrastraba
el torero sevillano.
Sánchez Mejías ya era fijo en ese cartel que
andaba preparando Venancio, el primo de Corrochano, para la festividad de la
Virgen del Prado, patrona de Talavera. No había presupuesto para mucho más
aunque después de barajar el nombre de otros toreros de poco fuste se llegó a
poner sobre la mesa los de Rafael El Gallo y Larita, sugerido –según propio
testimonio- por el propio don Gregorio. Pero la definitiva entrada en escena de
Joselito cambió los planes iniciales. El diestro de Gelves, fiel a su estilo,
tomó las riendas de la organización. Venancio Corrochano –seguramente bien
apercibido por su primo- cedió la batuta al ganadero Leandro Villar, hombre de
confianza de Joselito.
El torero de Gelves se comprometió a torear por
mil duros, la mitad de su caché medio en aquellos años. Esas 5.000
pesetas se reunieron a través de una cuestación entre el comercio local, al
que se vinculó en el empeño. No hay que olvidar lo que podía suponer la
aparición estelar de Gallito en la Talavera de la Reina de 1920. Se trataba de
un impresionante acontecimiento que podía servir para colgarse algunas
medallas... Pero aún quedaba un fleco importante: la composición del cartel.
Joselito, distanciado de su hermano Rafael por su informal vuelta a los toros,
lo quitó de en medio. También al modesto Larita. El festejo, definitivamente,
quedaría en mano a mano entre Ignacio y José. La implicación de Gregorio
Corrochano, al que no se puede culpar de la desgracia aunque sí se le puede
afear que echara balones fuera tras la muerte del torero, no podía ser más
evidente. La suerte estaba echada...
La temporada de 1920
Las cosas habían cambiado en muchos aspectos en la
Sevilla taurina de 1920. Después de la desquiciada temporada paralela de 1919,
las plazas de la Maestranza y la Monumental compartían ahora una misma empresa
gestora además de una programación alterna para que el aficionado no se viera
obligado a escoger entre uno u otro escenario ni su respectiva baraja de
toreros. Con ese nueva ‘entente cordiale’,
Joselito abrió el cartel del Domingo de Resurrección en el viejo coso del
Baratillo a Belmonte, Sánchez Mejías y Chicuelo para despachar una corrida de
ocho toros de González Nandín. La misma terna, a excepción de Manuel Jiménez,
tomaría esa misma noche el expreso de Madrid. En el ruedo de la Corte les
esperaba al día siguiente un encierro de Vicente Martínez que tenían que lidiar
en unión de Varelito. José cortó una oreja aquel día e Ignacio confirmó su
alternativa. En esa corrida, además, ya se pudo comprobar un tímido y eventual
cambio de actitud de Gregorio Corrochano que había pasado de las lanzas de unos
meses antes a las tibias cañas... en ese momento.
Llegados a este punto hay que advertir que el
exigente público madrileño ya andaba de uñas con las primeras figuras. Joselito
había apalabrado con la empresa del viejo coso de Goya, entre otras fechas, la
del 16 de mayo. Coincidía con el festejo que se estaba fraguando en Talavera y
le acabarían pasando la factura... De Madrid, y casi sin respirar viajaron a
Murcia para estoquear triunfalmente los ‘saltillos’ de Félix Moreno en el
martes de Pascua. Aquel fulgurante inicio de campaña, por fin, encontró su
primer descanso antes de recalar en la localidad valenciana de Játiva, mano a
mano con Belmonte. Sólo una semana después le esperaba la Feria de Abril de
Sevilla, desdoblada por última vez en entres las dos plazas aunque sin pisarse
las fechas.
José abrió fuego en la Maestranza en aquel ciclo
abrileño el día 19 de abril estoqueando un encierro de Tamarón con los hermanos
Belmonte. Pasó a la Monumental el día 21, de nuevo junto a Belmontito, en un
cartel que completaba su cuñado Ignacio. Pero Corrochano seguía su campaña de
descrédito contra el nuevo coso que, evidentemente salpicaba a Joselito. El
periodista no se pudo resistir para dedicarle alguna de sus despectivas perlas.
Especialmente sangrante fue la crónica de esa corrida celebrada en el moderno
circo de San Bernardo: “aquello es tan grande y destartalado, y el
excesivo número de localidades complica de tal manera, que hay localidades que
no le encuentran ni los acomodadores”. En la misma crónica, desbocado
por completo, volvía a arrear sin medida a Joselito en un tono burlesco y
despectivo mientras narraba una supuesta peripecia para encontrar su palco que
culminaba con una fabulada salida al Parque de María Luisa para pasear,
aburrido de la corrida, a la muerte del tercer toro.
Así las seguía gastando don Gregorio mientras
Ignacio y José ultimaban su plan para estar en la corrida de Talavera... En
cualquier caso, la fecha del 22 de abril tuvo una significación especial.
Gallito coincidió por fin con Belmonte en la Monumental alternando con
Chicuelo. Repetirían al día siguiente delante de la reina de España que también
se subiría al Palco del Príncipe de la Real Maestranza para asistir a la última
tarde que compartieron ambos ases en Sevilla. Fue el 28 de abril, mano a mano,
a beneficio de la Cruz Roja y con los toros de Gamero Cívico. Sólo les quedaban
seis paseíllos juntos...
Hasta el último día...
José y Juan volvieron a contratar juntos la feria
de Jerez para cerrar el mes de abril. Chicuelo completó los dos carteles en los
que se lidiaron, respectivamente, reses de Villamarta y Tamarón. Ambos ases
iban a estrenar al alimón el mes de mayo en Bilbao –Gallito cortó una oreja- y
juntos, de nuevo, iban a afrontar el primer fielato del mayo madrileño con la
compañía de Ignacio Sánchez Mejías. Fue el día 5 y a beneficio, de nuevo, de la
Cruz Roja; con la reina Victoria Eugenia en el palco real y convertida en
testigo del final de la Edad de Oro.
José toreó al día siguiente –y triunfó- en
Barcelona, mano a mano con su cuñado que también fue su partenaire –además de
Chicuelo- en las dos corridas ajustadas en Écija los días 9 y 10 de mayo. El
día 11, desvela Aguado en su libro, se reunió en Madrid con Gregorio
Corrochano, que le agradeció su definitiva decisión de torear en Talavera. El
plan de los cuñados seguía en marcha pero el reloj, inexorable, también marcaba
las horas. El día 13, en Valencia, Gallito volvió a alternar con Belmonte con el
complemento del infortunado Varelito en la corrida de la Virgen de los
Desamparados.
Meses antes, José había apalabrado la fecha del 16
de mayo en el antiguo abono de San Isidro. Había que romper el compromiso para
acudir a la cita de Talavera. El asunto trajo cola y la Dirección General de
Seguridad llegó a intervenir para obligarle a cumplir el contrato que el torero
resolvió ofreciéndose a actuar en cualquier otra fecha para poder estar en
Talavera. Con ese panorama –y la afición esperándole con la escopeta cargada-
el 15 de mayo sí hizo el paseíllo en el ruedo de la Corte, anunciado con Juan
Belmonte y su cuñado Ignacio Sánchez Mejías con el que tendría que viajar al
día siguiente a Talavera. (Continuará)
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