Cuentan
que la tarde de Talavera el subalterno olió a cera derretida en el patio de
cuadrillas y advirtió a José de que no toreara
ROSARIO
PÉREZ
@CharoABCToros
Diario ABC
de Madrid
Cuenta la leyenda que Blanquet (1881-1926) era un
hombre muy supersticioso, con un «don» que daba mal fario: cuando olía a cera,
la muerte estaba cerca. Eso mismo ocurrió la trágica tarde del 16 de mayo de
1920, cuando el toro «Bailaor» mató a Joselito en Talavera de la Reina. Dicen
que el subalterno olió a cera derretida en el patio de cuadrillas y advirtió a
José Gómez Ortega de que no toreara. El maestro hizo caso omiso y salió al
ruedo: el quinto de la tarde, de la Viuda de Ortega, chico y burriciego según
la crónica de Corrochano, le propinaría una cornada mortal.
«Ha habido en la historia del toreo muchas cuadrillas
de leyenda, muchos banderilleros famosos, y algunos acabaron por convertirse en
matadores de renombre. Pero ningún banderillero ha alcanzado la condición
mítica del valenciano Enrique Berenguer, Blanquet. Fue el peón de confianza de
Joselito el Gallo, el niñodios, el hombre a quien nunca pudo un toro, pero a
quien un toro terminó matando en una de las más célebres tardes de tragedia en
la historia de la tauromaquia. Tan gran peón fue Blanquet, y en tanta
consideración lo tenía Joselito, que en más de un festejo se puso a sus órdenes
en el tercio de banderillas, como homenaje, y ofició de peón de su peón». Son
palabras de Carlos Marzal en un artículo publicado en ABC en 2010.
Aquel «don» de Berenguer daba mal fario: cuando
olía a cera, la muerte estaba cerca
Podría ser una casualidad, pero lo cierto es que
la historia se repitió dos años después de lo de Talavera, cuando actuaba a las
órdenes de Manuel Granero. Corría otra vez el mes de mayo, esta vez en Madrid.
Cuando se dirigía a la plaza, el matador paró el coche de caballos para hacerse
una foto. En ese momento percibió un tremendo olor a cera y le dijo a Granero
que no torease. El espada se lo tomó a risa. Cuenta el boca a boca que Blanquet
le espetó: «Manuel, esta es la última foto que te haces en tu vida». Y lo
cierto es que el toro «Pocapena» acabó con la vida de Granero. Hemingway
explica en «Muerte en la tarde» que no vio nunca una muerte más terrible.
Granero y «Pocapena»
Cuentan que pronto cantó su mansedumbre este
animal de astifinos pitones y burriciego como aquel «Bailaor». Con una clara
querencia a tablas, Granero lo toreó en los terrenos del 2 con media docena de
verónicas. Y en esa jurisdicción se perfiló para matar. «Le citó a unos cinco o
seis metros de la barrera, demasiado cerrado dadas la características de
Pocapena, al que había que muletear en los medios o con los terrenos cambiados.
El animal se le arrancó vencido ya sobre el lado derecho, precisamente en el
que se encontraba el lidiador, que con temerario temple y gallardía prefirió
quedarse a salir corriendo, y le empitonó por el muslo derecho, suspendiéndole
en vilo y arrojándole violentamente al suelo, donde le tiró varios derrotes que
le rompieron la taleguilla y la faja y le empujaron contra la barrera, muy
cerca del estribo, volviéndole a cornear aquí con tan fatal acierto, que una de
las cornadas le destrozó la cabeza contra las tablas», se cuenta en el
«Diccionario de Toreros» de Espasa. Y continúa: «Los momentos fueron de
terrible ansiedad y dramatismo. Los demás toreros hicieron lo humanamente
posible para evitar la cogida o al menos por aminorar las consecuencias,
echándose temerariamente encima del veragua, pero todo fue inútil. La desgracia
se consumó en toda su extensión, saliendo de ella Granero hecho un guiñapo sangrante
y sin vida».
Aquella cornada mortal conmocionó todo el toreo.
Granero, que había nacido en Valencia el 4 de abril de 1902, estaba llamado a
marcar páginas de gloria, pues desde sus inicios demostró unas condiciones
excelentes. En ABC se recordaba tras la tragedia que un año antes del fatal
percance había lucido todo su esplendor en Madrid, cortando varias orejas en la
plaza cortesana. O sus seis toros de Concha y Sierra en Castellón. Y la otra
media docena de Albaserradas en Valencia, «logrando ambas tardes grandes
ovaciones». «Toreó en total 94 corridas, estoqueando 193 cornúpetos, y no pasó
de las 100 por los percances siguientes», señalaba ABC en su edición del 9 de
mayo.
Sánchez Mejías salió por su propio pie del coso
maestrante. Pero Blanquet murió en el tren de unataque al corazón. El olor a
cera había anunciado esta vez su propia muerte
Aquel toro cárdeno bragado acabó con los sueños de
Granero y sacudió a todos sus partidarios. El duque de Veragua ordenó que no se
vendieran más toros hermanos de aquel «Pocapena» que llevaba en sus astas la
muerte más terrible.
Y la tragedia merodeó de nuevo... «Aterrorizado
por su don de profecía, Blanquet se retiró de los ruedos, hasta que Ignacio
Sánchez Mejías lo convenció para que regresase como su peón de confianza -dice
el artículo de Marzal en Estampas Taurinas de ABC-. Blanquet terminó por
aceptar, bajo el juramento de que si volvía a oler a cera, el maestro no
torearía. El aguerrido Ignacio le dio su palabra de honor. El 15 de agosto de
1926, Sánchez Mejías toreaba en la Maestranza. Estando en el callejón, Blanquet
adivinó de nuevo en el aire un espantoso olor a cera. Al parecer se produjo un
altercado entre Blanquet, Sánchez Mejías y el resto de la cuadrilla, cuando el
peón valenciano trató de que Ignacio no saltase al ruedo. El caso fue que
Sánchez Mejías incumplió su palabra, hizo su faena con extrema precaución y la
tarde acabó sin percances, entre burlas de los compañeros de Blanquet...»
Sánchez Mejías salió por su propio pie del coso
maestrante. Pero cuando se dirigían hacia su compromiso del día siguiente,
Blanquet murió en su asiento del tren de un ataque al corazón. El olor a cera
había anunciado esta vez su propia muerte.
La siguiente década, la de los 30, llegaría el
llanto por Ignacio, el mismo que había velado la muerte de Joselito y que
también había tenido a Blanquet en sus filas. La muerte le esperaba en las
astas de «Granadino».
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