El 19
de mayo de 1946 fue su clausura
El coso desapareció con rapidez bajo el golpe implacable de la piqueta / Cortesía Historia de la Plaza El Toreo |
Su
última tarde de toros resultó llena de sentimiento y emoción, no por lo
sucedido en la corrida sino por los eventos que se dieron
ADIEL
ARMANDO BOLIO
Especial para
VUELTA AL RUEDO
Un número importante de personalidades de la
Fiesta Brava en el país se dieron cita para dar fe y protagonizar la ceremonia
de clausura del coso Monumental El Toreo de la Condesa y de ello también nos
cuenta el escritor don Guillermo E. Padilla en el II tomo de su obra “Historia
de la Plaza El Toreo”.
“Muchos diestros retirados fueron invitados de
honor. Allí estuvieron Arcadio Ramírez ‘Reverte Mexicano’, Vicente Segura,
Rodolfo Gaona, Eligio Hernández ‘El Serio’, Salvador Freg y Pepe Ortiz. También
matadores en activo como Heriberto García, Jesús Solórzano, Lorenzo Garza,
David Liceaga, Luis Castro ‘El Soldado’, Silverio Pérez y Carlos Arruza.
Los grandes toreros bufos Roberto Soto, Mario
Moreno ‘Cantínflas’ y Jesús Martínez ‘Palillo’, acompañados de otros artistas
cómicos que solían torear como Manuel Mendel, ‘Don Chicho’ y ‘Tin Tán’, también
hicieron acto de presencia.
Todos los cronistas taurinos de la capital,
representados por el decano doctor Carlos Cuesta Baquero ‘Roque Solares
Tacubac’, así como los fotógrafos taurinos, estuvieron presentes.
Cuando el reloj de la plaza marcó las cuatro de la
tarde y parches y metales rasgaron el espacio por vez postrera en el vetusto
coso, apareció por la puerta de cuadrillas la recia figura de Juan Silveti, uno
de los grandes del toreo en México montando soberbio jaco retinto. Para el
inolvidable ‘Tigre’ fue la primera ovación de la tarde.
El veterano Samuel Solís, vistiendo el traje corto
andaluz, marchó al frente de las cuadrillas, capitaneadas por Andrés Blando,
Edmundo Zepeda y Miguel López ‘El Colombiano’.
No fue aquella una corrida pródiga en momentos
brillantes por parte de los lidiadores, siendo las notas más destacadas, el
magnífico encierro que envió San Diego de los Padres, una gran quite por
gaoneras de Blando al cuarto toro, varios lances y una torera y valerosa faena
de Zepeda al segundo astado, un formidable par de banderillas de Vicente
Cárdenas ‘Maera’ y la brega magistral del ‘Güero’ Merino.
El diestro sudamericano Miguel López ‘El
Colombiano’ confirmó su alternativa de manos de Andrés Blando con el toro que
abrió plaza, de nombre ‘Marinero’.
El cadáver del último astado, el bravo ‘Lince’,
fue ovacionado durante el arrastre. En aquel momento se hizo un gran silencio
en la plaza, silencio que fue roto por una gran ovación al aparecer en la arena
la figura señera de Rodolfo Gaona, quien, en el centro del anillo, hizo
descender de las alturas del coso un gallardete rojo ostentando una inscripción
que decía: ‘1907-EL TOREO-1946’. En esa forma quedaba oficialmente clausurada
la plaza de La Condesa. La multitud, en pie, acompañó la escena.
Las notas de ‘Las Golondrinas’ acentuaban el
patetismo del instante. Muchos ojos de hombres y mujeres derramaron lágrimas.
Muchas cabezas, unas grises, otras blancas, se destocaron para musitar un adiós
a la querida plaza que por casi cuatro décadas estuviese tan estrechamente
vinculada a la vida capitalina.
Rodolfo Gaona, ¡genio y figura!, emocionó con su
presencia a la multitud, obligándosele a recorrer el ruedo bajo una imponente
ovación y al grito de ¡torero!, cuando el ‘Indio Grande’ pasó frente al grupo
de ‘La Porra’, aquel que en los años veinte enarbolara la bandera del gaonismo
en México, el clamor creció.
A continuación los picadores, banderilleros y
puntilleros que actuaron aquella tarde, salieron a recibir el aplauso del
público. Entre ellos se encontraban tres sobrevivientes de la corrida
inaugural, Arturo Frontana, picador; Macario Castelán ‘Gallinito’, puntillero y
Simón Cárdenas, monosabio.
Luego aparecieron los doctores de plaza, José Rojo
de la Vega, Javier Ibarra, Carlos Herrera Garduño y Javier Ibarra Jr., a cuya ciencia
debieron la salvación muchos toreros. Acompañaban a los galenos las enfermeras
María Herrejón y Bertha Rodríguez. La ovación al cuerpo médico fue una
demostración de admiración y cariño por parte de la afición.
Después de tan emotivos instantes, el veterano
Samuel Solís lidió toreramente un becerro de la dehesa de San Diego de los
Padres, de nombre ‘Adiós’. Cuando aquel astado dobló, eran las seis de la tarde
con nueve minutos. La multitud, entristecida, abandonó el coso cuando las
sombras de la noche comenzaban a envolver la ciudad.
Ya don Rutilo Morales ‘Moralitos’, el viejo y
querido guardaplaza de El Toreo, no estaba para haber cerrado las puertas del
coso por última vez. Se había marchado de este mundo el año anterior, pero
estaban sus muchachos Rutilo, Emilio y Armando para cerrarlas.
Al día siguiente, las plumas taurinas más
destacadas de México dedicarían a la
plaza de El Toreo de la Condesa sentidísimos artículos y crónicas, todos plenos
de evocaciones de un pasado que se iba para perderse entre las páginas de la
historia y de la leyenda. El siguiente 31 de agosto de 1946 se iniciaron las
obras de demolición de la plaza”.
DATO
Toreros retirados y en activo, además del cuerpo médico
fueron largamente ovacionados por un público conmovido y lleno de melancolía
taurina
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