martes, 26 de mayo de 2020

El Toreo de la Condesa ya no era plaza de toros

El 19 de mayo de 1946 fue su clausura
El coso desapareció con rapidez bajo el golpe implacable de la piqueta / Cortesía Historia de la Plaza El Toreo
Su última tarde de toros resultó llena de sentimiento y emoción, no por lo sucedido en la corrida sino por los eventos que se dieron

ADIEL ARMANDO BOLIO
Especial para VUELTA AL RUEDO

Un número importante de personalidades de la Fiesta Brava en el país se dieron cita para dar fe y protagonizar la ceremonia de clausura del coso Monumental El Toreo de la Condesa y de ello también nos cuenta el escritor don Guillermo E. Padilla en el II tomo de su obra “Historia de la Plaza El Toreo”.

“Muchos diestros retirados fueron invitados de honor. Allí estuvieron Arcadio Ramírez ‘Reverte Mexicano’, Vicente Segura, Rodolfo Gaona, Eligio Hernández ‘El Serio’, Salvador Freg y Pepe Ortiz. También matadores en activo como Heriberto García, Jesús Solórzano, Lorenzo Garza, David Liceaga, Luis Castro ‘El Soldado’, Silverio Pérez y Carlos Arruza.

Los grandes toreros bufos Roberto Soto, Mario Moreno ‘Cantínflas’ y Jesús Martínez ‘Palillo’, acompañados de otros artistas cómicos que solían torear como Manuel Mendel, ‘Don Chicho’ y ‘Tin Tán’, también hicieron acto de presencia.

Todos los cronistas taurinos de la capital, representados por el decano doctor Carlos Cuesta Baquero ‘Roque Solares Tacubac’, así como los fotógrafos taurinos, estuvieron presentes.

Cuando el reloj de la plaza marcó las cuatro de la tarde y parches y metales rasgaron el espacio por vez postrera en el vetusto coso, apareció por la puerta de cuadrillas la recia figura de Juan Silveti, uno de los grandes del toreo en México montando soberbio jaco retinto. Para el inolvidable ‘Tigre’ fue la primera ovación de la tarde.

El veterano Samuel Solís, vistiendo el traje corto andaluz, marchó al frente de las cuadrillas, capitaneadas por Andrés Blando, Edmundo Zepeda y Miguel López ‘El Colombiano’.

No fue aquella una corrida pródiga en momentos brillantes por parte de los lidiadores, siendo las notas más destacadas, el magnífico encierro que envió San Diego de los Padres, una gran quite por gaoneras de Blando al cuarto toro, varios lances y una torera y valerosa faena de Zepeda al segundo astado, un formidable par de banderillas de Vicente Cárdenas ‘Maera’ y la brega magistral del ‘Güero’ Merino.

El diestro sudamericano Miguel López ‘El Colombiano’ confirmó su alternativa de manos de Andrés Blando con el toro que abrió plaza, de nombre ‘Marinero’.

El cadáver del último astado, el bravo ‘Lince’, fue ovacionado durante el arrastre. En aquel momento se hizo un gran silencio en la plaza, silencio que fue roto por una gran ovación al aparecer en la arena la figura señera de Rodolfo Gaona, quien, en el centro del anillo, hizo descender de las alturas del coso un gallardete rojo ostentando una inscripción que decía: ‘1907-EL TOREO-1946’. En esa forma quedaba oficialmente clausurada la plaza de La Condesa. La multitud, en pie, acompañó la escena.

Las notas de ‘Las Golondrinas’ acentuaban el patetismo del instante. Muchos ojos de hombres y mujeres derramaron lágrimas. Muchas cabezas, unas grises, otras blancas, se destocaron para musitar un adiós a la querida plaza que por casi cuatro décadas estuviese tan estrechamente vinculada a la vida capitalina.

Rodolfo Gaona, ¡genio y figura!, emocionó con su presencia a la multitud, obligándosele a recorrer el ruedo bajo una imponente ovación y al grito de ¡torero!, cuando el ‘Indio Grande’ pasó frente al grupo de ‘La Porra’, aquel que en los años veinte enarbolara la bandera del gaonismo en México, el clamor creció.

A continuación los picadores, banderilleros y puntilleros que actuaron aquella tarde, salieron a recibir el aplauso del público. Entre ellos se encontraban tres sobrevivientes de la corrida inaugural, Arturo Frontana, picador; Macario Castelán ‘Gallinito’, puntillero y Simón Cárdenas, monosabio.

Luego aparecieron los doctores de plaza, José Rojo de la Vega, Javier Ibarra, Carlos Herrera Garduño y Javier Ibarra Jr., a cuya ciencia debieron la salvación muchos toreros. Acompañaban a los galenos las enfermeras María Herrejón y Bertha Rodríguez. La ovación al cuerpo médico fue una demostración de admiración y cariño por parte de la afición.

Después de tan emotivos instantes, el veterano Samuel Solís lidió toreramente un becerro de la dehesa de San Diego de los Padres, de nombre ‘Adiós’. Cuando aquel astado dobló, eran las seis de la tarde con nueve minutos. La multitud, entristecida, abandonó el coso cuando las sombras de la noche comenzaban a envolver la ciudad.

Ya don Rutilo Morales ‘Moralitos’, el viejo y querido guardaplaza de El Toreo, no estaba para haber cerrado las puertas del coso por última vez. Se había marchado de este mundo el año anterior, pero estaban sus muchachos Rutilo, Emilio y Armando para cerrarlas.

Al día siguiente, las plumas taurinas más destacadas de México dedicarían a  la plaza de El Toreo de la Condesa sentidísimos artículos y crónicas, todos plenos de evocaciones de un pasado que se iba para perderse entre las páginas de la historia y de la leyenda. El siguiente 31 de agosto de 1946 se iniciaron las obras de demolición de la plaza”.

DATO
Toreros retirados y en activo, además del cuerpo médico fueron largamente ovacionados por un público conmovido y lleno de melancolía taurina

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