Reproducimos
la crónica escrita en ABC por Gregorio Corrochano, testigo directo de la fatal
cornada en Talavera aquel 16 de mayo de 1920: «Yo le he visto muerto, le he
visto y no lo creo. He visto como le quitaban del cuello un retrato de su madre
y una medalla de la Virgen de la Esperanza, deformada por un toro en San
Sebastián. Me parecía dormido»
GREGORIO
CORROCHANO
Diario ABC
de Madrid
17 de mayo
de 1920
Todo lo que ocurre me parece una pesadilla. Lo he
visto y no lo creo. Me cuesta un esfuerzo horrible escribir: a Joselito le ha
matado un toro. Pero es así, así ha ocurrido: a Joselito le ha matado un toro
en Talavera de la Reina. Estoy bajo la terrible impresión de la tragedia. No
quisiera ser el cronista a quien la fatalidad le reservó esta narración. Estoy
entristecido y, sin embargo, tengo que escribir. Escribiré; sería mi sino: como
el del pobre Joselito sería venir a morir aquí.
Lo que más me preocupa, lo que me obsesiona, es lo
que hay de fatalidad en todo esto. Joselito, desde que supo que se organizaba
una corrida en Talavera, no pensó nada más que en torearla. La Empresa no quiso
traerle, porque esta plaza, de poca cabida, no admite presupuestos caros. Un
íntimo amigo suyo tomó el negocio a base de Joselito, y quedó Joselito
contratado en Talavera. Entonces surgieron más dificultades. La Empresa de
Madrid le reclamaba para ese día, llegó a intervenir la Dirección de Seguridad,
y anunció que no dejaría a Joselito salir de Madrid. Este se obstinó en venir;
ofreció nuevas fechas, buscó combinaciones, dio toda clase de facilidades para
el nuevo abono, a cambio del favor de que le dejaran venir a Talavera. Y vino,
y murió casi en el ruedo, pues entró en la enfermería con un colapso, del que
no volvió.
Le ha matado el toro quinto; se llamaba Bailador,
era negro, tenía cinco años, era muy chico, era corto de pitones y pesaba sólo
260 kilos; pertenecía a la ganadería de la viuda de Ortega, una cruza de
Veragua y Santa Coloma.
La corrida se deslizaba alegre y animosa. Había un
lleno imponente. Se le recibió a Gallito como reciben estos pueblos, con
entusiasmo y gratitud; como se recibe al artista que hace el favor de
ofrendarles su arte: dándose perfecta cuenta de su papel de favorecidos.
Gallito brindó animoso, y aún recuerdo el brindis,
que fue una evocación: «Brindo por el presidente, por su distinguido
acompañamiento y por el pueblo de Talavera, adonde tenía muchas ganas de
torear, porque esta plaza la inauguró mi padre, por cuya memoria brindo
también».
Cómo ocurrió la cogida
Salió el quinto toro, tan certero como suelen ser
todos los toros cornicortos, y sin recargar, sin llegar apenas a los caballos
pues fue el menos bravo, mató tantos como varas tomó. Joselito me indicó con el
gesto que el toro no le gustaba, yo le contesté que a mí tampoco me agradaba...
Uno de tantos comentarios mudos como Joselito y yo hacíamos en las corridas.
Más tarde le indiqué que el toro era burriciego, él me dijo que el toro había
perdido la vista en los caballos. Y salió a matar. El toro se defendía y estaba
bronco. José medio lo dominó con la muleta y el toro se fue a las tablas, cerca
de mi barrera del 1. Oí perfectamente que le dijo al Cuco dos veces: «Quítate,
Enrique, que está el toro contigo y por eso no toma la muleta». El Cuco se
cambió de lugar. Joselito lo sacaba con pases de tirón, muy trabajosamente,
pues el toro apenas le embestía. José, que estaba muy cerca, dándole con la
muleta en la cara, se retiró, y entonces el toro, acaso porque le viera mejor
por el defecto de la vista ya apuntado, se le arrancó fuerte y pronto,
inesperadamente, en un momento en el que el torero no hacía nada, sino que se
disponía a hacer. A José, a quién indudablemente, había sorprendido el toro, no
le dio tiempo de nada, ni de darle salida ni de quitarse de allí, a pesar de
sus facultades. No hizo más que adelantarse la muleta para taparle y parar el
golpe. El toro le cogió de lleno, le enganchó por el muslo derecho, y en el
aire le dio una cornada seca y certera en el bajo vientre, como las que había
dado a los caballos. Cayó José mortalmente herido, se contrajo, y el toro le
derrotó en el suelo pero no lo recogió.
Cuando le incorporaron me miró con cara de
angustia, y me señaló con la mano la ingle, al mismo tiempo que se recogía los
intestinos, que le asomaban.
Al Cuco, que le llevaba a la enfermería, le dijo:
«A Mascarell, que avisen a Mascarell». Y ya no hablo más, le dio el colapso.
Sus íntimos amigos Leandro Villar y Darío López
salieron, sin perder un minuto, para Madrid en busca de los doctores Mascarell
y Goyanes. Todo inútil. Apenas recorrerían unos minutos, ya su pobre amigo no
tendría necesidad de la ciencia que iban a buscar.
A Sánchez Mejías le ocultaron la gravedad, y lidió
el sexto toro, vengativo, descompuesto, haciendo tantas y temerarias cosas, que
ya temíamos por el segundo percance.
Mientras tanto, en la enfermería, los médicos
Sanguino, Ortega, Muñoz, Luque, Pajares, y no sé si alguno más, cuidaban de
reaccionarle con suero, cafeína, alcanfor...; nada, todo inútil porque el pobre
torero no reaccionaba. Sólo hubo un momento de esperanza, en que movió los
brazos, para caer nuevamente en el sopor, y cuando su cuñado, Sánchez Mejías,
muerto el último toro, entraba corriendo en la enfermería ya alarmado por el
rumor de la plaza y el ir y venir de la gente por el callejón, expiraba
Joselito, de schot traumático.
Yo le he visto muerto, le he visto y no lo creo.
He visto como le quitaban del cuello un retrato de su madre y una medalla de la
Virgen de la Esperanza, deformada por un toro en San Sebastián. Me parecía
dormido. No puedo creer que esté muerto quien unos minutos antes era la alegría
de esta plaza y el sueño de todos las Empresas. Me parece mentira que haya
muerto quién llegó hace unas horas conmigo, y al montar en la estación en un
coche, como esos que van en Madrid con bodas a la Bombilla, empezó a cantar
alegremente y fue hasta el hotel gritando como un chico: «Viva la novia». Me
parece mentira, pero es la realidad, la trágica realidad: a Joselito le ha
matado un toro y yo tengo que contarlo, que es otra dolorosa realidad. Porque
lo terrible no es que a un torero le mate un toro, sino la manera, la forma,
las circunstancias de este caso concreto. Con Joselito no ha muerto solamente
un torero, sino la figura representativa del toreo, y quién sabe si la Fiesta
misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario