Un
día como hoy de 1985, el 30 de agosto, José Cubero moría en las astas de
«Burlero» en Colmenar Viejo.
ROSARIO
PÉREZ
@CharoABCToros
Diario ABC
de Madrid
Manolete anunció su retirada un mes antes de su
muerte: «Tengo hambre de vivir la vida»
«La muerte la llevamos en la cara todos los
toreros. Pienso que un cuerno me va a arrancar el corazón. ¿Qué más da? Mejor
morir de uan cornada que en la M-30». La sombra de aquella premonición de José
Cubero «Yiyo» en 1983 se alargó en 1985 y se extiende aún hoy a través de los
tiempos como todos los mortales que se hicieron leyenda. En su irrupción, Yiyo
contó en declaraciones a Radio Nacional que pensaba en la muerte cada vez que
apagaba la lamparita de la mesa de noche y la eterna soledad de los toreros.
Quiso el destino que un año después tuviese que
dar muerte al toro que mató a Paquirri en Pozoblanco. «El miedo me atenazaba y
me sobrepuse -confesaría más adelante-. La gente, muchas veces, no quiere ver
los riesgos de la profesión de torero. Esto del toreo no es un fraude».
«Pali, este toro me ha matado»
Yiyo fue una de las grandes verdades del toreo. La
de esa verdad de que los toros cogen y matan. «Pali, ese toro me ha matado».
Era la voz apagada de José Cubero ante su peón de confianza tras recibir una
cornada que le partió el corazón. Aquel 30 de agosto de 1985, el torero de
Canillejas había cogido la sustitución de Curro Romero en Colmenar Viejo sin
saber que el toro que había de matarlo «ya estaba comiendo yerba», añeja frase
de miedo que se hizo trágica realidad y que ABC inmortalizó en su portada. Ocurrió
en la hora final. Con templada lentitud, se tiró a matar o morir al sexto,
«Burlero» de nombre, de la ganadería de Marcos Núñez. Enterró una estocada en
lo alto y «Burlero», muerto en vida, lo prendió por la espalda y hundió su
pitón izquierdo con letal saña. Su cuadrilla intentó arrancarle literalmente el
puñal hasta que el toro lo soltó y cayó inerte a la arena. «Tenía el corazón
como si lo hubiera rajado un cuchillo», dijo su apoderado.
La plaza madrileña se sobrecogió mientras las
cuadrillas lo trasladaban con angustiosa celeridad a la enfermería.
Estremecieron sus ojos vueltos y encalados, que emprendían rumbo al Más Allá.
El percance había sido terrorífico. Los doctores apreciaron desde el callejón
la extrema gravedad. Cuando El Yiyo llegó a la mesa de operaciones, no
respondió a los estímulos. «Burlero» se había llevado entre sus astas la
inolvidable sonrisa de Cubero —de sólo 21 años— después de realizar una faena
colosal, premiada con dos orejas. La noticia corrió como la pólvora. La gente rompió
en llanto desconsolado. «Me lo ha matado», dijo su padre quebrado de dolor.
Negro parte de guerra: «Rotura por asta de toro, que provoca una parada
cardiorrespiratoria irreversible...»
Cartel maldito
La tragedia recorrió el mundo entero. Yiyo y «Burlero»
componían un fúnebre romance, como aquel que Valle-Inclán imaginó para
Belmonte: «Sólo te falta morir en la plaza… Para que ni toro ni torero puedan
separarse jamás». José Cubero ingresaba en el Olimpo de los dioses que
entregaron su vida por un arte al que muchos son los llamados y pocos los
elegidos, como reza en la Escuela de Madrid donde se formó «el príncipe del
toreo», junto a Julián Maestro y Lucio Sandín. «Adiós, príncipe, adiós», tituló
Antonio D'Olano una obra en su recuerdo.
El Yiyo, con geniales condiciones para auparse a
la cima pese a no ser valorado lo suficiente por las empresas y con dos Puertas
Grandes en Madrid, se convirtió en leyenda inmortal. Ascendía a la gloria de
muchos otros toreros caídos «a las cinco en punto de la tarde»: Sánchez Mejías,
Joselito, Manolete o Paquirri. Curiosamente, Cubero había pasaportado a
«Avispado», el toro que mató a Francisco Rivera en Pozoblanco, con El Soro como
único superviviente del llamado «cartel maldito».
Aún resuena la voz de aquel joven prodigio que
tras conquistar la victoria adivinó la tragedia: «La muerte la llevamos en la
cara todos los toreros. Pienso que un cuerno me va a arrancar el corazón. ¿Qué
más da?» Palabra de un príncipe en la mitología taurina.
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