ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Flotaba el dantzari sobre las arenas negras. Caía
una lluvia fina y gris. Como un velo desde el cielo apagado. Manuel Jesús El
Cid escuchaba el aurresku desmonterado, perdida la mirada en la nostalgia.
Aquel cenit de su carrera con seis victorinos. Corría el año 2007. Todavía
Bilbao vivía tiempos gloriosos en la frontera de la crisis. Inolvidable la
apoteosis. La capacidad lidiadora, su izquierda, una gesta memorable... El Cid
se despedía ayer de Vista Alegre en la intimidad, prácticamente vacía la plaza.
Una imagen desoladora. No sólo decía adiós a la ciudad del hierro, sino también
a la divisa santo y seña de su carrera. Victorino y Cid ponían punto final a su
fértil relación. La banda sonora del txistu acentuaba las notas melancólicas.
Buenas tardes, tristeza.
Un victorino afilado como el sirimiri galopó en su
salida. Y sembró esperanzas con su humillación en las verónicas aladas de El
Cid. Una corona veleta adornaba su enjuto cuerpo. Escaso el poder como la
anatomía. El torero en retirada brindó a Joaquin Moeckel, pretoriano de la
vieja guardia cidista. Pronto propuso la izquierda: el toro viajaba
exclusivamente por su mano de oro. Pulso y tacto para tirar de las embestidas
francas pero lastradas por el empuje contado. En su pitón derecho escondía una
revuelta. Los naturales regresaron al mejor pasado. Apuradas las últimas mieles,
una estocada fulminante hizo rodar también la oreja.
En la fiesta íntima del adiós, se coló Emilio de
Justo para hacerse con el protagonismo. Su valor de plomo, sentido de la
colocación y, por ende, del toreo agarraron en un puño el corazón de Bilbao. Todo
lo malo posible se lo había anotado un victorino de considerable alzada y
gruesas mazorcas. Del tronco izquierdo nacía un garfio pavoroso. La lluvia
constante había hecho ya un barrizal. Sobre él se hundían las huellas de la
hombría de Emilio, el peso de lo auténtico. El toro le radiografiaba con ojos
de escalofrío. Y medía las femorales en cada arrancada pendenciera. Tan
agarrada al piso. Le aguantó todo el extremeño -un parón de miocardio- y le
sacó más. Muletazos que se antojaban imposibles. Increíbles naturales, algún
pase de pecho colosal. Los mortales pedíamos la hora y la espada. De Justo
quiso apurar demasiado la suerte, enfrontilado y a pies juntos. El temible
garfio zurdo fue un misil al muslo. A los dos muslos. Tal fue la precisión en
el aire. Un volteretón terrorífico. El derrote a la cabeza impactó contra la
oreja. La sangre caía roja por el cuello blanco de la camisa. Medio grogui
afrontó el volapié. Un pinchazo no restó ni un solo mérito a su hazaña bélica y
a su recompensa. Se fue a la enfermería y no volvió. Por la brecha y la paliza.
Un toro de propina quedó para Curro Díaz. Que ya
había estado firme y responsable con un victorino acaballado que descolgaba lo
que su anatomía le permitía. Las carencias de poder fueron el mal endémico de
la corrida escalonada. Tanto como las de raza. El cuarto, tampoco precisamente
bajo, le dejó una muesca en el pómulo. Y se convirtió en un muro/mulo
infranqueable. Los pitones en la barriga en el momento de cruzar. El ruedo ya
era un cenagal.
Cuando saltó el último, la laguna reflejaba los
focos. No apuntó mala condición, pero no salía de la jurisdicción del torero
linarense. Que escuchó su tercera ovación de la tarde.
El Cid ya se había despedido con un esfuerzo más
que digno ante Bondadoso, victorino de nervio punteante y medios viajes. Como
su izquierda, el acero también reflejó su historia.
Las nubes precipitaron la noche.
VICTORINO MARTÍN - Curro Díaz, El Cid y
Emilio de Justo
Plaza de Vista Alegre. Domingo, 18 de agosto
de 2019. Segunda de feria. Unas 3.000 personas.
Toros de Victorino Martín, muy desiguales de hechuras en su seriedad; sin
poder ni raza en conjunto pero no sin complicaciones.
Curro
Díaz, de azul añil y oro.
Estocada (saludos). En el cuarto, pinchazo y estocada desprendida (saludos). En
el sexto, estocada (saludos)
El
Cid, de azul pavo y oro. Estocada
pasada y rinconera (oreja). En el quinto, tres pinchazos, uno hondo y tres
descabellos (saludos).
Emilio
de Justo, de negro y oro.
Pinchazo y estocada. Aviso (oreja).
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