Brava
pelea entre un encastado y fiero torrestrella y el mexicano, que sale
triunfador de la correosa corrida de Álvaro Domecq; Román da una vuelta al
ruedo.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Bilbao
Bajo la apariencia del toro idílico que soñaría
Lucía Etxebarría en la campiña se escondía una fiera. El pelaje cárdeno claro,
capirote, alunarado, coletero, calzado y ojalado -Barquero poetizaba su pinta-
hacían del torrestrella un dibujo animado. Florista traía los cinco años recién
cumplidos y las carnes sueltas. Su cara desprendía amabilidad. Un algo
aparentemente trémulo. Como sus galopadas. Una cierta humillación al lado de
los demás... Luis David jugó fácil los brazos a la verónica. Confundido como
todos por los tontuelos compases previos, apenas lo castigó en el caballo. Lo
puso en largo, eso sí. Y Florista acudió con prontitud. Hasta entonces en Vista
Alegre reinaba la paz de los cementerios.
De pronto, el lindo torrestrella de la happy
Arcadia de Lucía empezó a arrear en banderillas. Como si hubiera prendido el
motor con el turbo encendido. De 0 a 100 en cinco segundos. O Luis David no
tomó nota y se quedó en la fase amable o le valió madre: el principio de faena
por péndulos se antojó tan arriesgado como poco conveniente. Poderosos doblones
exigía la maquinaria del domecq. Que quemaba nitro a todo gas. Y no sólo: lo
hacía por dentro. Una ferocidad ingobernada que LD se encontraba siempre
encima. Y que le ganaba la acción. Costaba un mundo y parte del otro
anticiparse y someterlo. El mexicano bragado le echó una carretilla de
testosterona. Y encajaba todo con el espíritu de los curtidos fajadores de su
tierra. Aquello sacaría el aire al gran Canelo. La pelea era un emotivo intercambio
de golpes. Un durísimo cuerpo a cuerpo que la afición bilbaína vivía con el
corazón partido. Más seducido por la correosa raza del torrestrella. Que
repetía/rebañaba con todo. Adame sudaba goterones, apretaba los dientes y se
agarraba al piso como si se lo fuese a llevar el vendaval. Por desgaste y a
últimas, Florista le regaló algunas flores sin espinas por su pitón izquierdo.
Y se despidió por peleonas bernadinas. El intento de matar recibiendo acabó con
un pinchazo y la boca partida por la empuñadura. En la siguiente vez, no marró.
La recompensa fue un bálsamo que la petición de vuelta al ruedo para Florista
casi corta. Matías mantuvo el Norte.
De la enfermería regresó Adame para enzarzarse
ahora con el bruto sexto. Que llevaba la cabeza por las nubes, por donde toda
la bronca escalera -no hubo dos toros iguales ni parecidos- de Domecq. Otro
trofeo recompensó a Adame la refriega. Incluso quisieron darle uno más: el
palco volvió a estar en su sitio.
Como con la petición para el esfuerzo de Román con
el ensabanado y armadísimo quinto. Que brindó a Luis Lezama Leguizamón. Siempre
se reservó algo el torrestrella mirón, el otro cinqueño del envío. Tan costoso
de desplazar. Una vuelta al ruedo supo a cura reconfortante. La confianza
conquistada fue un paso importante para la reconstrucción sicológica del torero
valenciano, hábil con la espada. Como con el toro que estrenó la tarde sin
descolgar un átomo. Le cogió bien la altura por fuera -siempre se vencía- y el
sitio con el acero.
De los torrestrellas, los de menos opciones fueron
para Álvaro Lorenzo. Uno por soso y otro por áspero y desagradecido. Los manejó
con pulcra solvencia, sin despeinarse un mechón.
TORRESTRELLA - Román, Álvaro Lorenzo y
Luis David
Plaza de Vista Alegre. Lunes, 19 de agosto
de 2019. Tercera de feria. Unas 3.000 personas.
Toros de Torrestrella, dos cinqueños (3º y 5º); una escalera; destacó
correoso y encastado 3º dentro de un conjunto bronco y sin entrega.
Román, de corinto y oro. Estocada habilidosa
(saludos). En el cuarto, estocada un punto contraria (petición y vuelta).
Álvaro
Lorenzo, de turquesa y oro.
Estocada desprendida, tendida y atravesada (silencio). En el quinto, media
(silencio).
Luis
David, de malva y oro. Pinchazo y
estocada en la suerte de recibir (oreja). En el sexto, estocada rinconera al
encuentro (oreja y fuerte petición).
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