Buena
faena del sevillano en su regreso tras diez días de convalecencia; la figura
madrileña malogra con los aceros una obra importante; entonado Manzanares.
GONZALO I.
BIENVENIDA
@GonIzdoBienve
Diario EL MUNDO de Cuenca
Además de la revelación de la temporada, Pablo
Aguado ha sido este verano el aliciente de muchas ferias. El hilo argumental
que ha sujetado el toreo cuando las lesiones han tumbado a Roca Rey. El
volteretón de Gijón dejó también al sevillano fuera de juego durante diez días.
Su temple ha vuelto iluminado. José Vázquez lidió tres toros con posibilidades.
Uno de ellos potenciado y explotado por un Juli en maestro y aguerrido. El
guante de seda y la mano de hierro.
El silencio se apoderó de la plaza de toros de
Cuenca cuando Pablo Aguado desplegaba su capote. Una expectación silente que se
rompió en la primera verónica: sencilla y suave. Brotaron como de la nada
varios capotazos con ritmo en los que el toro humilló en el embroque. La media
altura hizo romper al toro hacia delante. La faena de Aguado fue medida,
templada, de puro sentimiento. Hubo naturales a cámara lenta. Con inteligencia
firmó un final a dos manos genuflexo que intercaló con ayudados por alto,
trincherillas y pases de la firma. La parroquia entregada en cuatro tandas, un
inicio y un final ¿para qué más? Únicamente la espada le privó del triunfo.
Sólo pudo firmar unos cuantos naturales aislados y algunos detalles de torería
ante la fragilidad de cristal del sexto.
El Juli cuajó al buen Jornalero de José Vázquez.
Un toro al que le costó centrarse pero que fue a más en todo momento. El Juli
empezó ayudándole, rompiéndolo hacia delante. La ciencia. El toro se desplazaba
ese tranquito más allá después de un embroque humillado. La obra de la figura
madrileña tuvo una fase vertical de mando desde arriba y otra muy roto con
exigentes circulares. Todo era seguro, todo era rotundo. Cuenca bramaba con su
poderío. Alargó la obra El Juli tratando de provocar el indulto del bueno de
Jornalero que ya había amagado con rajarse unas cuantas veces. La insistencia
le pasó factura en la suerte suprema y la gran faena quedó premiada por una
oreja. La conexión y el afán contrastó con la aburrida sensación que había dado
con un primero que no podía con su alma.
El capote de José María Manzanares resurgió con un
cinqueño al que embarcó perfecto pese a los extraños de salida. Las verónicas
fueron arrebatadas, con tanto mando como expresión. La horma perfecta a la
humillación desordenada. La faena de muleta fue una obra de fina orfebrería. La
calidad del astifino fue mecida con la seda más precisa de Alicante. Llevó la
embestida muy cosida a la muleta en tandas cortas tras pausados paseos para
darle su tiempo. Oxígeno para ir, clase para meter la estrecha cara en los
vuelos de Manzanares. Perdió, sin embargo, la precisión con el acero. Se
devolvió el quinto cuando se había repuesto de su flojera y no se echó para
atrás el inválido sobrero. El presidente, un lumbreras. De su lidia sólo se
recordará el extraordinario puyazo de Paco María. La bronca final pidió la
dimisión del presidente.
JOSÉ VÁZQUEZ - El Juli, José María
Manzanares y Pablo Aguado
Plaza de toros de Cuenca. Miércoles, 28 de
agosto de 2019. Última de feria. Tres cuartos de entrada.
Toros de José Vázquez y un sobrero del mismo hierro (5º bis), justos de
presentación. Obediente el débil 2º, humillador el 3º y bueno el 4º. Sin fuerza
el 1º, 5º bis y 6º.
El
Juli, de tabaco y oro. Pinchazo,
estocada atravesada y dos descabellos (silencio). En el cuarto, pinchazo,
pinchazo hondo y un descabello. Aviso (oreja).
José
María Manzanares, de grana y oro.
Estocada trasera y tendida (saludos). En el quinto, estocada corta (saludos).
Pablo
Aguado, de marfil y oro. Dos
pinchazos, media estocada y dos descabellos (saludos). En el sexto, media
estocada (palmas).
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