En su
veinte aniversario de alternativa y vísperas del regreso a la ciudad del
Nervión, Juanjo y Rubén, hermanos y mozos de espadas del torero riojano,
recuerdan la dureza del camino y la tarde que cumplió los sueños de Diego.
MARÍA
VALLEJO
@m_vallejo_
Diego Urdiales celebró su veinte aniversario de
alternativa imbuido en la horas altas de su temporada: Dax, San Sebastián y
Almería antes del primer desembarco en Bilbao. Que siempre marca el kilómetro
cero en la bitácora. Sus hermanos, Juanjo y Rubén, lo acompañan y sostienen en
su lucha quijotesca. Hay que creer en los gigantes para aguantar, durante tan
duras dos décadas, el pulso adverso del sistema. Veinte años que han sido
veinte caminos de espinas. Y por ellos ha transitado el riojano fiel a un
compromiso con lo que de ordinario primero se pierde: la independencia y la
pureza. La mirada atrás de los suyos es necesariamente emocionada...
"Al pasar por la vieja plaza de toros [de
Arnedo], todavía puedo vernos entrenando con un foquito y cinco grados bajo
cero. Sin un solo tentadero ni la esperanza de que el teléfono fuera a
sonar", recuerda Juanjo, su ayuda de mozo de espadas y hermano mayor.
Aprendió a hacer de toro en aquél desierto. 32 años atrás. "Cuando no lo
conocía nadie y se sufría de verdad". Cuando sus embestidas servían de
espejismo al sueño torero de Diego. Que tanto se resistía. Más de una década
tardaron en asomar los frutos del esfuerzo sordo e ímprobo de aquellos
entrenamientos, alternados con el oficio de pintor. "A día de hoy, aún no
me explico cómo tuvo la fuerza mental para seguir".
Urdiales era feliz en la hostilidad con sólo
sentir un capote sobre las yemas de sus dedos. La sonrisa que surcaba entonces
su rostro marcado y enjuto mantenía a Juanjo a bordo del barco. En cuerpo y
alma fiel a Diego. Doblando el lomo día sí y día también para regalar a su
hermano las arrancadas que el tinglado taurino le negaba: "Sabía que le
hacía falta. Y su entusiasmo al agarrar los trastos me consolaba".
Juanjo aún tiene que pellizcarse la cara ante las
glorias alcanzadas. Ante esa suerte de justicia poética que guarda a veces la
Historia del toreo. ¿Pues no arroparon los comienzos de Belmonte la sola luz de
la luna de La Tablada y un par de focos de acetileno? "Nunca imaginé que
fuese a conseguir tanto. Él, en cambio, sí. Siempre me decía 'un día va a
llegar'. 'Ya, pero ¿qué día va a ser ése?', pensaba yo". Bilbao contestó a
su pregunta el 29 de agosto de 2015. Cuando "la gota de Diego fue la lluvia
hembra que cala las almas" -con esa belleza inmortalizó aquella gloria
Zabala de la Serna en las páginas de este diario-.
"Fue la respuesta al 'llegará' de toda una
vida", dice Juanjo sin pensarlo. Y se sumerge en el recuerdo... "No
cambio esa tarde por ninguna y no me canso de verla repetida. De ver a Diego
emocionarse así. Me la pongo tantas veces... Es sin duda la tarde de su
vida". Rubén, el pequeño de los hermanos Urdiales y mozo de espadas de
Diego desde hace seis años, huye en cambio de las filmaciones: "Se nos
venía a la cabeza todo lo que llevaba luchado detrás. Me puse una vez la
repetición y no he podido hacerlo más... Me entra una congojita muy difícil de
explicar". "Nuestro recuerdo más vivo es el abrazo que nos dimos los
tres cuando llegó a la barrera", coinciden Juanjo y Rubén. Que en tan
bella conexión viven, minuto a minuto, las andanzas de Diego. "Al verle,
sabemos lo que esperar de cada tarde. Nos lo transmite en la mirada", dice
el pequeño de la trinidad.
Hace ya días que esa mirada apunta de soslayo a la
ciudad del Nervión. Desde siempre -y para siempre- en el alma de Diego. Desde
que soñaba, sentado en la piedra junto a su querido Alfredo Casas, con pisar
algún día la arena negra de Bilbao. Y desde que la conquistó por fin, en 2009,
con las mieles del triunfo debutante. Ya es sabido el sismo de tres réplicas
que el clasicismo de sus muñecas causó después. "Bilbao me da mucho
miedo", confiesa Juanjo. "La responsabilidad es mayor que en Madrid.
Se lo noto. Pero ¿qué pasará el día que no salgan las cosas? ¿dejará de decirse
eso de 'Diego y Bilbao'? Lo que sí sé es que será uno de los días más duros de
la vida de mi hermano".
Consagrar la propia al amor fraternal lleva de
serie una relación constante con el miedo. "Nos acompaña antes, durante y
después, pero sufriríamos más estando lejos o viéndole torear desde el
tendido", afirma Rubén. "¿Y esas tres décadas en brazos del temor han
valido la pena?", apuro a disparar a Juanjo una última pregunta: "De
no ser así, lo habría dejado hace años. Si hubiera visto una pizca de
aburrimiento en su cara, me habría aburrido yo también, pero su felicidad no me
deja bajarme", concluye. Y continúa barruntándose lo que pasará el próximo
día 20 en Bilbao; primera de las dos citas que, este año, se darán Urdiales y
su templo.
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