sábado, 17 de agosto de 2019

SEMANA GRANDE – CUARTA CORRIDA: Diego Urdiales, el inventor de esculturas

Torerísima tarde del riojano, que dibuja una bella faena sobre la bondad de un toro rajado y corta la única oreja; fea, mansa y deslucida corrida de Zalduendo.
Diego Urdiales
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
San Sebastián

En dos verónicas mecidas de Diego Urdiales, ya habíamos visto torear más que en toda la tarde anterior. Y casi sin prestarse el basto toro de Zalduendo. Que cantó pronto su mansa condición. Protestón en el caballo; doliente en banderillas. La gozosa apertura de faena sobre las piernas desprendió el sabor de otros tiempos. No humillaba el zalduendo. Y Urdiales planteó todo a su altura. Provocándole para abrir el viaje vencido por el derecho, despacio para encelarle por el izquierdo. Que dentro de un orden era la mano del toro. Los naturales esbozados arrastraron oles. Esa serie exacta. A veces sonaba el pitón contra el palillo. Diego quiso incluso por demás con el toro vacío. Y pinchó con los terrenos cambiados. Rajado el bruto, en la suerte contraria, le metió el brazo. 

Si ya entonces había apuntado pasajes de lo añejo, Diego Urdiales dibujó después bellísimos muletazos. Su izquierda inventó paisajes de oro con el grandón cuarto de alma huida. Otro manso; otro estilo. El instante preciso de humillación y bondad. Y luego se soltaba amablemente. Cuando Urdiales se disponía a brindarlo al público, ya se había rajado camino de toriles. No le condicionó. Y elevó la montera al aire que habría de esculpir. Diego disfrutó. Echaba los vuelos desde la muleta plegada y caían pétalos de su muñeca. Y salía y entraba de la cara del toro gustándose. Sintiéndose torero. Qué será esa cosa, la torería. Los pases de pecho también sublimaban su corazón de artista. De una en una las gotas del elixir, las perlas hilvanadas. Un desplante último plasmó una imagen escultural. Casi se había pasado de faena, otra vez olvidado del reloj. La estocada trasera trajo la muerte y la recompensa.

Dentro de lo descastada, mansa y deslucida que fue la fea, desigual y grandona corrida de Zalduendo -qué mal gusto, macho-, el castaño tercero también se prestó por su pitón izquierdo. Sin finales, pero venía descolgado por delante. Muy abierto de cara, degolladito, alejado también de la belleza. Ginés Marín anduvo muy listo. En el sitio concedido, en el juego de las inercias. Y en la prontitud de su zurda. Que trazaba bonitos naturales, más encajados que ajustados. Breves y espumosas las series, notable la segunda. El paso por la derecha siguió los mismos parámetros. La menor respuesta del zalduendo provocó el regreso al natural. GM apuró en exceso faena y toro. El epílogo por ajustadísimas bernadinas cambiadas levantó el pulso perdido. Pero agarró hueso en la suerte equivocada. Y, cuando enterró el acero, la petición no cuajó. Luego, careció de cualquier opción con un gigantón último que, por no ser, no era ni serio. Topaba ayuno de cualquier atisbo de clase o bravura. Marín se extendió y se eternizó con la espada.

En la fealdad del sexteto, el mostrenco sobrero que sumó como quinto bis se llevó la palma con sus hechuras elefantiásicas. Su mentirosa mansedumbre se tornó en un imposible para Paco Ureña. Que pechó con lo más desagradable y desagradecido con enorme mérito. Ya le había consentido todo y más al anterior de su lote de amplias sienes. Cuando atacó soltando su abierta cara y cuando reculó escondiendo intenciones. Ureña no renunció nunca.

El sabor de Diego Urdiales y sus inventadas esculturas aún flotaban en la oscuridad de Illumbe cuando cayó el telón.

ZALDUENDO - Diego Urdiales, Paco Ureña y Ginés Marín

Plaza de Illumbe. Sábado, 17 de agosto de 2019. Última de feria. Unas 4.000 personas.

Toros de Zalduendo, incluido el sobrero (5º bis), un cinqueño (5º); muy desiguales en sus feas hechuras; conjunto manso y deslucido; el rajado 4º y el 3º por el izquierdo se prestaron algo más.

Diego Urdiales, de verde hoja y oro. Pinchazo y estocada atravesada. Aviso (saludos). En el cuarto, estocada pasada (oreja).

Paco Ureña, de rosa y oro. Estocada corta y perpendicular (saludos). En el cuarto, estocada rinconera (saludos).

Ginés Marín, de verde hoja y oro. Pinchazo y estocada delantera (petición y saludos). En el sexto, cuatro pinchazos, estocada corta habilidosa y tres descabellos. Aviso (silencio).

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